Alexis Cortés
La presencia de contradicciones al interior de una coalición política es inherente a su existencia. Prueba de ello son las conocidas huestes díscolas al interior de La Concertación o las pruebas de paternidad a la que deben someter los proyectos de Ley en La Alianza por Chile. Sin embargo, que estas contradicciones devengan en antagónicas es más difícil, esto es lo que llama la atención de la fractura que actualmente afecta a la izquierda chilena y a su más reciente conglomerado, la revelación de las pasadas municipales: El Juntos PODEMOS. El Juntos PODEMOS (JP) nació a partir de la necesidad de reunir en una plataforma única a todas las fuerzas que proponían una alternativa al actual modelo económico y social y que, sea por un sistema político excluyente o sea por su propia incapacidad, eran marginados de la política formal de representación.
Teniendo como núcleo central la alianza entre el Partido Comunista y el Humanista, el JP alcanzó la – para muchos- sorprendente cifra de 9,17% de los votos en la elección de concejales del 2003 y el significativo número de 7,4% de los votos en elección de diputados del 2005; además de instalar con fuerza la figura del humanista Tomás Hirsch en la esfera pública gracias a su destacada participación en las pasadas elecciones presidenciales. Todo parecía andar bien y el JP se había instalado efectivamente como la tercera fuerza política del país (con capacidad de tener representación). Sin embargo, la segunda vuelta electoral trajo el quiebre: el PC finalmente terminó apoyando a Michelle Bachelet condicionando su respaldo al compromiso de responder durante su futuro gobierno a cinco puntos (Sistema Binominal, Cambio del Código del Trabajo, Sistema Previsional, Pueblos Originarios y DDHH); mientras que un grupo encabezados por el abanderado del JP llamó a votar nulo la misma noche en la que se conoció la noticia de que habría segunda vuelta. Este acontecimiento redundó en la existencia de un Juntos Podemos ligado al PH y un Juntos Podemos Más cercano al PC, sutil distinción que pocos entienden y que marca a fuego el desencuentro actual de la izquierda chilena. Todo parece indicar que el viejo Lenin tenía razón, que la izquierda da un paso adelante para nuevamente sumergirse en viejas contradicciones que la llevan a dar dos pasos atrás. Aunque electoralmente la actual ley del hielo existente entre comunistas y humanistas no representa una pérdida cuantitativamente significativa a las ya exiguas votaciones de la izquierda, sí representa una merma simbólica importante; pues el JP o JP+ (antes de que alguien acuse un golpe) basaba su éxito en su capacidad sinérgica, es decir, ser más que la suma de sus partes. Precisamente era su capacidad de convergencia y unidad la que abrió la posibilidad de modificar el predecible y duopólico escenario político chileno.
Hoy en un momento de reimpulso de la lucha sindical y social, de apertura de diversos sectores a romper con la exclusión política y en el que se avecina una nueva contienda electoral municipal, la discusión acerca de lo que pasará con el JP o JP+ se hace perentoria. La posibilidad de que se revitalice esta alianza amerita asumir responsabilidades compartidas y parciales por parte de sus protagonistas. En primer lugar, la postura del voto nulo y de imposibilidad de acuerdo a priori con la Concertación debe ser matizada y subordinada a la necesidad de unidad. Una izquierda que aspira a incidir de verdad en la transformación de su realidad no puede basar su táctica política en moldes apriorísticos rígidos, que no permiten la flexibilidad requerida para actuar en escenarios políticos dinámicos. Aunque esta postura puede ser entendible en un partido como el humanista que fue parte de la Concertación, la legitimidad de este postulado no se debe interponer en la coincidencia con sus aliados estratégicos y su aspiración de convertirse en una alternativa al modelo neoliberal.
En este sentido no hay que confundir el oportunismo político con el sentido de oportunidad. Por ejemplo, Mao Tse Tung fue brillante al tener la flexibilidad táctica de aliarse circunstancialmente con los nacionalistas chinos frente a la invasión japonesa, pese a que aquellos habían perseguido y aniquilado sistemáticamente a muchos cuadros comunistas. La invasión extranjera hacía imposible que la estrategia roja triunfara, lo que volvía secundarias las diferencias con los nacionalistas, pero no bastaba con eso, había que tener el sentido de oportunidad para reconocer en el kuomintang (nacionalistas) a un aliado táctico. Tomando este ejemplo, el actual proceso de conversaciones que lleva adelante el PC con la Concertación para modificar el excluyente sistema binominal y para generar un potencial acuerdo de omisión en algunas comunas, no debe ser interpretado mecánicamente como una forma de ‘entreguismo’ o de falta de independencia; tanto más cuanto que muchos cuadros del PC han sido vitales protagonistas de las recientes movilizaciones sociales que han puesto en sucesivos jaques a la administración de la Presidenta Bachelet.
Por lo demás, cualquier avance que se consiga en pos de erosionar la exclusión política de la izquierda chilena, debería ser valorado como un paso más en el mejoramiento de la condiciones de lucha para instalar un proyecto alternativo en la sociedad. Por otro lado, el PC debe entender que un aliado estratégico no es necesariamente quien hace exactamente lo que yo quiero que haga, por el contrario, la unidad en la diversidad supone la posibilidad de disenso (más aún en lo táctico). Una real búsqueda de la unidad y de convergencia con los aliados no se puede basar en el reemplazo del abanderado ‘díscolo’ por uno de una tienda que me asegure el eco permanente de mis propias políticas. Sin duda, la izquierda chilena sería más sana si fuera más equilibrada, pues el desproporcionado tamaño -sea en lo orgánico o en lo electoral- del PC en relación al de sus aliados, incluso los humanistas, no contribuye a la superación de políticas unilaterales en el JP. Si bien en el PC se han reconocido esfuerzos por recomponer el PODEMOS, hasta ahora no se ha observado el tradicional tesón comunista -que raya en la testarudez- en lograr la coincidencia con los humanistas. Probablemente, si el PC estuviera realmente empeñado en lograr la convergencia con los humanistas, ésta ya se hubiera logrado.
La actual situación del país en la que se ha profundizado la mala distribución de la riqueza y en la que la precarización del empleo ha alcanzado niveles sin precedentes; ha traído aparejada una acumulación de malestar social evidente, generando mella en el seno mismo de la Concertación. ¿Qué condiciones más se tienen que dar para que los actores del JP o JP+ comprendan la urgencia de generar una alternativa basada en la unidad? Ya es hora que se pongan de acuerdo, que asuman sus errores y que muestren que JUNTOS PUEDEN transformar la realidad.
El autor es sociólogo de la PUC Chile
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