Luis Linares Zapata
Las piquetas de la crítica que se expresa en medios no sueltan la presa que creen sangrante, decadente, moribunda. Trátese de columnistas, locutores con frases valorativas al canto, comentaristas de radio o tv que se proclaman independientes o articulistas de espacios fijos, la reincidencia bien puede ser catalogada como lugar común, coincidencia (¿?) o simple línea superior cuando arremeten con todo empuje contra la izquierda. Siempre haciendo la diferencia entre dos grandes categorías de estas posiciones ideológico-políticas: una, la buena, la predican y desean razonable, moderna, negociadora, propositiva, institucional. Pues la otra, para ellos, es rebelde, anclada en el pasado, la que manda a volar las instituciones nacionales, la que sigue, encorajinada por las exclusiones y el fraude, las palabras de su mesiánico guía, la causa eficiente de la perdición futura del PRD.
Dicotomía maniquea, pero útil, para predecir el triunfo, ya bien entrevisto, de una sobre la segunda (Casar, Reforma, lunes 30). Sui generis manera, por demás grosera, de enfocar una realidad que poco o nada tiene que ver con tan sesudos, pero eso sí, frecuentes análisis interesados. Un pleito que se dirime en medios y entre críticos que no atienden a los datos duros de la realidad. Alegato que poco trasciende al llamado populacho y a grandes sectores de las clases medias. Estos contingentes humanos se mueven, agitan y sufren en medio de una problemática distante y de diferente sustancia. Allí, en ese vasto lugar de desolación en que se ha transformado México después de un cuarto de siglo de nulo o mediocre crecimiento económico y grotesco reparto de ingreso y oportunidades, las aspiraciones, necesidades y urgencias se clavan en una premonición de cambio que languidece por inanición.
El diferendo entre corrientes del PRD y la postura de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) respecto de la estrategia de rechazar, de manera tajante, la imposición (fraude) ha sido el punto nodal de cierta crítica que, por repetitiva, bien puede ser llamada compulsiva. Cualquier diferencia, detalle verbal, seña minúscula, modo de enfrentar la actualidad o simple opinión divergente es tomada por los críticos de AMLO para predicar la caída en popularidad de su persona, de su movimiento o de sus oportunidades de hacer política constructiva (Ciro Gómez Leyva, Milenio, lunes 30)
Todo, para tan incisivos analistas, puede ser enfocado desde la perspectiva de dos izquierdas divergentes, enfrentadas y en lucha fratricida. Un pleito que da indicios de haberse resuelto, según desean, predican, sustentan con múltiples encuestas y votos emitidos. La versión moderna, la que para ellos ya gana terreno, puede verse reflejada de cuerpo entero en las recientes elecciones de delegados a la asamblea del PRD (Astillero, La Jornada, lunes 30). Pero, sin hacer caso a tales alegatos de lo sucedido, vuelven sobre sus cavilaciones y coinciden, de nueva cuenta, en sus ya conocidos juicios terminales.
Es Nueva Izquierda la facción elegida (por esa penetrante crítica ya descrita) para llevarse el triunfo histórico, la que construirá rutas, la que propondrá soluciones viables. Esa, dicen sin duda, es la de los triunfadores, la que ya apunta al horizonte del progreso. La que encabeza AMLO, por el contrario, irá al ostracismo de las causas perdidas, será el rescoldo de los héroes fatigados y los seguidores irredentos e iracundos. Aseguran, sin dejo dubitativo, que AMLO se aislará de manera inevitable, pues parte de una superioridad moral empolladora de tiranías; es la postura no institucional y muchas otras categorizaciones negativas adicionales.
Para cualquier grupo, persona, posición ideológica o facción partidaria así predicada, un hálito de mesura y hasta pena debe circundarlo. Tanto para los que resultan elogiados en sus profecías como para los condenados al cadalso de sus deseos irrefrenables. A ambos sujetos de sus endechas debe aligerarlos un aire restaurador. Nadie puede, en sana cordura, arrellanarse con tamañas imposturas. Nada ganarán los que se crean tales análisis aunque se presenten desinteresados, pues todos esos críticos, casi al unísono, vuelven a coincidir en su indiferencia por unos y otros de los susodichos contendientes. Adelantan, con desparpajo, que a ninguno quieren favorecer ni respaldar en la contienda que escenifican. Pero, a las claras, lo que les importa es ver, con sorna y hasta cierto grado de fingido dolor íntimo, el despeñadero de uno y no la victoria de los modernos.
En tal dicotomía no cabe la realidad que puede observarse en la calle, en las plazas de pueblos y colonias, en las barriadas, zonas pérdidas de las ciudades populosas, en los centros comerciales de las clases medias, en los baches de calles o las vestimentas raídas de los escolares, en las carreteras de brecha, en los modestos hogares de los mexicanos. Ahí la historia es otra muy diferente. Ahí poco les interesan las corrientes de la izquierda, las rutas divergentes enfrentadas o los salvadores iluminados, ahí sólo un denso ambiente de limitaciones se condensa y los horizontes se palpan cerrados. Ahí la luz es parpadeante, débil, apenas entrevista y a duras penas sostenida. Ahí sólo llega esa intensa batalla por mantener lo que resta de esperanza, la voz que les llama a construir una nueva República más justa donde los excluidos tengan un lugar apropiado para sobrevivir y crecer. Lo demás, es un superfluo regodeo de medios que le hacen un buen servicio a ese grupo de poderosos que quieren seguir obteniendo las utilidades que, por estos aciagos días para millones de compatriotas desempleados o forzados a laborar en la economía informal, reportan las empresas mexicanas que cotizan en bolsa (más de 100 mil millones de pesos en el primer semestre de este año del oficialismo calderoniano) o en rebajar la tasa de la CETU que aparenta molestarles.
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