León Bendesky
Parecería un lugar común decir que la democracia necesita de demócratas. Y, sin embargo, muchas veces eso es precisamente lo que le hace falta. Esta situación no se asoma sólo como un contrasentido que, por sí mismo, requiere de gran cuidado y exige la aplicación de nuestra curiosidad; es también la fuente de los grandes conflictos que hoy existen en el mundo. México es un buen caso para observar.
A más de diez meses de la elección presidencial de 2006, siguen surgiendo elementos que contribuyen al profundo cuestionamiento al que estuvo sometida desde su origen. Con ello, persiste la grieta que se ha abierto en la sociedad y que no consigue siquiera irse cerrando en estos primeros meses del nuevo gobierno, al contrario, tiende a agrandarse.
Hoy, favorecen esta situación de fragilidad política aquellos que debían haber sido los guardianes de la certidumbre democrática y de la legalidad del proceso electoral. Pero ésta no es una paradoja, sino que es parte de los vicios que arrastra sin frenos que sean efectivos la organización política del país.
El mismo consejero presidente del Instituto Federal Electoral, quiere ahora, y completamente a destiempo, dar explicaciones de lo que fue, según se advierte cada vez más, una especie de elección de Estado. Pero su responsabilidad en ese asunto no es la de un burócrata o un funcionario menor de la estructura del gobierno, aunque ese es el nivel más alto al que él mismo pretende aspirar, junto con el resto de los miembros del Consejo General de ese organismo que, además, tiene el carácter de autónomo.
La democracia no ha sido bien servida por Juan Carlos Ugalde y sus compañeros consejeros y, mientras más se exhiben, confirman su propia debilidad y responsabilidad. No sólo se da el lujo de inventar una realidad a su modo, sino que luego la comenta y hasta la explica. En eso está muy a tono con la "democracia", según la entienden, practican y promueven los medios de comunicación cuyo poder no tiene cotas.
La actual estructura y forma de operación del IFE tiene que revisarse a fondo, y la permanencia de los consejeros es demasiado costosa política y económicamente en un entorno social muy débil.
Los hechos fueron muy reveladores en el momento en que ocurrieron durante la campaña electoral y en la forma en que se generaron y trataron los resultados de las elecciones, hasta que la Corte los dictaminó. La legitimidad política del proceso quedó, así, en tela de juicio.
Ugalde reconoce ahora abiertamente la falta de escrúpulos del ex presidente Fox y su injerencia en el proceso electoral; si no violó la ley, no actúo como el demócrata que siempre dijo ser. El IFE reconoce su incapacidad de acción en ese terreno; no dice nada, por supuesto, de su falta de voluntad y su papel como ejecutor en un marco de virtual subordinación.
Reconoce igualmente el IFE, el hecho de que no puede dar cuenta de una tercera parte de los millonarios gastos de publicidad que ejercieron los partidos, cuando esa es una de sus obligaciones esenciales para velar por la equidad del proceso. Y no se diga ya más del hecho de que no tuvieron la disposición de cuidar los contenidos y la temporalidad de esa publicidad como también les correspondía.
Ugalde reconoce también otro hecho que era bien conocido y que, en retrospectiva se vuelve aun más relevante, y es el de su dependencia de la maestra Gordillo, quien influyó para que ocupara la presidencia del IFE.
Apenas pasadas las elecciones, los miembros del Consejo General dieron muestras, con sus decisiones sobre el manejo del presupuesto, del carácter patrimonial que tienen esos puestos públicos. Ese es un hecho que pone en evidencia cómo es que se contraviene lo que en este caso es su carácter ciudadano y expone la carencia de instrumentos suficientes y oportunos de rendición de cuentas. La institucionalidad del sistema democrático del país no es solo ineficaz y políticamente deficiente, sino que es excesivamente costosa, no pasa lo criterios técnicos de evaluación de costo y beneficio que se aplican usualmente para evaluar los proyectos y su impacto social.
Al observar estos hechos y los que se han acumulado prácticamente desde que se intentó desaforar al entonces jefe de gobierno del Distrito Federal, se puede pensar en lo que alguna vez dijera J. J. Rousseau: "Hagamos a un lado los hechos, pues impiden ver la cuestión". Hagamos pues los hechos a un lado aunque sea por un momento y lo que va quedando es la esencia de un sistema democrático que necesita de demócratas.
La reforma política que se está tratando en el Congreso no debería perder de vista este aspecto y articular los hechos con una visión más clara de cuál es la cuestión. Sabemos que el arreglo político no puede llegar a ser perfecto, por el carácter mismo de las relaciones sociales, pero sí puede contener mecanismos que prevengan las desviaciones constantes que se dan en un marco de persistente impunidad.
lunes, mayo 21, 2007
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