Octavio Rodríguez Araujo
La mancuerna Manuel Espino Barrientos-Felipe Calderón Hinojosa ha mostrado su verdadera cara. Todas las especulaciones que se han hecho sobre las "diferencias" entre el yunquista presidente del Partido Acción Nacional y el presidente impuesto de México han caído en pedazos a partir de que ambos personajes han declarado urbi et orbi su guerra en contra de las izquierdas, de la tonalidad que sean. Yo mismo, confieso con rubor, escribí sobre esas diferencias. Me equivoqué, no porque no existan, sino porque en el fondo y en lo verdaderamente importante el proyecto de ambos es el mismo. Simplemente se trata de enfoques distintos, de estrategias relativamente diferentes para combatir a quienes consideran sus enemigos y para defender a quienes consideran sus amigos, cómplices y amos.
Tanto Espino como Calderón se han propuesto atacar a los gobiernos que no coinciden con sus ideologías neoliberales, pro yanquis y desnacionalizadoras. Cuba, Venezuela y Bolivia ocupan el primer lugar de sus discursos injerencistas; Brasil, Argentina, Ecuador van en segundo lugar, y las elecciones en República Dominicana, en 2008, ya las tienen en la mira. Su propósito es derrotar al Partido de la Liberación Dominicana, el que se fundara en 1973 con la influencia de Juan Bosch, ocho años después de la invasión yanqui a ese país. El instrumento para esta estrategia es la "nueva" Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA), presidida también por Espino y que cuenta con Marcelino Millares, su vicepresidente de Acción Política y uno de los dirigentes de la beligerante y ultrarreaccionaria disidencia cubana en Miami.
La ODCA agrupa a más de 30 partidos derechistas de América Latina, de tipo demócrata cristiano, y que forman parte de la Internacional del mismo nombre. Calderón fue vicepresidente de esta Internacional, la Demócrata Cristiana cuando era presidente del PAN.
Millares ha sido transparente en sus declaraciones cuando se inauguró la nueva sede de la ODCA en la ciudad de México. Uno de los puntos que abordó fue que no habrá confrontación entre el gobierno de México y su partido, con lo cual aclaró, implícitamente, que las diferencias anteriores ya no existirían. Fue enfático en que combatirían a los gobiernos de Cuba y Venezuela y también en que la nueva ODCA sería más política y más activa en América Latina y en el Caribe.
Que el yunquista Manuel Espino haya optado por encabezar una cruzada contra la izquierda latinoamericana, especialmente contra los gobiernos que proponen alguna forma de socialismo, no sorprende a nadie. Ese es su papel como dirigente de la democracia cristiana de la región y del partido que dirige en México por obra y gracia de Marta Sahagún y de Vicente Fox (en este orden). El Yunque no hubiera llegado a la presidencia del PAN sin los apoyos del gobierno de Fox, y Calderón, pese a no ser de esa organización, tampoco habría llegado a la Presidencia del país sin esos apoyos y sin la bochornosa y fraudulenta complicidad de los más grandes empresarios en México, del IFE y del tribunal electoral.
Todos ellos han convertido el poder en México, aliado con los grupos más retrógrados de Estados Unidos, en un papado latinoamericano desde el que se auspicia la nueva cruzada del siglo XXI para acabar con los herejes. Manuel Espino lo ha dicho: la ODCA que preside va por los gobiernos latinoamericanos y para ello hará alianzas incluos con la oposición cubana residente en Estados Unidos (La Jornada, 28/1/07).
Calderón, por su lado, trata de ser Presidente sin asesores y aún cree que está en un debate con la izquierda. Sabido es que los candidatos, cuando devienen gobernantes, deben adoptar otra actitud: la de personas equilibradas y cuidadosas en sus declaraciones Esto no lo ha entendido el habitante de Los Pinos.
En su viaje por Europa, y Davos en particular, el impuesto presidente mexicano no supo quedarse callado en el momento oportuno y así le fue. Confundido, creyendo que aún es un candidato en debate con sus opositores, olvidó que el gobernante de un país no debe romper lanzas con sus pares. Tiene razón Chávez, si Calderón quiere ser respetado debe respetar a los demás y no opinar sobre lo que cada pueblo ha elegido como forma de gobierno, mucho menos descalificar. El viejo principio de respeto a la autodeterminación de los pueblos fue roto y tirado a la basura por Fox y sus ineptos cancilleres (Castañeda y Derbez). Calderón debió cambiar esa imagen, aunque sólo fuera para distinguirse de su antecesor. Pero no lo hizo, sino que ratificó el principio de la lengua larga y la declaración fácil e irresponsable de Fox, confirmando que la doctrina Estrada es letra muerta o pieza de museo. Ignorante que es, ha hecho suya la doctrina Monroe y está actuando como procónsul del país del norte que desde el siglo XIX ha pensado que América (toda) es para los americanos, como se llaman a sí mismos los estadunidenses. ¿Será sólo ignorancia o también simple vocación de servicio?
En resumen, Calderón y Espino van por lo mismo: la defensa de los valores hegemónicos de Estados Unidos y la lucha en contra de la autodeterminación de los pueblos y gobiernos de América Latina y el Caribe, particularmente si en estos predominan las tendencias estatistas y antiyanquis.
Este es el cuadro y la explicación de por qué se impidió, a como diera lugar, que López Obrador triunfara el pasado 2 de julio. Ojalá las izquierdas latinoamericanas lo entendieran, y en lugar de atacarse entre sí lograran la unidad necesaria para enfrentar a las derechas más agresivas de los últimos años, que van por todo.
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