Diego Taboada
El mundo está lleno de individuos demasiado seguros de su excelencia moral, individuos en cuyas palabras germina el latente peligro de autoconsiderarse un “puro de sangre”. Los “puros de sangre” habitan los lugares más diversos de la fauna humana, pueden estar en política –normalmente, es aquí donde más abundan, pronunciándose con una grandilocuencia y una efervescencia moral tan elevada e incendiaria que a uno llega a darle incluso la sensación de que pueden estar diciendo algo de provecho-, aunque también merodean por otros lugares como el periodismo, el mundoi del artisteo, en fin : poetastros y profetas de la más diversa ralea que, con muy poca cosa, se arrogan el derecho de opinar sobre todo y estar en todo. La biodiversidad de la estupidez es más compleja e intrincada de lo que parece.
Realmente, como sociólogo, o periodista, o escritor, o hombre curioso, o tocapelotas, o lo que quieran ustedes llamarme, sería para mí una quimera separar estos lugares como si fuesen compartimentos estancos y autónomos. La fauna artística, política y periodística entra en simbiosis con una facultad sublime, y así, no es de extrañar que las empatías individuales y colectivas acaben por conformar un puzzle de lo más variopinto y coherente, a pesar del aparente “caos” que lo conforma. No me imagino a monseñor Rouco Varela leyendo a Beckett, ese hombre escindido que se ocupaba de escribir del absurdo en lugar de proclamar a los cuatro vientos la flamígera palabra de la fe católica; me lo imagino, eso sí, parloteando con José María Aznar sobre la summa teológica de Santo Tomás de Aquino -aunque dudo que este ex-inspector de hacienda y ex-presidente tuviese la paciencia y la inteligencia para tragársela entera-, y me imagino a Don Josema devolviéndole el favor regalándole algún libro de reflexiones socio-económicas de George Soros -para adaptarlo a los nuevos tiempos-, al tiempo que comparten las aseveraciones, los escritos y los exabruptos de un dandi mediático reconvertido a bufón por obra y gracia del libre mercado de la des-información y de la españa una y grande -ya que libre, sigue sin serlo mucho-. Si hay alguien que todavía piense que no hay cemento ideológico bajo los cuerpos enclenques y enjutos de Rouco, Josema y Losantos, se equivoca, no es cuestión de empatías personales. Las ideas, ya lo decía Bernard Shaw, son como las pulgas, saltan de cabeza en cabeza, pero no pican por igual a todos.
La “libre circulación” de ideas e información por internet debiera hacernos más reflexivos, escépticos y cautelosos en nuestros razonamientos. Craso error, en lugar de instalarnos en la reflexión y prudencia inmanente, seguimos anclados en la jilipollez trascendente. En este país –y en otros- seguimos adoleciendo del peligroso estigma de razonar y buscar soluciones a los problemas con la testosterona, dejando de lado la neurona; entiendo que el hecho de ser el país Europeo más cercano al ecuador pudiera ser un factor a tener en cuenta a la hora de entender las causas de tal calentura de sangre permanente en nuestro ecosistema cultural, pero después de haber conocido a inmigrantes de la zona caliente del planeta –por cierto, dentro de unos años, eso de la “zona caliente” pasará a la historia-, más cautos, modestos y reflexivos en sus opiniones, he desechado tal hipótesis. Las excepciones, que haberlas haylas, no disculpan el tono general del gorileo mediático que nos invade. Pero dejemos el tema y hablemos de la excelsa hermandad de los “puros de sangre”, que no sólo tiene incidencia local, no : es una hermandad cosmopolita.
El “asunto Gunter Grass” ha traído cola en Alemania y resto del mundo, las declaraciones de Gunter, reconociendo, 61 años después, el haber formado parte de las SS a la irreflexiva edad de 15 años, han levantado ampollas, pero también han sido acogidas con aprobación en otros sectores. Entre los primeros, florece la patética actitud de quien se permite el derecho de juzgar la vida u obra de un individuo retroactivamente. Al parecer, a los puros de sangre les parece ahora imperdonable el premio nobel concedido al escritor Alemán en su tiempo. No se lo perdonan, vaya por dios, no era perfecto ni inmaculado, ni etéreo, ni cristalino. Vaya, que qué decepción, que Gunter fue niño y humano como usted y como yo, y que de vez en cuando también defecaba en el water y se cagaba de miedo ante lo que se le venía encima. El diario “Kolner Stadtanzeiger” publica sin pudor alguno que “El apóstol de la moral se baja del pedestal”. Otros declaran que la confesión “llega un poco tarde”, como Walter Kempowski, el escritor Berlinés que, sin embargo, suelta aquello de que “quien esté libre de culpa, que tire la primera piedra”. De todos los tirones de orejas a Grass, el más atinado, alejado del moralismo rancio y estúpido que sus detractores, paradójicamente, le achacan, es sin duda el que Pfluger le endosa en el diario Berlinés Bz : “el coraje civil no consiste sólo en pronunciarse de manera moralizadora cuando no cuesta, sino también cuando uno tiene algo que perder”. Pfluger no cae ni en un maternalismo demasiado protector con Gunter Grass, ni tampoco en el visceral y vehemente moralismo de los detractores del escritor alemán. El historiador Arnulf Baring, por su parte, declara que “las confesiones merecen un gran respeto, pero uno se pregunta porqué no sacó fuerzas para decir la verdad”. Éstos son. Sin duda, los tirones de orejas más honestos y prudentes que han podido publicarse.
