Hoy que el PAN está más que nunca en pie de lucha (lucha sucia, por supuesto) para ir “con todo” contra los que creemos que un México mejor es posible y que hay que cambiar, sí, cambiar desde nosotros mismos, hoy, digo, muchas personas que votaron por AMLO y el PRD reniegan de ambos y se han convertido en el mejor caldo de cultivo para que se desarrolle el virus del fascismo. (Si no saben lo que es el fascismo, indaguen, pregunten a los sobrevivientes, que todavía los hay, acerca de la guerra española y de la dictadura de Francisco Franco).
Los hay que fueron furibundos partidarios del PRD y en la campaña hacían volantes y regalaban camisetas y cuanto hay porque pensaban que al ganar AMLO la presidencia, tendrían manera de obtener algún jugoso hueso o, al menos un huesito. Como eso no sucedió, hoy son furibundos partidarios del PAN y esperan rezando el 2009 o, de perdiz, el 2012.
Hay otros que no iban por cargo alguno, que simplemente simpatizaban con AMLO porque lo percibían honesto, pero como no ganó (porque le robaron la elección, entiéndase), ya no lo quieren y se hacen eco de las mentiras sucias e idiotas que andan pregonando los panistas: que si López Obrador ya no vive en Copilco porque se compró un palacete en las Lomas; que si AMLO tiene casas y ranchos en Tabasco, es más, que él y su familia son dueños de la mitad del estado tabasqueño; o bien, los reclamos de los radicales: que qué anda haciendo recorriendo el país de pueblo en pueblo en vez de hacer algo más eficaz, más contundente.
Y así hay muchos; muchos que cuando los medios se dignaban publicar las encuestas que favorecían a AMLO, se volvieron perredistas y amlistas, sin siquiera tomarse la molestia de leer el Proyecto Alternativo de Nación… Sólo guiaban sus simpatías por lo que decían las encuestas.
Hay también (lo que son las cosas) mujeres de la tercera edad que odian a AMLO por “populista” como “bien nos dicen en la televisión”, alegan (sin preguntarse por qué ser populista tiene que considerarse nefasto), pero que no tienen reparo en recibir los $750.00 de pensión alimenticia que hoy obtienen gracias al Peje.
Y ¡claro!, padrecitos que regañan a sus feligreses desde el púlpito por haber votado por AMLO que “no era otra cosa que un peligro para México y que no cree en Dios” y que por lo tanto, ya no hay que hacerle caso, pues ahora lo único que anda haciendo es estorbar al “buen presidente Calderón”.
¿Y qué decir de la olla de grillos en que está convertido el PRD? ¿Cuántos de los que llegaron a senadores, a diputados están realmente trabajando por el bien de la sociedad? ¡Qué pronto se han olvidado de que fueron elegidos por los mismos que votamos por Andrés Manuel López Obrador! Ahora ya en sus curules eso les tiene sin cuidado y, bajita la mano, descalifican sus propuestas, aquellas que movieron a la gente a votar por el PRD.
Sin reflexionar mucho, podríamos pensar que nuestro país está podrido. Pero no, los podridos son los que detentan el poder en complicidad con los empresarios, las televisoras y los apátridas que no faltan, aquellos cuya única patria es la ganancia, el dinero.
Estos podridos de siempre se han encargado, desde hace muchos, muchos años, de mantener en la ignorancia a la gente, a los pobres de las ciudades, a los campesinos, a las amas de casa que sólo están pendientes de las telenovelas.
Ejemplo de esto: si vas al campo y le preguntas a algunos: ¿por quién votaste? Te responderán que por el PRI. ¿Y por qué? les dices. Y ellos contestan: porque los del PRI sí vienen a nuestro pueblo y porque el PRI tiene los colores de mi bandera y de mi virgencita de Guadalupe.
De esto se están a aprovechando ahora los del PAN, o mejor dicho, los del PRIAN. De la ignorancia, de la pobreza, de la indefensión de la gente.
