Alfredo Jalife-Rahme
Como reflejo de la inexorable decadencia de Estados Unidos, se ha desatado en sus entrañas elitistas una literatura escatológica (en el doble sentido de la palabra) que proclama el "fin de la civilización" (concepto del que se adueñan en forma unilateral). Su común denominador: en ausencia de la rectoría global estadunidense, la nación indispensable y seleccionada por Dios (sic) mediante el "destino manifiesto", el mundo corre a su perdición final.
Nunca se aplica más como ahora el célebre apotegma del dramaturgo irlandés Oscar Wilde, quien desde el siglo XIX anticipó que "EU había pasado de la barbarie a la decadencia sin haber conocido la civilización", y que en su aciaga etapa presente parece ser revertido a un nuevo teorema: "
Baby Bush trasladó a EU de la decadencia a la indecencia".
Mas allá del libro muy plano, válgase la redundancia,
El mundo plano, del israelí-estadunidense Thomas Friedman -un poseído por la globalización con su visión distorsionada de reportero de guerra de
The New York Times-, existe una pléyade de consagradas personalidades, como el
megaespeculador con máscara de "filántropo" (sic) George Soros y el premio Nobel compartido de Economía, Joseph Stiglitz, quienes no pierden la fe en que la globalización pueda ser reformada para beneficio del género humano (ver "Joseph E. Stiglitz: ¿El opio de los globalizados?", Bajo la Lupa, 24/12/06).
Lo interesante radica en que mientras Soros emprende un abordaje financierista, Stiglitz opera meramente en el ámbito económico, por lo que sus visiones se vuelven complementarias, independientemente de que ambos sean en forma coincidente aliados del ex presidente Clinton.
El húngaro-británico-estadunidense-israelí György Schwartz (alias
George Soros) cesó de ser el mismo que vivió las vicisitudes desde el decálogo neoliberal del Consenso de Washington, totalmente putrefacto, hasta el hilarante cuan delirante Consenso de Monterrey, donde figuró como estrella del fracasado foxismo-castañedismo (engendro monstruoso del travestismo clintoniano y el unilateralismo bushiano). No es gratuito que Soros sea dueño del edificio más grande de Iberoamérica: la Torre Mayor de la ciudad de México, donde goza de grandes aliados en todos los partidos políticos sin excepción.
Soros no es un pensador como tal, pero sí un billonario multifacético con fuertes intereses en los multimedia israelí-anglosajones, y quien en el mundo financiero goza, como pocos, de una penetración tan exitosa. A menudo abusa de su ostentación como autonombrado discípulo del inmenso cerebro austriaco Karl Popper, gran pensador en filosofía y epistemología. Sus dimensiones son diferentes y Soros exagera su proporción. Que piense mejor que el promedio de los triviales financieros globales, verdaderos
papanatas fuera de su especialidad microscópica, es otra cosa. Su relevancia estriba en el papel que jugó en el seno de la globalización, cuya intimidad financiera conoce como nadie, al parecer, por instrucciones de la CIA, como afirman sus pletóricos enemigos, entre quienes figura en forma sorprendente el oligarca ruso-israelí Boris Berezovsky, un mimado de
la City y los servicios británicos de inteligencia. Desde su óptica clintoniana fustiga con justa razón las políticas del Partido Republicano que adoptó el "fundamentalismo del mercado" mediante el reaganomics-thatcherismo y que fue profundizado con el neoconservadurismo por el presidente número 43: George W. Bush.
Soros conoce bien el mecanismo intrínseco del "mercado" y las "estrategias de inversiones" que desnudó en su libro imprescindible de hace 18 años:
La alquimia de las finanzas. En otra de sus obras,
La crisis del capitalismo global (1998), diagnostica correctamente el caos imperante en el que han desembocado las "fuerzas del mercado". Ni la asombrosa tecnología ni su "nueva economía", que acabó en el ridículo, ni el poder militar de EU y su "nuevo orden mundial" han aportado solución alguna.
La obra, abultadamente narcisista,
George Soros sobre la globalización (2002), define excelsamente el modelo hiper financierista de la "globalización" como el "libre movimiento de capitales y el creciente dominio de las economías nacionales por los mercados financieros y las empresas multinacionales". En ese entonces todavía soñaba con la aplicación de ciertas reformas para que las instituciones internacionales alcanzaran el paso de la economía internacional y aliviaran la pobreza.
Sucedió todo lo contrario: no existen organismos sociales apropiados para emprender tan trascendental tarea y los caducos organismos internacionales (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial y Organización Mundial de Comercio con sus excrecencias
teratogénicas como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos y el Banco Interamericano de Desarrollo) están infectados letalmente en sus entrañas al unísono de la globalización financiera.
A medida que se derrumba el modelo de la globalización financiera, Soros ha perdido su obsesión redentora y reformista que pudo haber salvado el modelo, gracias a la milagrosa intervención de la "sociedad abierta", lo cual valió otro libro:
La sociedad abierta: reformando el capitalismo global (2000).
El problema de la "sociedad abierta", una maravillosa metáfora popperiana, es que se encuentra muy "cerrada" y concentra los intereses financieros particulares de Soros,
ergo de la CIA, cuyo concepto pervirtió con las ONG que financia en Europa del este (y en México, Argentina y Brasil, entre otros) para avanzar la agenda unilateral de desestabilización promovida por EU con disfraz "democrático" en las fronteras rusas.
En La era de la falibilidad (sic):
consecuencias de la guerra contra el terror, su obra más reciente, que de cierta manera repite los asertos de otro libro de hace tres años:
La burbuja de la supremacía estadunidense: corrigiendo el mal uso del poder estadunidense (sic), repentinamente perdió su optimismo previo y llega hasta suponer que la "civilización" (¡súper sic!) se encuentra en peligro de muerte. Se refiere a una seudocivilización hipermaterialista que gestó la globalización financiera carente de humanismo.
En boca y manos de Soros la "sociedad abierta" constituye un superlativo dislate, ya que, por desgracia, todavía no existe como tal y, peor aún, carece del poder necesario para efectuar tanto la suavización de la globalización como el rescate del sistema financiero y su singular "civilización" (concepto que en la retórica sorosiana es antagónico a la definición luminosa del portentoso historiador galo Fernand Braudel).
Paradójicamente, sin la "sociedad abierta" sorosiana el "poder ciudadano", la prodigiosa serendipia humanista del siglo XXI como paradigma de la nueva civilización por edificar, se está imponiendo gradualmente en el planeta y se ha pronunciado contra el unilateralismo de EU y su ilusa unipolaridad que impusieron a la globalización financiera en agonía. De la misma manera que antes existieron otras civilizaciones fulgurantes en la historia del género humano hace seis mil años, la nueva civilización del siglo XXI tendrá necesariamente que ser menos materialista y más espiritualmente
biosférica para restaurar el tiempo perdido y requilibrar la armonía extraviada.
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