Por mi parte, lo tengo claro, un acto no desmerece la valía intelectual y humana de un hombre, a no ser que éste roze los límites de la indignidad humana o los sobrepase. Grass admite haber intentado “salvar el pellejo” militando en las SS, admite también no haber disparado ni un tiro en esos años. Es cuestión, como todo en la vida, de creer o no creer en las palabras que nos definen y comprometen. Yo creo en las justificaciones de Gunter Grass; en primer lugar, porque con la misma vehemencia con la que se condena ciegamente al individuo, se debería condenar también al colectivo humano que vivió la barbarie nazi con fanática identificación : el mismo pueblo Alemán, en su conjunto. ¿Porqué no hay tanta severidad moral con las justificaciones o con el silencio de un colectivo que acabó participando de la barbarie como la hay con un escritor que, obedeciendo al instinto de conservación, se alista en el mismo cuerpo que el colectivo sacralizaba ciegamente?. Prefiero el humano instinto de conservación de un hombre intelectual y afectivamente consciente de la locura que se le venía encima, que el posterior silencio y la identificación fanática de un colectivo con la barbarie.
No me gusta ese imperativo que reza que “el pueblo es siempre inocente”, por la misma razón que desprecio a los arquitectos de moral que se sitúan más allá del bien y del mal, de las circunstancias vitales, afectivas, históricas, que ponen a prueba a un individuo. Yo estoy muy lejos de ser un héroe -y espero no estar obligado a serlo nunca- pero, por lo visto, el aburrimiento y la falta de ideas, siempre lleva a algunos nostálgicos, sean de derechas o de izquierdas, a echar de menos el heroísmo. Los héroes no “nacen”, se hacen, el verdadero “héroe” es aquel que maldice las circunstancias que le impiden sacrificar su felicidad por la absurda necesidad de echar mano del “heroísmo”. Dicho de una forma llana, el “héroe” es el individuo que maldice la imposibilidad de comer queso y besar a su novia bajo un árbol, por la absurda necesidad de tener que defender su propia integridad física –y por ende, espiritual- como persona. El “héroe” es aquel que se siente sorprendido de merecerse tal apelativo, cuando lo único que hacía es, simple y llanamente, defender su derecho a estar vivo.
A la cosmopolita hermandad de los “puros de sangre” le suele gustar la estigmatización moral a quien no es “recto e inflexible” con sus principios, y están siempre dispuestos en erigirse en algo así como románticos defensores del “honor ante todo”. No deja de ser simpático, aunque patético, que el relajamiento ético de la modernidad conserve todavía a nutridos grupo de temperamentos medievales –en el mal sentido del término-, siempre dispuestos a reunirse en las mesas redondas del periodismo, el arte y la política, para repartir culpas con la misma visceralidad, irreflexión y rapidez con la que las reparte la cúpula del Vaticano.
Lo único que me pregunto, ya puestos a contra-argumentar a los “puros de sangre”, es porqué el despiporre mediático, la vehemencia moral, en definitiva, la lupa con la que se mira a un escritor como Gunter Grass, hasta el punto de hacerle juicios de valor con carácter retroactivo, no es la misma vehemencia, la misma lupa, el mismo prisma con la que se miró al supuesto representante de Dios en la tierra, en el momento de su coronación. Ya saben, me refiero a Benedicto 16 y a su humano, demasiado humano error de haber militado en las juventudes hitlerianas de jovenzuelo. ¿Estamos juzgando el hecho o la tardanza en la confesión?, porque si es el hecho lo que se juzga, la severidad moral que se ha avalanzado sobre Gunter Grass debería ser la misma con la que se debería juzgar a Benedicto 16, y si es la tardanza en la confesión, el hecho sigue siendo el mismo : que tanto uno como otro militaron en las SS. La cuestión es que el señor Gunter no es católico, y no hay ningún párroco ni iglesia que le apure en confesarse, acaso sea porque no siente la urgencia de "salvar" su alma con la misma urgencia con la que otros corren a salvarla.
Y es que, cuando el supuesto representante de Dios en la tierra asume haber “aprendido” de tal error, la hermandad de los puros de sangre no duda en suspirar aliviada. Sin embargo, si lo hace un escritor como Gunter Grass, el resorte de su hipócrita moralina está siempre dispuesto a desencajarse. Si se considera a Gunter Grass un “apóstol de la moral” que se “baja del pedestal” –como publicó el diario “Kolner Stadtanzeiger”- , hay que tener claro, primero, que Gunter Grass se considere o se haya considerado y sentido así alguna vez en la vida. Yo lo dudo. Hay que tener también claro que le interesen los pedestales. Cosa que también dudo. Por lo que he leído, en su último viaje a España, más que los pedestales, le gustaban los paseos tranquilos y las tapas. Sin embargo, sí hay quien se autoproclama institucional y mediaticamente como apóstol de la moral y azote del “relativismo”, y enseña su pedestal con ruedas continuamente, vaya a donde vaya, ante las masas. ¿Quien es aquí el apostol de la moral y quien el que tiene pedestal, entonces?.
Lo dicho, es la biodiversidad de la estupidez, campando a sus anchas y entrando en simbiosis. Está por todos lados, afecta al mundo del arte, la política, el periodismo y el pensamiento de la fauna global. Si es cierto eso de que los más fuertes sobreviven, y por capacidad y rapidez de adaptación al medio, no tengo la menor duda : el futuro será de los estúpidos.
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