Carlos Fernández-Vega
Suele haber dos lecturas sobre la realidad mexicana: la oficial y la real. La primera tiene formato de discurso machacón y bombardeo propagandístico ("estoy muy satisfecho con lo que ha logrado mi gobierno; conmigo en Los Pinos estamos mejor que nunca"); la segunda es tan dramática y cotidiana que suele reportarse como algo normal, incluso aburrido.
Setenta años de discurso priísta y casi siete de discurso panista (más uno que otro perredista que se ha colado por allí) no han hecho más que pintar de blanco lo que a todas luces es negro azabache, en un intento por evadir esa lacerante realidad y cubrirla con un manto propagandístico de "logros", "bienestar", "avance" y "solvencia" política, económica y social, que nadie, ni los emisores, toma en serio.
Si se privilegia la primera lectura, entonces sí, en un abrir y cerrar de ojos, seremos la cuarta potencia mundial (o la primera si producimos más y más discursos); si atendemos la segunda, efectivamente el subdesarrollo es normal y hablar de él es aburrido. El problema es que el tiempo se agota de hecho el país vive horas extra , de tal suerte que urge un tercer formato: no sólo leer bien la realidad, sino atenderla y actuar en consecuencia.
En una de las decenas de crisis que este país ha tenido en los últimos 25 años, la desesperación de la gente llegó a tal grado que el grito de batalla en las calles, en las manifestaciones, era: "¡¡¡queremos promesas, no más realidades!!!". El problema es que la clase política de inmediato les dio gusto. Y allí nos quedamos.
Año tras año, cumbre tras cumbre, foro tras foro, se denuncian los mismos atrasos, las mismas carencias, las mismas barbaridades y las mismas ausencias, sólo que "actualizadas" (corregidas y aumentadas) para la ocasión (el año, la cumbre o el foro en turno), mientras esa realidad no deja de carcomer el futuro de los mexicanos. Entonces, ¿que se mantenga el discurso, se incrementen las promesas o, de una buena vez por todas, se atienda la realidad?
En vía de mientras, va el más reciente balance, aportado por dos de los organizadores (PNUD y OCDE; los demás son Cepal, Banco Mundial, BID y CIDE) del foro en turno sobre la realidad nacional (Foro Internacional Políticas Públicas para el Desarrollo de México, inaugurado ayer): la falta de un crecimiento dinámico y la persistencia de la desigualdad son fenómenos relacionados. Avances en la reducción de la desigualdad podrían abrir de manera simultánea espacios de competitividad que coadyuven a generar mayores tasas de crecimiento. La pobreza es una consecuencia de la desigualdad, especialmente en presencia de tasas de crecimiento bajas (2 por ciento promedio anual en los últimos cinco lustros). La reducción de la pobreza rural no se da de manera homogénea; en muchas regiones la reducción de los ingresos de la actividad agrícola ha llevado a muchos hogares a depender de transferencias públicas y de las remesas sin verdadera capacidad de generar ingresos propios.
A pesar de los avances en la tasa nacional de mortalidad infantil, los pueblos indígenas del país padecen la misma tasa de mortalidad infantil que la que tenía el promedio de la población mexicana hace 10 años. A ese nivel y con el actual ritmo de avance, ese Objetivo del Milenio parece aún lejos de la meta del año 2015. En términos territoriales las brechas son enormes. En municipios como Santiago del Pinar, Chiapas, el ingreso anual per cápita es de sólo 602 dólares (1.65 diarios), es decir, 48 veces menos que el de la delegación Benito Juárez en el Distrito Federal.
La situación de la mujer en México muestra claramente que son ellas las principales víctimas de la desigualdad respecto al acceso a los derechos sociales más básicos (salud, educación y trabajo), lo que genera pérdidas netas para la sociedad en conjunto. En Veracruz, por ejemplo, se estima en 2 por ciento la pérdida en el índice de desarrollo humano atribuible a la desigualdad de género.
La riqueza de los empresarios mexicanos incluidos en la lista de Forbes se incrementó en los últimos años por encima del equivalente promedio en los países de la OCDE, renglón en el que México sólo es superado por Estados Unidos. En comparación con países latinoamericanos, sólo Venezuela y Chile superan a México como países donde la riqueza de los individuos en la parte superior de la distribución crece desproporcionadamente. En el combate de este fenómeno juegan un papel importante las políticas de competencia que impidan el uso del poder de mercado por unos pocos en detrimento de los consumidores. Se requiere una mayor estabilidad en las variables reales de la economía como son el crecimiento y el empleo. Urge fortalecer las políticas de ciencia y tecnología y de investigación y desarrollo, y dentro de ello, los sistemas de educación superior.
La "salud" macroeconómica no ha sido suficiente para lograr un desarrollo equitativo y disminuir de manera significativa el diferencial de ingresos con los países más avanzados de la OCDE. La estabilidad es condición sine qua non, pero no suficiente para lograr el desarrollo que México urgentemente requiere. El potencial de crecimiento (ubicado entre 3.5 y 4 por ciento) es muy bajo para hacer frente a la serie de rezagos que enfrenta el país. México es uno de los países con la distribución del ingreso más desigual en el mundo y enfrenta todavía el inmenso reto de superar las condiciones de pobreza en que viven muchos millones de mexicanos.
Y así por el estilo, hasta el próximo foro, con información corregida y aumentada, mientras se mantiene el discurso como forma de gobierno y la realidad carcome el futuro de los mexicanos.
Las rebanadas del pastel
Especialistas en provocar infartos cardiacos, las trasnacionales de la energía escucharon con agrado el dicho del director de Pemex, Jesús Reyes (Heroles) González: la participación del capital privado en Petróleos Mexicanos se permitirá "sin tocar el corazón" de la paraestatal.
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