Por María Teresa Jardí
Cuando fluye la noticia de que Aznar se alza como paladín del fascismo para acabar con Hugo Chávez, en un intento, obviamente, por no acabar en la cárcel por su apoyo a Bush que a España ya le ha costado los muchos muertos del 11de marzo, no cabe más que pensar en la desesperanza que motiva al teatro del absurdo.
Aznar es un sujeto impresentable, empleado del imperio yanqui. Pero no se escuchan todas las voces de condena en la Península porque Aznar también representa a las empresas españolas expulsadas de España por corruptas y las que ya sólo tienen cabida en países tan corruptos como el México gobernado por los panistas.
El negocio es el negocio también para los gobernantes españoles por muy socialistas que sean.
Y cuando Vicente Fox se suma a las amenazas de Aznar para acabar con un gobernante elegido democráticamente y refrendado democráticamente en su cargo en un país soberano, para ver si así se libra él también de la cárcel, se apodera una gran angustia del pecho al pensar que a estás alturas quien fue reivindicado como el único presidente legítimo de México en una convención nacional democrática y ciudadana, es decir, AMLO, no ha presentado todavía las denuncias pertinentes, incluso de juicio político, contra ese enemigo de la nación mexicana.
La reforma del Estado pasa necesariamente por encarcelar a Fox y a su familia política. Ese castigo es el paso previo imprescindible para refundar las instituciones que dan vida a la república.
Si no se hace ahora, se hará en el futuro y será Fecal o el que le siga o el que siga el que será encarcelado. Pero México, en tanto no se haga, se irá adentrando en el teatro del absurdo que se nutre de los graves sucesos que caen de una manera fatalista sobre los destinos individuales. Y esta sensación de desamparo delante de la magnitud de los hechos deja paso a una sensación no menos angustiosa, la de desamparo de la sociedad frente a decisiones que la dejan fuera porque el acto de decisión reservado antes al hombre está ahora en manos de organismos permeados por la corrupción hasta la médula.
La reforma del Estado sin juzgar a Fox y a su familia política es un cuento que legisladores pederastas que no se representan más que a sí mismos quieren venderle al espectador televisivo en uno de los escenarios del circo mexicano con el que divertimos a la parte del mundo que ha perdido la capacidad de sentir lástima por los jodidos pueblos olvidados de la tierra.
En unos meses prescribe la posibilidad de sujetar a Fox al cúmulo de juicios penales que ameritan sus robos a mano armada. Porque robar al erario, desde la cabeza misma del poder, es hacerlo con todas las armas en la mano, como salta, para cualquier ser pensante, a la vista.
Ojalá y realmente mañana en México los trabajadores recobren su papel en la historia, robado por el corporativismo sindical sumado a la corrupción que en México se ha apoderado de cada rincón de la patria.
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