Gustavo Esteva
Ha estado circulando en Oaxaca la versión de que la APPO ya cayó. Algunos la afirman con alegría. Celebran la terminación de lo que vieron como una perturbación insoportable de su vida cotidiana o como una grave amenaza a su condición o a su posición en la sociedad. Otros lo comentan con tristeza. Lamentan que la gente se haya cansado o atemorizado. Sienten que llegó a su fin lo que habría sido una mera revuelta popular.
La hipótesis no es descabellada. Según ella, los cambios de actitudes y comportamientos que se observan a cada paso no serían signo de vitalidad del movimiento y de su continuación, sino impactos de la revuelta. Del mismo modo que la lava y la roca volcánica son testimonio de una erupción, el estallido popular habría dejado huellas profundas en la sociedad.
Diversos hechos parecen apuntalar esta hipótesis. Organizaciones civiles y políticas muy activas en la APPO han estado regresando a sus agendas habituales y a sus tradiciones de rivalidad y fragmentación. Los pocos miembros del Consejo Estatal que logran reunirse dedican buena parte de su energía a luchas intestinas y grillas electorales y han perdido poder de convocatoria.
Las autoridades estatales y federales, por su parte, pregonan continuamente que la normalidad ha vuelto a Oaxaca; el "conflicto" habría terminado. Muchos síntomas parecen darles la razón. Las listas de los candidatos a diputados de los distintos partidos, por ejemplo, incluyen como de costumbre los nombres de algunos delincuentes conocidos y de personas que han destacado por su incompetencia y corrupción. En todo el estado se observan recorridos de funcionarios que usan recursos públicos para comprar votos. Como siempre. Se están realizando de nuevo obras aberrantes e insensatas, sin consulta alguna a los ciudadanos. Como antes. Se ha regresado a la normalidad.
A ras de tierra, sin embargo, donde la APPO nació, donde se hizo grande, se escuchan voces muy otras. Corren murmullos cada vez más intensos, que son signo de creciente efervescencia. Se siguen multiplicando las iniciativas.
Muchas personas, familias y grupos se ocupan de restañar las heridas y tratan de recuperarse de las pérdidas que sufrieron, del dolor, de las humillaciones. Otros siguen dedicados a liberar a los presos y a apoyar a sus familias o las de muertos y desaparecidos. Muchos más han estado reflexionando sobre lo ocurrido y tratan de derivar de la experiencia las lecciones pertinentes. Ya no quieren violencia. No están dispuestos a participar en acciones enloquecidas, que a nada conducían o encerraron a muchos en un callejón sin salida. No quieren delirios ni exaltaciones.
Están buscando la transformación profunda de Oaxaca. Nada más. Pero nada menos. Se preparan cuidadosamente a lo que viene. Están conscientes de que se avecinan muchas turbulencias y de que habrá nuevos peligros. No se arredran por ello y se muestran decididos a hacer su tarea, que no se reduce a presentar exigencias ante autoridades sordas y ciegas y exige organización y creatividad.
Por ello, merece también cuidadosa consideración la hipótesis de que el movimiento de movimientos que es la APPO sigue adelante, con toda su fuerza, con formas de expresión diferentes. No es el momento ni la circunstancia para las grandes acciones espectaculares, como las megamarchas. La sección 22 deberá ser cuidadosa en sus decisiones y atender con cuidado los reclamos de padres y comunidades. No está el horno para bollos.
Pero nada de esto significa parálisis. Parece que nada podrá detener el cambio alegre y profundo que se teje desde adentro, en las entrañas de la sociedad oaxaqueña, y que se manifiesta cotidianamente en creativos impulsos de transformación.
Puede utilizarse la analogía de la erupción para anticipar lo que viene. Es una perspectiva que se aplica en ambas hipótesis. La lava marca el sitio en que el volcán puede activarse de nuevo, porque ahí la masa ígnea del interior de la Tierra encontró una vía de escape: ya conoce el camino. Del mismo modo, las fuerzas sociales del descontento que se manifestaron en Oaxaca el año pasado podrían reactivarse en cualquier momento. Ya saben por dónde.
Quizás no vale la pena entretenerse demasiado en confrontar las dos hipótesis. Importa más dedicar la atención a los desafíos actuales. El descontento sigue siendo enteramente general y las dádivas electorales lo intensifican, en vez de disolverlo. Es urgente dar cauce apropiado a la energía transformadora que late aún en todos los sectores y convertir el circo de tres pistas de la arena electoral en oportunidad de debate público y participación ciudadana, a fin de articular la nueva fase de la lucha social en curso. Contra lo que pregona la propaganda gubernamental, la "normalidad" oaxaqueña nunca volverá.
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