El documental de Johan Norberg sobre la globalización

Es un documental de terror. Fuera de las consideraciones económicas daré mi punto de vista sobre lo que considero más importante, la vida.

Taiwán, como muestra de los beneficios de la globalización aparece como un mundo de ciencia ficción en el que los seres humanos son clones que trabajan en las fábricas como si fuesen androides o robots, idénticos los unos a los otros en una ciudad plagada de la publicidad de las corporaciones que manejan sus vidas. Este panorama industrial se privilegia por nada menos que la belleza de la naturaleza. La tierra, las plantas y los árboles se muestran como lo decadente, pareciera que lo conveniente es convertir al mundo en un lugar pavimentado del que surjan enormes rascacielos, se pretende cambiar la faz de la tierra. Cuando hayan matado a la tierra, cuando la hayan mutilado y estéril se entierre bajo las fábricas y los pavimentos comeremos una pastilla verde y a seguir trabajando. Dios es Nike, la alegría es meter dos mil veces un plástico en una ranura, la vida es poder comprar y comprar distintos artículos diarios. Los privilegios económicos de Taiwán que es lo máximo logrado por la globalización han permitido que desaparezca la pobreza pero también la vida. La impresión que me dieron los taiwaneses fue de zombies manejados por los dueños de las corporaciones en las que trabajan. Pero lo más indignante es el desprecio con el que este defensor de la globalización se refiere a la tierra, a la madre tierra.

Taiwán, que no conozco pero que esperamos que no todo sea lo que muestra el documental y algo les haya quedado de su cultura, es la prueba de la inhumana mecanización, del totalitarismo corporativo, de la enajenación, de la destrucción catastrófica de la naturaleza en donde el ser humano ha perdido totalmente la brújula de lo que es verdaderamente importante en la vida. El sueco promotor de la globalización ni siquiera se percata de que lo que ha exhibido es precisamente el horror de la globalización. El ser humano convertido en máquina de producción para poder subsistir. La masificación ha conseguido borrar la originalidad de las personas a costa del miedo de caer en la miseria. Nos dice que al principio había una sobre explotación pero que ahora ya no trabajan tantas horas y obtienen mejores sueldos, es decir, se comienza por una injusticia y se termina por domesticar a las personas para que vivan dedicadas a Nike. No hay crisis económica en Taiwán, lo que hay es una crisis de la concepción del mundo y de la vida basada en la idolatría de la técnica y en la explotación del ser humano, como lo diría Sabato.

Pareciera que sólo los esclavos de las corporaciones tienen posibilidades de sobrevivir en un mundo globalizado. Sólo los que se comporten como los de Taiwán. La competitividad sobre los valores espirituales y humanos.

El resto del mundo en donde millones y millones están en la miseria justo por esta tendencia a la globalización a lo más que pueden aspirar bajo este sistema es a desprenderse de sus culturas, de su formas de vida; a hacerse cómplices de la destrucción de la naturaleza y de envenenar a sus semejantes; a olvidarse de sus sentidos, la vista ya sólo se usará para meter una agujeta en un orificio, el oído para escuchar el ruido de los motores o la voz del otro por un celular, el olfato para oler los químicos industriales, el gusto para una comida rápida, y el tacto para las texturas Nike; a olvidar el amor y la fraternidad para mantenerse competentes en la producción de zapatos tenis, o de refrescos venenosos, o de lo que sea, artículos de consumo que se han convertido en la esencia vital. Olvídense del arte, de los conciertos, de la pintura, de la danza, del teatro, del cine y de la literatura. Olvídense de los paisajes naturales y de un día de campo entre los árboles. Olvídense de toda investigación que no lleve a producir cosas. Olvídense de la vida misma y sobrevivan globalizados, clonados y sin nombre; y cuando ya estén viejos, muéranse de una buena vez.