Lorenzo Meyer
Hoy nos encontramos, políticamente, en algún punto entre el pasado autoritario y la promesa incumplida de una democracia sin trampas. En 2000 se vislumbró un camino ideal que nos traería la modernidad añorada y pospuesta por tanto tiempo; una democracia donde todos tendrían oportunidades políticas y los dados cargados no reaparecerían más
¿Dónde estamos?
La buena noticia es que el pasado inmediato mexicano -ése dominado por la sombra del PRI- no sólo es indeseable sino inviable. Las condiciones históricas que originaron y que mantuvieron a lo largo de casi todo el siglo XX a la "dictadura perfecta", ya no existen. La mala noticia es que tampoco existe el futuro democrático prometido al momento en que, en el 2000, la sociedad mexicana cerró su largo capítulo autoritario. Hoy estamos en algún punto intermedio entre el pasado y el futuro abandonado, un punto que no promete ni estabilidad ni legitimidad.
El porvenir que se dibujó hace seis años prometía alcanzar la modernidad política, social y cultural largamente pospuesta; una democracia de calidad, donde todos los grupos y clases tendrían igualdad de oportunidad política según las reglas electorales penosamente negociadas tras una cadena de crisis que llevó a transitar de elecciones sin contenido a verdaderas contiendas entre personalidades, partidos y plataformas relativamente contrastantes, resueltas sin violencia en las urnas.
Sin embargo, algo falló y ya no marchamos en la dirección original. Tras un arranque prometedor, el grupo hoy en el poder -uno conservador pero supuestamente comprometido con la ética democrática- dio un giro evidente y adoptó eso que a falta de mejor nombre José Antonio Crespo bautizó como la "Doctrina Castañeda" y que consistió en evitar, a como diera lugar, que la alternancia pudiese llevar a la izquierda a la Presidencia. Esta decisión supuso una ruptura con el espíritu democrático recién nacido. En esas condiciones, ¿hacia dónde nos dirigimos? Una posible respuesta es que nos encontramos en una ruta intermedia, de compromiso, entre lo que fue -el pasado autoritario- y lo que debió de haber sido: el auténtico proyecto democrático.
Lo que fue
La Revolución Mexicana significó la substitución de la dictadura liberal encabezada por Porfirio Díaz por uno de los autoritarismos más exitosos del siglo XX. Ese sistema se mantuvo desde la Presidencia de Venustiano Carranza hasta la de Ernesto Zedillo. Tras su plena consolidación durante la Segunda Guerra Mundial, el régimen mexicano respondió casi al pie de la letra a las características con que el politólogo español Juan Linz definió una estructura política autoritaria. Ese tipo de estructura se sostiene con cuatro pilares. El primero es la institucionalización de un pluralismo político limitado. El juego político existe pero dentro de límites estrictos y estrechos. No se tolera la actividad de ningún actor político que no haya recibido la aceptación previa, explícita o implícita, de quienes controlan el aparato gubernamental (en 1940, por ejemplo, se toleró al PAN pero no al partido de Juan Andrew Almazán, el PRUN; en los 1960 se toleró al PP de Lombardo Toledano pero no al Partido Comunista, etcétera).
El segundo pilar es la ausencia de una verdadera ideología, misma que resulta indispensable para interpretar al mundo tanto en las democracias como en los totalitarismos, pero no en el autoritarismo, donde se convierte en un estorbo y por eso en estos sistemas apenas si se dispone de una mentalidad. La no-ideología les permite ir por donde sople el viento de la época: por la izquierda, por la derecha o, con mayor frecuencia, por el centro.
El tercer sostén es la ausencia de movilizaciones políticas. El autoritarismo funciona mejor cuando la política es un coto restringido a los "profesionales" y está en peligro mortal cuando ocurren movilizaciones independientes como la protagonizada por los estudiantes en 1968; no fueron una aberración las masacres ordenadas entonces por Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría, sino un imperativo del sistema.
Finalmente, el cuarto pilar autoritario es un ejercicio del poder dentro de un marco legal poco claro y donde las verdaderas "reglas del juego" no están escritas pero son más o menos conocidas y aceptadas -de agrado o por fuerza- por todos los actores políticos (Juan J. Linz, "Totalitarian and Authoritarian Regimes", en Fred I. Greenstein y Nelson W. Polsby [eds.], Handbook of Political Science, Vol. 3, 1975, pp. 175-411).
