José Antonio Rojas Nieto
Sí, decaimiento, para no decir deterioro o, incluso crisis. Es una expresión tímida para calificar el comportamiento petrolero sexenal, con baja en reservas y en producción: de no hacer algo bien por cierto en pocos años podríamos arribar a la más severa crisis petrolera y energética. Y es que resulta muy delicada esta caída en producción y reservas: cerca de 50 mil barriles diarios menos que en 2005 y casi 100 mil menos que en 2004, el de nuestro máximo histórico.
Mala señal. Pésima señal. Terrible señal. Cantarell el gigante de nuestra mar querida se nos va. Salvo una estrategia de recuperación, nuestro futuro próximo es de descenso que de no hacer bien las cosas pudiera ser irreversible. Sí, la producción de 2006 (3 millones 281 mil barriles al día) es menor a la de 2005 y a la de 2004. Y este descenso se acompaña de un deterioro grave en reservas. Las probadas de hoy técnica y comercialmente recuperables ya no superan los 13 mil millones de barriles. No más de 10 años de disponibilidad, si no se logra su firme recuperación.
Incuestionablemente ingresamos ya a una nueva fase de nuestra historia petrolera; probablemente la más crítica y que con urgencia exige una renovada estrategia petrolera. Seria, viable, persistente, legal, laboral y socialmente respaldada. Constitucionalmente solvente. De aquí las delicadas preguntas: ¿por dónde, cómo y con quiénes empezar o si se quiere continuar, para recuperar seriamente, reservas y producción? ¿La prioridad la ocupan las zonas tradicionales ya explotadas, que con métodos nuevos permitirían una recuperación mayor? ¿O acaso las zonas ya conocidas, pero que no se han explotado a fondo como Chicontepec, donde a decir oficial se necesitan cerca de 20 mil pozos que exigen una inversión del orden de los 20 mil millones de dólares para poder producir poco menos de un millón de barriles diarios de crudo y poco más de mil 700 millones de pies cúbicos de gas natural durante aproximadamente 20 años, con costos que pueden fluctuar entre 10 y 15 dólares por barril de petróleo equivalente? ¿O, finalmente, las zonas de mayor reto tecnológico, como Campeche profundo, Coatzacoalcos profundo, Lankahuasa profundo, Lamprea profundo y la transfronteriza Perdido, todas ellas con reservas aún por estimarse, y con costos de producción más y más elevados?
Y es que en este último caso los especialistas indican la existencia de riesgos en los ingresos, en los costos y en las tecnologías. Riesgos vinculados a una incertidumbre que puede venir de situaciones técnicas, financieras, organizativas, contractuales, políticas y culturales. Todas ellas parecen venir de la mano y se nos ponen enfrente. En zonas tradicionales. En Chicontepec. En aguas profundas. Con pobladores y sociedad espectantes y expectantes. Y es que parece no ocurrírsenos más que la aparentemente ineludible asociación con inversionistas privados nacionales y extranjeros. O, incluso como ya se habla por ahí de la cesión de zonas de exploración y explotación a estos personajes que en el sexenio que concluyó aportaron 90 por ciento de la inversión en producción y exploración primarias (Pidiregas).
¿Y la Constitución, esa de la que tanto se habló a propósito de la sucesión presidencial y que poco o nada se menciona en el terreno petrolero? Me gustaría equivocarme, pero creo que no nos hemos preparado bien para enfrentar los retos que comportan la recuperación de reservas y la recuperación de la producción. Ni técnica, ni organizativa ni financieramente. Cae nuestra producción; crece nuestro consumo, y se disparan nuestras importaciones de gasolinas, diesel y gas licuado. Incluso de gas natural. Y, paradójicamente, sostenemos al máximo nuestro volumen de exportaciones (todavía hoy superior al millón 800 mil barriles diarios) para acceder a esa jugosísima renta que un promedio anual de más de 50 dólares por barril nos permitirá tener en 2006.
Y para cubrir la coartada de la necesidad de capital privado, seguimos moviéndonos en esa delicada frontera legal, la de los cuestionados contratos de servicios múltiples, hoy presentados nuevamente como contratos de obra pública financiada. Y se ofrecen ejemplos múltiples. Nigeria, Mauritania, Rusia, entre otras, ejemplos que, en nuestro caso, no hacen sino poner en evidencia nuestra lamentable y regresiva fiscalidad: nunca más de 11 por ciento del producto. Nunca. Sí... cubrimos gasto corriente y servicio a la deuda con una renta petrolera que, con caída de producción e inminente elevación de costos, decaerá, a pesar de los precios altos.
¿Más evidencias de toda esta irracionalidad? La reciente manipulación del Fondo de Estabilización Petrolera, para negociar la unanimidad. ¡Qué vergüenza! O la también vergonzosa e irracional elevación de las participaciones a entidades federativas en años prelectoral y electoral (47 mil millones de dólares en 2005 y 2006). Y no es que se nieguen la necesidad de las entidades federativas para decirlos en esos términos . No, pero haber desperdiciado la oportunidad de tan altos ingresos para fortalecer a Pemex será algo de lo que nos arrepentiremos durante mucho tiempo. Por eso, el reto mayor que tenemos y que se vincula con las posibilidades de un país mejor, con una población con mayor bienestar, más salud, más educación y más ocio creativo (que tanto necesitamos) es una nueva fiscalidad, con una renta libre para enfrentar el reto petrolero de fondo. Nada más eso. Pero nada menos.
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