Hernán González G.
Envía un lector cuyo nombre omite, algunos poemas del libro ¿Dónde está, muerte, tu victoria?, de Jerónimo Verduzco, monje franciscano nacido en Coahuila en 1923 y fallecido en Cuernavaca en 1996, ocho días después de haber sido atropellado por un automóvil.
"Si su anticlericalismo puede ser contenido por esta ocasión -escribe el devoto remitente-, seguramente a no pocos de sus lectores emocionarán los versos en torno a la muerte de alguien cuya vena poética, clara inteligencia, apacible temperamento y gran bondad le hicieron sembrar amistad y fe a su paso por esta vida."
Mire usted, en estos tiempos de confusión premeditada e inducida que agobian a México, la creciente intromisión de la Iglesia católica en la errática política o lo que por ésta entienden los metidos a gobernantes, obliga, como nunca, a abrir los ojos para identificar a los enemigos del país disfrazados con piel de oveja.
Someterse, avalar o permanecer indiferentes ante la manipulación descarada de la conciencia del pueblo mexicano por parte de la clerigalla y de sus voceros laicos, políticos visionudos e impúdicos empresarios, equivale a traicionar a México y contribuir a su sometimiento. La poesía, cuando no es confesional, puede ser, como decía Gabriel Celaya, "un arma cargada de futuro", y de presente. Estos son algunos versos de fray Jerónimo Verduzco:
"¿Cómo vendrás a mi encuentro? ¿Desnuda, cual negra daga? ¿Ardiente, cual roja llaga? ¿Implacable, como el centro de una hecatombe? Muy dentro, de lo más tuyo y más mío, cobarde te desafío y en mi soledad te llamo: ¿por qué con odio, te amo y huyendo de ti, te ansío?"
"Llevo en mi carne una herida y nadie, Muerte, lo sabe. Canto triste como el ave, cuando presiente, dolida, la muerte en su voz prendida. Tú sabes todo el abismo, todo el negro cataclismo, todo el grito silenciado de mi secreto llorado: ¡porque tú eres mi yo mismo!
"Juguemos Muerte, a la vida: que tú eras un ruiseñor en el tibio resplandor de la noche estremecida... y yo, una rosa nacida para no morir jamás... que tú eras, leve y fugaz, una herida en el costado... y yo, de ti enamorado, era vida, ¡y nada más!
"Si eres, Muerte, lo que no eras: soledad, hueco, vacío, ¿por qué me recorre un río de angustia cuando me hieres con la vida que en mí mueres? No existes, y tu presencia cubre toda mi existencia de dolor de parte a parte: ¿Es un delirio invocarte, Muerte, júbilo y dolencia?
"Me llaman Muerte, y soy vida. Soledad, y soy presencia. Tránsito, y soy permanencia. Olvido, y en mí se anida el Amor. Negra caída, y yo levanto del suelo la flor del intacto anhelo que desemboca en el todo: me llaman abismo y lodo, ¡y soy plenitud de cielo!"
Ay, estimado fray, si los creyentes, digo yo, leyeran más poesía y menos encíclicas, probablemente su fe recuperaría una religiosidad individual, responsable y solidaria.
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