Gustavo Iruegas
Comparable a la congoja que causó a los sabios y sacerdotes mayas de Maní ver a Diego de Landa destruir sus códices e ídolos, es la amargura que produce atestiguar la destrucción de la política exterior que otrora dio a México honor y prestigio. Dicho esto, es necesario aclarar que, si bien México nunca ha estado libre de la influencia de las grandes potencias, ese prestigio obedecía al reconocimiento de que se esforzaba por actuar bajo criterios propios y anteponer los intereses nacionales a los dictados de Estados Unidos y otras grandes potencias. Así acotada, la política exterior mexicana permitía que la voz de México fuera escuchada en la comunidad internacional. Eso se ha perdido.
En la política exterior mexicana hacia los países de la región juegan tres factores importantes: cercanía, afinidad e interés. En la relación con Estados Unidos dominan la cercanía y el interés, en procuración del desarrollo. En la relación con América Latina la cercanía y la afinidad convergen en la pertenencia. No son vertientes excluyentes, pero ambas deben ser cuidadosamente cultivadas.
Olvidando que la contraparte no está interesada, los cinco regímenes neoliberales de México han intentado elevar la relación con Estados Unidos al grado de pertenencia. Dicho coloquialmente, nos quieren hacer gringos.
La administración foxista, en su necedad, supuso que la democracia electoral y sus genuflexiones serían suficientes para subsumir la sociedad mexicana en Norteamérica y pidió legalizar a la población indocumentada, visas para los que quisieran emigrar y dinero para los que permanecieran en México. Tan cándida pretensión estaba condenada a recibir una terminante negativa, pero la profundización del carácter policiaco del gobierno de Estados Unidos después del 11-S hizo que la negativa fuera mucho más contundente: el muro en la frontera. Lejos ha quedado la integración.
En cuanto a América Latina hay que decir que ha carecido de la voluntad política suficiente para encaminarse a la integración. La oportunidad de empezar a construir la voluntad integracionista en las naciones latinoamericanas se presenta con el advenimiento de los gobiernos progresistas en la región pero, lamentablemente, ese giro es coincidente con el que México hace hacia la derecha neoliberal. Aunque persiste la opción sudamericana, el golpe de Estado en México impidió la opción integracionista latinoamericana. Así se ha conformado la nueva caracterización de la política exterior mexicana en el desprestigio.
En la práctica, los gobiernos derechistas de Fox y de Calderón han propiciado los desencuentros con otros gobiernos de la región. Los tres casos más notorios son los de Bolivia, Cuba y Venezuela.
El presidente Evo Morales dijo públicamente que Vicente Fox lo había discriminado y humillado y que Felipe Calderón no había dado muestras de querer mejorar la situación. La oficina de prensa de Los Pinos se apresuró a responder que Morales había sido invitado a visitar México. No se ha comprendido que si a esa invitación se responde con una queja, es que el agravio persiste.
Con el advenimiento del gobierno de facto se promovieron felicitaciones de mandatarios extranjeros que hicieran las veces de "reconocimientos" (anatema para don Genaro Estrada) para el gobierno espurio. Como el presidente de Venezuela Hugo Chávez no envió semejante telegrama la cadena CNN le preguntó al respecto; la respuesta fue: "Cuando el señor Calderón usó mi nombre, mi imagen y el nombre de mi país para denostar a su adversario en su campaña política, decidió que las relaciones entre nuestros gobiernos fueran malas". Recientemente el señor Calderón, en clara alusión a las nacionalizaciones anunciadas por el régimen venezolano, dijo durante un seminario en Davos, "... vamos hacia atrás si permitimos que regresen a América Latina dictaduras personales vitalicias." [...] "o regresamos a viejas políticas del pasado, expropiación y nacionalización que han causado un daño terrible y han provocado las peores crisis de América Latina..." [...] "...así que cualquier inversionista que tenga preocupación o miedo de políticas públicas en otros países o regiones que ahuyentan la inversión, sepan que van a ser muy bienvenidos en México y aquí nadie va a expropiar absolutamente nada". Todo esto disparó una andanada de epítetos, críticas y burlas de Chávez contra Calderón, y éste ha respondido con sus acostumbradas fanfarronadas bucólicas.
No obstante las simplezas y las descortesías, las diferencias son de fondo. Se trata de las expresiones extremas del espectro ideológico latinoamericano. Venezuela ha optado por esquemas de integración, Mercosur y Alba, sustitutivos del Grupo de los Tres que había concertado con Colombia y México. Son proyectos nacionales encontrados que hacen más necesaria aún la observancia de las cortesías y formalidades diplomáticas para normalizar la relación.
En el caso de Cuba tampoco hay progresos. Mientras el gobierno de México no comprenda que cuestionar la vigencia de los derechos humanos en Cuba es un ataque a la moral revolucionaria, que no será tolerado por el gobierno de la isla, no se resolverá la situación.
En los tres casos las dificultades son de fondo. No se arreglan con fotos de oportunidad ni invitaciones a cenar. Hay que enfrentar los problemas y resolverlos desde sus raíces. No será fácil, porque los tres gobiernos representan las posiciones más a la izquierda de América Latina y México la derecha extrema. Para eso sirve la diplomacia.
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