La metamorfosis de Khadaffi
México, D.F., 3 de agosto (apro).- La liberación del personal de salud búlgaro condenado a muerte por presuntamente haber inoculado con el virus del sida a 436 niños libios, a cambio de un pragmático acuerdo entre Trípoli y la Unión Europea, volvió a centrar la atención sobre Muammar Khadaffi, el polémico presidente de Libia, que en unos cuantos años pasó de ser un “terrorista internacional” a un aliado estratégico.Más allá de que se iba a cometer una monstruosa injusticia al ejecutar a las cinco enfermeras y el médico palestino naturalizado búlgaro, si se considera que una comisión de expertos internacionales determinó que los niños se contagiaron antes de que éstos llegaran a Libia y debido a las deficientes condiciones de higiene locales, Khadaffi no podía permitir que la sentencia hiciera retroceder sus avances y pusiera en riesgo la estabilidad económica del país y su propia sobrevivencia política.Así, aunque nunca exoneró a los trabajadores de la salud, seguramente para no encender los ánimos internos, Trípoli optó por una salida práctica. Con Francia a la cabeza, la Unión Europea se ofreció como garante de un fondo de indemnización para las familias de los niños contagiados –56 ya han muerto– y, además, el Estado libio se verá beneficiado por una serie de acuerdos comerciales, migratorios, culturales, de salud, de seguridad y hasta nucleares, que sin duda resultarán más útiles para sus ciudadanos que la ejecución de las enfermeras y el médico.El arreglo, por supuesto, no gustó a todos. Muchos familiares de los niños afectados y miembros de grupos radicales acusaron al gobierno libio de haberse “vendido”. Del lado europeo también hubo críticas por los 461 millones de dólares que se destinarán al fondo, que muchos vieron como la “compra” de la libertad del las enfermeras y que, además, no quedó claro de dónde provendrían, aunque, pese a la enfática negativa del presidente francés, Nicolás Sarkozy, se presume que serán aportaciones gubernamentales.Independientemente de estas consideraciones, el monto no debería alarmar a los europeos. El gobierno de Khadaffi dio más de 2,700 millones de dólares para indemnizar a los familiares de las víctimas de los aviones de Panam y UTA, que sus agentes se encargaron de derribar años antes. Este pago, que era el reconocimiento de su responsabilidad, constituyó uno de los puntos medulares de su reincorporación a la comunidad internacional, porque apenas ocho años atrás, Libia era considerada por Occidente como un “Estado rufián” y su dirigente como “un promotor del terrorismo”.Hijo de beduinos nómadas y formado en una arraigada tradición islámica, Khadaffi también entró muy joven en contacto con el panarabismo que proclamaba el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser. Inspirado por éste, fundó en 1966, cuando cursaba una carrera militar en Londres, la Unión de Oficiales Libres, base del movimiento de oficiales jóvenes que, tres años después, habría de derrocar al rey Idris en Libia.Instalado en el poder desde entonces, Khadaffi pasó a ser, junto con otros líderes como Ben Bella, Houari Boumedienne, Hafez el Assad, Yasser Arafat y el propio Sadam Hussein, una de las figuras más destacadas del nacionalismo árabe de la segunda mitad del siglo XX. En tiempos de la Guerra Fría, esto significaba por definición alinearse con los gobiernos socialistas y los movimientos revolucionarios y, para Estados Unidos, por ende, con la Unión Soviética.Aunque en realidad siempre estuvo más cercano a los países No Alineados y en su Libro Verde –un manual doctrinario– planteó la llamada “tercera teoría”, que se aparta tanto del capitalismo como del marxismo y reivindica la democracia directa como sistema de gobierno, en la práctica, tanto a nivel interno como externo, Khadaffi siguió un modelo muy similar al caudillaje autoritario, populista y antioccidental que adoptó la mayoría de sus correligionarios.En el plano político interno, disolvió todos los partidos y redactó una nueva Constitución, que convocaba a la unidad nacional bajo los principios del Islam, el socialismo y el nasserismo. Creó una compleja estructura de participación a través de comités populares y un Congreso General del Pueblo; estableció un sistema de seguridad social y promovió la alfabetización general y la capacitación de los trabajadores. En 1977, el país cambió su nombre al de Yamahiriya Árabe, Popular y Socialista. Paralelamente, obligó a británicos y estadunidenses a abandonar sus bases militares en el país y limitó la actividad de las casi 60 transnacionales que operaban en Libia. El sector más afectado por esta medida fue el petrolero, ya que el Estado tomó el control de la producción y nacionalizó algunas empresas, aunque nunca rompió del todo con las compañías extranjeras.Con los enormes recursos que proporcionaba el petróleo, Khadaffi se lanzó entonces a un ambicioso programa de modernización, dando énfasis especial al desarrollo de la agricultura, sobre todo en la costa. Repartió tierra, proporcionó insumos y maquinaria, y estableció sistemas de riego. En pocos años, Libia pasó de ser un país pobre y dependiente, a un país soberano y con crecimiento, que alcanzó el ingreso per cápita más alto de toda África.Del lado de los “malos”En el plano externo, las cosas no caminaron tan bien. Fiel promotor del panarabismo nasseriano, Khadaffi se estrelló una y otra vez con los gobiernos árabes de la región, que no siguieron su idea de formar una gran unión política y militar. Con las monarquías (Arabia Saudita, Jordania, Marruecos) y los emiratos (Bahrein, Kuwait, Qatar, etc) su colisión fue total, pero también se distanció de Siria, Túnez y Egipto, con el que tuvo un serio choque por el acuerdo de paz con Israel que firmó su entonces presidente, Anuar el Sadat.En contraparte, el coronel estableció muy buenos lazos con figuras y movimientos que hacían levantar la ceja a la comunidad internacional, sobre todo del lado de Occidente. Desde su extraño acercamiento con el dictador ugandés Idi Amín, presuntamente para islamizar a la población negra, hasta su involucramiento en la guerra civil del Chad, pasando por sus relaciones con el Frente Polisario, la OLP, el ERI, la ETA, los sandinistas, el FMLN salvadoreño, Cuba, Angola y, en general, todos aquellos que predicaran el nacionalismo revolucionario, Khadaffi se colocó incuestionablemente del lado de los “malos”.No pocos fueron los intentos europeos, pero sobre todo estadunidenses, de sacarlo de la escena política, pero la verdadera tensión llegó con el gobierno de Ronald Reagan, que colocó a Libia en una lista de países que apoyaban el terrorismo, y la trató como tal. En 1981 Washington y Trípoli rompieron relaciones diplomáticas y, en cadena, se sucedieron las presiones económicas, la desestabilización interna, los vuelos de reconocimiento, hasta llegar al bombardeo de 1986, que mató a 37 personas, entre ellas una hija adoptiva de Khadaffi.El coronel, ciertamente, no era inocente. La implicación de sus agentes en los bombazos de los aeropuertos de Viena y Roma (1985) y de la discoteca La Belle de Berlín (1986); su apoyo al terrorista palestino Abú Nidal, que cometió varios atentados en suelo europeo y, finalmente, el derribamiento de los aviones de Panam y UTA (1988 y 1999) revelaron que su activismo no era meramente político.Las sanciones rebasaron entonces el ámbito estadunidense. En 1992 la ONU exigió la entrega de seis acusados por los atentados aéreos, decretó un bloqueo aéreo total de Libia y un embargo de armas. Un año después vendrían las sanciones económicas, el congelamiento de los recursos financieros y la reducción de personal diplomático de casi todos los países que no mantenían una relación “especial” con el gobierno de Trípoli. Khadaffi se convirtió en un virtual “paria internacional”.Siete años después, al parecer las presiones internacionales surtieron efecto y con la intermediación del exlíder del Congreso Nacional Africano y presidente de Sudáfrica, Nelson Mandela, Khadaffi entregó a dos agentes libios para que fueran juzgados por los atentados aéreos en el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya. Casi inmediatamente, la Gran Bretaña anunció el restablecimiento de relaciones diplomáticas y la Unión Europea levantó sus medidas restrictivas. No así Estados Unidos, que pese a tener un demócrata en la Casa Blanca (Bill Clinton), mantuvo las sanciones de la era Reagan.Pero después, los atentados de septiembre de 2001 habrían de acelerar la conversión de Khadaffi. El dirigente libio los condenó sin vacilar y marcó su distancia del yihadismo islámico, particularmente de la red Al Qaeda. Al siguiente año reconoció oficialmente su responsabilidad en los bombazos aéreos de los ochenta, tomó distancia pública del terrorismo e indeminizó con más de 2,700 millones de dólares a los familiares de las víctimas de Panam y UTA.En 2003, ya con la invasión de Irak en curso, el líder libio anunció que su país ponía fin a sus programas de armas químicas, biológicas y nucleares. La ONU levantó inmediatamente sus sanciones y el Departamento norteamericano de Estado adelantó que Washington también estudiaba levantar las suyas. George W. Bush lo capitalizó como un “logro” en su campaña de reelección. En 2004 Washington abrió una oficina diplomática para restablecer contactos con el gobierno de Trípoli y, en mayo de 2006, se renovaron la relaciones a nivel de embajada.A partir del levantamiento de las sanciones económicas, Libia ha vuelto a experimentar un fuerte desarrollo económico. Y aunque el Estado sigue controlando gran parte de la economía y la inversión extranjera está limitada al 50 por ciento, el Fondo Monetario Internacional ha elogiado las “rápidas y profundas medidas macroeconómicas” que están reorientando a Libia hacia una economía de mercado. Compañías europeas y estadunidenses han vuelto a trabajar en territorio libio y se prevé que la cooperación se incremente en los próximos años.En el plano político, además de deslindarse del terrorismo islámico, Khadaffi ha dejado también atrás el panarabismo y ahora se dedica a fomentar la unidad africana. Ha mediado en conflictos bélicos, intervenido para liberar rehenes y hasta hizo un llamado a Irán para que se someta al control internacional en cuestiones nucleares. En lo que todavía no ha dado una definición clara, es en su posición frente a Israel, su enemigo de toda la vida.Las especulaciones sobre esta metamorfosis abundan. Unos fijan el inicio en la caída del bloque socialista y el agotamiento del movimiento revolucionario mundial, y otros piensan en las sanciones económicas y el estancamiento petrolero del país. Muchos suponen que, después del 11/S y el derrocamiento de Hussein, Khadaffi comprendió que no podía seguir desafiando a Occidente. Hay quienes dicen que requería de ayuda para enfrentar a extremistas internos vinculados con Al Qaeda, y también hay quienes hablan de su edad y de la influencia de su hijo Seif al-Islam, llamado a sucederlo.Tal vez sea todo junto. Pero está claro que el nuevo Khadaffi no podía darse el lujo de retroceder y ejecutar a las enfermeras búlgaras.
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