Y los que más o menos saben cómo andan las cosas, porque leen, porque se informan, porque tienen dignidad y principios ¿qué hacen?
Hay escritores, gente de saber, articulistas, que escriben cosas muy sesudas (no lo digo con sarcasmo), que explican o tratan de explicar la realidad mexicana: que si los energéticos, que si el agua, que si la deforestación, que si la seguridad social, que si la corrupción de los funcionarios, la corrupción de la justicia, la corrupción de los legisladores, de los líderes sindicales, que si el desempleo, que si el insultante aumento al salario mínimo, que si el maíz y la tortilla, que si la cultura, la ciencia y la tecnología, que si los gringos, que si la guerra sucia, etcétera, etcétera,.
¡Muy bien! Si todo lo que estos analistas escriben y publican en La Jornada, en Proceso, en los blogs, en El Universal a veces, en el ¡Por Esto! o lo hacen saber a través de RadioUnam y otros medios, si todo ese saber, repito, lo supieran los campesinos, los pobres de las ciudades, las amas de casa enajenadas, no habría nadie que votara por X partido sólo por los colores o por motivos religiosos, o por sacos de cemento, o por láminas, o por despensas (limosnas electorales, después de todo).
Pero, debido precisamente a la ignorancia ancestral que agobia a gran parte de las gentes, ellas no entenderían las reflexiones de muchos de los analistas que escriben para otros analistas o para gente más o menos “leida y escrebida”. Y, por otro lado, ¿acaso quienes viven en la pobreza cotidiana pueden comprar el Proceso o tienen acceso a internet? Muchos ni siquiera pueden darse el lujo de gastar $10.00 para adquirir un diario y, si disponen de esos $10.00, la mayoría prefieren adquirir periódicos de deportes o de nota roja; ¿por qué? ¿Será acaso por falta de cultura política o porque con esa literatura-gráfica se evaden de las preocupaciones de su pobreza?
¿Qué tal si “los que más o menos saben cómo andan las cosas” en nuestro país se acercaran a ese gran público de lectores a través de los diarios y revistas que ellos acostumbran leer?
Además, en esta precariedad de información para la gente acerca de la realidad, no faltan quienes diciéndose “de izquierda” introducen en sus escritos ruido derechista y con eso provocan confusión. Y no digo que si eres de izquierda no puedas hacer críticas ¡oh, no! Pero hay de críticas a críticas y lugar, modo y momento de hacerlas, y si no lo sabes, mejor cállate. Y si te equivocas, reconócelo y rectifica.
En fin, todo esto es sólo para invitar a quien quiera y pueda a hacer algo efectivo para aminorar, para acabar con la ignorancia que esclaviza a las personas.
¿Qué esperan, por ejemplo, los antropólogos sociales para ir a las comunidades y decir a la gente lo que en verdad está pasando en vez de sólo tomarla como objeto de estudio? A cambio de lo que las comunidades le aportan al antropólogo ¿qué reciben ellas? ¿Acaso, por lo menos, los beneficios de la alfabetización básica y ampliada?
¿Qué impide que los que saben de cuestiones económicas pongan frente al pueblo mexicano, en palabras simples y claras cuánto ganan los que sí ganan para que lo comparen con los salarios que cada quien recibe? No hablar de porcentajes, por favor, sino decir, por ejemplo: “aquí están los sueldos del presidente, de los secretarios, de los diputados, de los senadores, de todos y cada uno de los especimenes de la fauna de la alta burocracia, y aquí esta lo que ganas tú, obrero, tú campesino, tú albañil, tú prestadora de servicios a domicilio, tú enfermera, tú médico del IMSS, del ISSSTE, del Hospital General, tú empleado de limpia, tú cartero, tú maestro de primaria.
