Raúl Zibechi
En las últimas semanas se acumularon varias noticias negativas sobre la integración regional. Algunos episodios tuvieron como protagonista al gobierno de Tabaré Vázquez, pero los decisivos fueron protagonizados por Brasil. El 11 y 12 de julio llegó a Montevideo una misión de alto nivel del gobierno de Estados Unidos, integrada por el subsecretario para Asuntos Hemisféricos, Thomas Shannon, y el secretario del Tesoro, Henry Paulson. Durante la reunión se definió a Uruguay como socio estratégico de Washington.
El ministro de Economía, Danilo Astori, aprovechó la ocasión para realizar un encuentro con sus pares de México, Chile y Perú en una "jornada de trabajo" con Paulson con el objetivo de profundizar el comercio bilateral con Estados Unidos. Al encuentro se invitó a los ministros de Brasil, Colombia y Argentina, que no pudieron asistir, pero Astori no invitó a Ecuador, Bolivia y Venezuela. Días después, el ministro uruguayo señaló que el estilo de Hugo Chávez es un obstáculo para el Mercosur.
A principios de julio el presidente Luiz Inacio Lula da Silva avanzó en acuerdos estratégicos con la Unión Europea. La primera Cumbre UE-Brasil, en Lisboa, tuvo en el cambio climático uno de sus ejes que se traduce en el impulso a los biocombustibles. En la reunión empresarial paralela a la cumbre se firmó la asociación de Petrobras y la portuguesa Galp para la producción de 600 mil toneladas anuales de aceites vegetales para su comercialización en Europa, una vez transformadas en biodiesel. Este tipo de acuerdos alejan la posibilidad de que el Mercosur camine hacia la soberanía y seguridad alimentarias.
Tal vez por eso las diferencias entre Chávez y Lula pasaron de la diplomacia a las declaraciones públicas. El presidente venezolano aseguró que no está interesado en el "viejo" Mercosur. Las diferencias entre ambos países son cada vez mayores. Brasil está interesado en los negocios y en posicionarse como potencia regional y global, pero no hace el menor gesto hacia la integración y, sobre todo, no está dispuesto a pagar ningún precio para concretarla. En tanto, Venezuela no deja de tomar iniciativas y hacer a un lado los negocios con tal de fortalecer las alianzas regionales.
El Banco del Sur iba a lanzarse durante la Copa América en Caracas, pero debió postergarse sin fecha debido a las diferencias de Brasilia. Del Gasoducto del Sur ya ni se habla, pero el gobierno de Lula sigue interesado en un gasoducto entre Venezuela y el nordeste para favorecer la expansión industrial de esa zona postergada de Brasil. Dos iniciativas necesarias para todos los países de la región muestran a los dos países enfrentados. El gran problema es que las grandes iniciativas no van a avanzar si Brasil, que seguirá siendo país clave de la región, no deja de poner por delante sus estrechos intereses nacionales.
La forma como el gobierno Lula está abordando las relaciones con sus vecinos más pequeños son una clara muestra de ello. Fernando Lugo, candidato progresista a la presidencia de Paraguay, recordó hace varias semanas en una entrevista con Folha de Sao Paulo que su país está subvencionando a la industria paulista. El 98 por ciento de la energía que produce la represa binacional de Itaipú es vendida a Brasil a precios irrisorios, con lo que éste cubre más de 20 por ciento de sus necesidades energéticas. Paraguay percibe apenas 250 millones de dólares por la energía que vende, pero al precio del mercado debería ingresar 3 mil 500 millones de dólares.
Lugo apuesta a rever el contrato y aumentar el precio a la mitad de lo que se paga en el mercado. Pero el canciller Celso Amorim se niega a revisar un acuerdo firmado cuando ambos países eran gobernados por dictaduras militares. Paraguay debe importar petróleo pagando precios superiores a los que recibe por vender su energía a Brasil. Por otro lado, Itaipú generó una deuda espuria, al igual que la represa de Yacyretá, construida con Argentina. Pero mientras Kirchner está dispuesto a revisar las cuentas, Brasil se sigue negando. Si esto sucede bajo el gobierno de Lula, se puede imaginar lo que pasará luego de 2010, cuando la derecha retorne a Brasilia.
Con Ecuador las cosas no son mejores. Un informe encargado por el ministro Alberto Acosta estableció que Petrobras incurrió en delitos por la venta de acciones a la japonesa Teikoku y por la apropiación ilegal de un pozo de la estatal Petroecuador, delito similar al que provocó la anulación del contrato con la estadunidnese OXY. El gobierno, presionado por los movimientos sociales, estudia anular el contrato de Petrobras. Pero Brasil presiona a Ecuador a favor de ésta, pese a que no es empresa estatal, sino mixta. El informe de Fernando Villavicencio, Piratas en la Amazonia ecuatoriana, documenta dichas presiones y el proceso de corrupción promovido por Petrobras.
Bolivia debió llevar al Parlamento Amazónico su litigio con Brasil por la construcción de dos represas en el fronterizo río Madera. El gobierno de Evo Morales solicitó una reunión a Brasilia para abordar el conflicto, pero Celso Amorim, que considera las represas como "estratégicas", ni siquiera tuvo la gentileza de responder a su par David Choquehuanca. Lo cierto es que las obras inundarán más de 500 kilómetros cuadrados de la Amazonia boliviana y que el gobierno de Lula adelantó que no dará marcha atrás. Brasil se molestó por el decreto de Evo que en junio obligó a Petrobras a venderle dos refinerías de petróleo a Bolivia.
A diferencia de Venezuela y de Argentina, Brasil abandonó a Bolivia sin la menor intención de cooperar para que pueda industrializar sus recursos naturales y salir así de la postración neocolonial. Lula sigue siendo prisionero de las multinacionales, del sector financiero y de la ambición de elevar a Brasil al rango de potencia. Pero todo tiene su precio. Cuando iba a iniciar su discurso de apertura de los Juegos Panamericanos en Rio de Janeiro recibió una rotunda rechifla. Mañana le puede suceder lo mismo en cualquier país de la región.
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