MÉXICO, D.F., 20 de enero.- La educación es la base fundamental para el desarrollo humano de cualquier país. ¿Qué pasa cuando ésta no alcanza los mínimos resultados que podrían esperarse?, o bien, ¿hasta dónde un país puede mantener su crecimiento con fines de bienestar sin la participación de un sólido sistema educativo? La respuesta es obvia: una sociedad sin logros y avances educativos no tiene posibilidades de mantener altos niveles de desarrollo humano, y es esto lo que está ocurriendo en México.
De los más de 113 millones de habitantes, 33 millones de 15 años o mayores no cuentan con los aprendizajes más elementales para enfrentar la dinámica de una sociedad que avanza por el valor agregado que generan los conocimientos, los lenguajes abstractos, los mecanismos informáticos y digitales, y que se mueve al ritmo de los descubrimientos de la ciencia y la tecnología. Esto los reduce a la condición de pobres por ignorancia, con la única posibilidad de acceder a empleos mal pagados, o al subempleo informal, o a ser sujetos cautivos para engrosar las filas de la migración o de la delincuencia, por desesperación o abandono social. Sólo una minoría privilegiada puede ser parte de la modernidad digital y tecnológica, por su capacidad para alcanzar altos niveles de educación formal, pero esto sólo hace más ricos a algunos y más pobres a todos los demás.
Para los que tienen la oportunidad de cursar uno o dos ciclos de educación básica, el panorama tampoco es muy alentador. Con base en un estudio del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE), el Observatorio Ciudadano de la Educación señala que, de los años noventa a principios de este siglo, sólo entre el 45% y el 66% de los estudiantes que ingresaron a la educación básica pudieron terminarla. En la modalidad de primaria indígena concluyó únicamente el 44.5%.
Estos datos muestran que la SEP no puede garantizar el total acceso a la educación básica, pero que tampoco puede organizarse para ofrecer conocimientos fundamentales y pertinentes. De acuerdo con la misma fuente, de cada 100 niños que pudieron mantenerse hasta la educación secundaria, sólo 18 alcanzaron a cubrir los mínimos de aprendizaje de español, y únicamente 14 lo hicieron en matemáticas (Este País 237, enero de 2011, páginas 39-43). Algo similar ocurre con otros aspectos centrales de sus conocimientos sobre salud y sus posibilidades de alcanzar habilidades y competencias laborales, de analizar la historia de su país y del mundo, de conocer y opinar sobre las dinámicas de la sociedad y la naturaleza, y de construir su futuro como ciudadanos activos y responsables. Entre quienes logran ingresar al bachillerato o continuar con una carrera de educación superior, las cifras se repiten: alrededor de la mitad de ellos se quedan en el camino.
El abismo se hace enorme cuando se sabe que para poder alcanzar un mayor nivel de bienestar y desarrollo se debe propiciar la producción de conocimientos complejos, así como favorecer la investigación científica, la innovación tecnológica y la capacidad institucional del Estado para promover sistemas nacionales de aprendizaje social muy amplios; pero, sobre todo, superar la fase de impulsar y reproducir carreras y profesiones de una sola especialización, para favorecer el surgimiento y consolidación de áreas interdisciplinarias y perfiles de egreso en nuevas áreas del conocimiento, como las de genómica y alimentos, nanotecnología, robótica, sustentabilidad y medio ambiente, salud integral y farmacogenética, nuevos materiales inteligentes, fuentes alternas de energía, diseño y arte, gobernabilidad y nueva ciudadanía, complejidad, ciencias sociales integrales, el más amplio desenvolvimiento de las humanidades, entre muchas otras.
La creación de nuevas instituciones de educación superior, tal y como se ha anunciado para este 2011, no atina a resolver la necesidad de estos nuevos perfiles de egreso, por lo que se incrementará la obsolescencia de las carreras actuales, así como la saturación laboral y el desempleo de los que de allí egresen.
El rezago digital del país es enorme frente al de otros países; la actividad profesional tradicional ha perdido competitividad, y su contribución al PIB del sector servicios ha caído casi 2% en el último año, de acuerdo con recientes cifras del INEGI. El sector científico apenas sobrevive con un presupuesto limitado año con año, y padece además del más absoluto oscurantismo sobre el significado que tiene esta actividad central para la economía y la sociedad de nuestro tiempo.
La monstruosa situación que se padece en la educación en México es la muestra incontestable del atraso político y económico que subsiste. Sumido como está el sistema educativo en los enredos, tan descomunales como trágicos, pero tan beneficiosos para las minorías que los promueven, de las cúpulas del SNTE y de la SEP, no es posible esperar ningún cambio positivo en la relación de la educación y el mejoramiento de los índices sociales y económicos para alcanzar mayores tasas de desarrollo humano. No es siquiera probable algún ligero mejoramiento de los mismos entre el 2011 y el 2012. En el futuro cercano sólo se ven políticas de chatarra y podredumbre.
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