miércoles, agosto 01, 2007

Calderón y su estilo personal de gobernar

Miguel Angel Velázquez

Mentir y golpear, golpear y mentir...
La política trastocada en venganza

La perversa tendencia a confundir lo político con la venganza y el odio ha obligado a que desde el gobierno de la ciudad se exija que se despolitice el tema de la deuda capitalina y su refinanciamiento, como un recurso defensivo que pretende situar a la revancha vulgar en uno de los instrumentos del arte de la lucha entre los de diferente pensar.

Y es que en las expresiones del gobierno federal actual no hay cabida más que para el odio, sólo hay lugar para la venganza, lo político no existe. Para que así fuera, es decir, para que la política ganara el terreno que le pertenece, tendría que triunfar, dentro del juego de la intolerancia ideológica, el acuerdo que con respeto a las diferencias, diera cabida al entendimiento.

Pero cuando se pudre el pensar por la obsesión de hacer daño al que no ha querido someterse, la política no sirve. La pasión malsana merma la inteligencia, impide escuchar al otro, trastoca el acuerdo y lo transforma en estrategia que tiene como meta destruir al que se considera enemigo.

Lo grave aquí es que Felipe Calderón nos ha mostrado, se quiera o no, que ese es su "estilo personal de gobernar", y esto quiere decir que no se trata, nada más, de su rencor hacia el pueblo que lo rechaza -el del DF-, sino de la definición clara de una forma de ejercer el poder hacia todo el país.

Mentir y golpear, golpear y mentir, así se ha ido construyendo el nuevo tejido del poder en México, y esto no es más que la consecuencia, lógica, diríamos, de la imposición. Nada bueno podría traer el fraude.

Pero no todos en el gobierno panista tragan fuego, y ayer por la mañana ya se sabía que a eso de las cinco de la tarde, más o menos, se tendría una respuesta afirmativa, por parte de la Secretaría de Hacienda, al refinanciamiento de la deuda de la ciudad.

En el gobierno federal se sabía -Carstens, principalmente- que dejar como está la situación de endeudamiento del DF llevaría al país, en general, a un conflicto financiero de consecuencias imprevisibles, y ese trompo no se lo iba a echar a la uña el secretario de Hacienda.

Se tenía conciencia plena que destruir la posibilidad de dar paso al refinanciamiento de la deuda del DF, sería ir en contra de empresas nacionales y trasnacionales que de una o todas formas son el sustento del gobierno panista, y que negar el aval, en condiciones tan ventajosas, era ir en contra de los inversionistas, a quienes se obedece, prácticamente, sin chistar.

Aunque nadie nos ha querido dar datos sobre las presiones que los grupos financieros han ejercido para favorecer el acuerdo con el DF, que ha llevado con exagerada pulcritud el secretario de Finanzas, Mario Delgado, sí se sabe que, al final, serían ellos, los hombres del dinero, los que empujarían el acuerdo, pese a las intenciones de Calderón.

Así que de lo que se trató fue de poner unas gotas de odio al inevitable proceso de refinanciamiento y mandar el mensaje a todos los que quisieran establecer diferencias con su gobierno, que él, Calderón, tiene la sartén por el mango, y que su venganza puede alcanzarlos en cualquier momento.

Y eso, se quiera o no, es su estilo personal de gobernar, es la traducción práctica de lo que el fraude significa para un país como México, que aún tiene que saldar muchas cuentas con sus habitantes.

De pasadita

La historia del político estadunidense Al Gore, que ayer dictó una conferencia sobre la protección del medio ambiente, en el DF, es la historia de un fraude electoral que humilló la tan orgullosa democracia de los Estados Unidos, y cuyas consecuencias ha tenido que pagar el mundo con guerras y sangre.

Al Gore vino a México invitado por el gobierno de la capital, y pagado por un grupo de empresarios que se cooperaron para alcanzar la suma que cobra el ahora ambientalista, pero eso no es todo. Cuando en Los Pinos se supo de la visita, los hombres de Calderón presionaron para que el defraudado líder también se reuniera con el panista, y aunque la agenda del estadunidense no daba tiempo más que para la conferencia, es decir, del avión iría al lugar de la plática, y al termino de ésta regresaría a su país, la gente de Los Pinos lo obligó a cambiar su itinerario.

Y lo increíble: Gore se reunió con Calderón y los dos perdieron la vergüenza. Así es la modernidad.

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