Y lo mismo, ¿no se podría exponer en qué consiste la comida de los pobres, de los de medianas posibilidades, de los que comen poco o nada frente a la comida diaria de cualquier banquero, empresario, líder sindical corrupto, o político que vive del presupuesto?
Ilustrar también (con fotos, por supuesto) la diferencia entre las residencias de los privilegiados, de los políticos, de los banqueros, de los grandes funcionarios, y el departamentito del obrero, del empleado que tiene sólo dos recámaras pequeñas, un baño donde no funciona nada, una cocinita donde sólo cabe una persona, y la casa del campesino de un solo cuarto algo grande, cierto, pero donde viven seis o siete y hasta ocho o diez personas, y también la casucha, que apenas se sostiene, de cartón y láminas de las ciudades perdidas.
Y ¿Por qué no preguntarles a los desamparados, a los que a duras penas sobreviven, cuántas veces en su vida han ido con sus hijos a disfrutar unas vacaciones y mostrarles a dónde van los potentados y a dónde los políticos y quién paga sus costosos viajes?
Y también que conozcan las diferencias entre la atención médica a la que tienen acceso los poderosos y la que reciben ellos a través de la “seguridad social”, ahora más jodida que nunca.
Y los que saben de derecho, ¿no se les ocurre alguna manera sencilla -simplificando tecnicismos jurídicos para que todo mundo entienda- de enseñar a la gente que no llegó a hacer estudios más allá de la secundaria, cuando bien les fue, cuáles son sus derechos y cómo hacerlos valer.
Y los historiadores, ¿no tienen un tiempito para elaborar cuadernillos sobre la verdadera historia de México, sobre el capitalismo, sobre los pueblos hermanos de Iberoamérica, y ponerlos al alcance de la gente común y corriente para abrir conciencias a través del conocimiento histórico? No se necesita ser panfletario, basta con referir los hechos y los procesos, con honestidad, sin desvirtuar la realidad.
En cambio, los medios, principalmente la televisión, aunque también la radio y la publicidad comercial, engañosamente meten en la conciencia de las gentes la idea de que así están bien las cosas, de que así es el mundo, de que así ha sido siempre. Estas gentes por supuesto que, de alguna manera, conocen las diferencias entre la vida de miserias que sufren en carne propia y la de los que disfrutan de la abundancia; lo que no acaban de saber, asediadas como están por la propaganda y el adoctrinamiento sesgado, es que ese mundo injusto, en verdad DEBE Y PUEDE CAMBIAR.
Muchos dirán escandalizados: ¡todo eso que está usted proponiendo equivale a estar alentando la lucha de clases!
Pues si, señores y señoras, no se asusten, es evidente que HAY CLASES, no estoy inventando el hilo negro: hay los que nada tienen, los que no pueden solventar satisfactoriamente las necesidades básicas de vivienda digna, de salud, de educación, y hay los pocos que lo tienen todo gracias a la explotación directa o solapada que ejercen sobre los excluidos. Esto, tiene que cambiar; las armas que se necesitan para lograrlo deben ser la razón y la resistencia pacífica, pero ésta, para que sea eficaz o es en solidaridad o no es nada.
Me cae que muchos también estamos podridos en la medida en que sólo pensamos en nosotros mismos y los demás nos valen. ¡Qué triste este México de hoy! El colmo: excepto unos cuántos, ¡no se oye la voz de los estudiantes a quienes siempre se les ha visto generosos!
Sin embargo, entre los obreros, entre los campesinos, entre los maestros, entre los pueblos indígenas, hay gente, aunque no sea la mayoría, que es conciente y ferozmente luchona. ¡México tiene esperanzas!, pero sólo si nos unimos, si nos dejamos de egoísmos y de querer ser protagónicos; si, humildes en vez de soberbios, generamos esfuerzos solidarios compartiendo con otros, comenzando con los que nos son cercanos, lo que alcanzamos a saber de la realidad.
María José García Quintana
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