Los factores históricos que permitieron que en México se entronizara y se estabilizara por decenios un autoritarismo exitoso -uno que echó mano más de la negociación y la cooptación que de la represión-, fueron básicamente los siguientes. Una guerra civil que entre 1910 y 1929 puso fuera de combate a todos los adversarios del grupo Carranza-Obregón-Calles. Una sociedad agraria profundamente agraviada que dio su lealtad a quien le entregara la tierra. La creación en 1929 de un gran partido de Estado que absorbió a la multitud de organizaciones hasta entonces existentes. El establecimiento en 1935 de una Presidencia fuerte, sin contrapesos pero sin reelección. La incorporación entre 1935 y 1940 de las masas corporativizadas al partido de Estado. Finalmente, la salida formal del Ejército de la estructura del partido en 1940.
Lo que pudo ser
Lo que desapareció entre las elecciones de mediados de sexenio -el 2003- y las del 2006 fue la posibilidad de jugar el cambio sexenal sin que los dados electorales volvieran a estar cargados. Esa posibilidad recibió un golpe cuando el PAN y el PRI marginaron al PRD en la integración del órgano director del Instituto Federal Electoral. Un segundo gran golpe ocurrió cuando Vicente Fox se empeñó en neutralizar al candidato más viable de la izquierda -Andrés Manuel López Obrador- por la vía ilegítima del desafuero. Finalmente, la promesa del 2000 se hundió cuando ese Presidente de derecha y las organizaciones empresariales terminaron por cargar los dados electorales al intervenir activamente en favor de "su candidato" al punto de "poner en riesgo" la elección, según lo afirmaría el propio Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación.
Lo que ya cambió
Tras el desvío de la ruta democrática, se abre la posibilidad de intentar un retorno a alguna variante del autoritarismo. Sin embargo, sólo un irresponsable puede suponer que tal intento pudiera replicar el éxito obtenido el siglo pasado. Para empezar, es imposible recrear la Presidencia todopoderosa y con base social amplia que podía decidir quién podía ser aceptado como actor político válido y quién no. Además, la sociedad mexicana ya empezó a vivir y a asimilar el pluralismo político real y sólo la violencia extrema la podría regresar a la situación anterior. El mundo sin ideología ya no es posible; de los tres grandes partidos, el PAN y el PRD se justifican y promueven sus plataformas auxiliados por una referencia constante a la ideología; únicamente el PRI se mueve en el viejo mundo del pragmatismo total.
Las movilizaciones políticas exitosas se iniciaron con el neopanismo y el neocardenismo y siguieron en el decenio posterior con el neozapatismo. Después del 2000 ese tipo de política echó raíces, como lo muestran los casos de Atenco, de las movilizaciones contra el desafuero y, últimamente, la gran movilización de la APPO en Oaxaca. Aunque el movimiento oaxaqueño ha sido reprimido en nombre de un Estado de Derecho inexistente -la Comisión Nacional de Derechos Humanos ha declarado que las garantías individuales han desaparecido en Oaxaca (Reforma, 19 de diciembre)-, la represión no ha logrado desaparecer el movimiento. Es más, el proyecto actual del candidato derrotado en el 2006, Andrés Manuel López Obrador, consiste precisamente en mantener una movilización política indefinida a lo largo del país. Finalmente, el marco jurídico imperante, aunque herencia del antiguo régimen pero justamente porque ya hay pluralismo, se ha convertido en un obstáculo para un posible retorno a las "reglas no escritas" del juego político autoritario.
En suma
El grupo que hoy dirige el aparato estatal se muestra dispuesto a usar "la mano dura" pero tiene un sustento electoral precario y puesto en duda. Aun cuando sus tendencias autoritarias son preocupantes, se mueve en un medio donde la legitimidad dominante es la democrática y donde hay una oposición sustantiva.
¿Cómo pensar entonces el futuro? De seguir en la dirección actual, se trataría de uno indeseable: una sociedad polarizada sometida a un peligroso estira y afloja entre el pasado autoritario y la promesa democrática abandonada. Lo deseable es lograr el abandono de cualquier proyecto de continuar con la actual democracia tramposa, limitada y oligárquica para retornar a la única vía legítima y menos insegura: a la democracia prometida pero desvirtuada por la mezquindad y la cortedad de miras y de espíritu del grupo en el poder y de los grandes intereses creados en que se apoya.
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