León García Soler
Los damnificados esperan todavía que vuelvan las aguas a su cauce y el milagro de alguna promesa cumplida. El Pánuco se salió de madre y parecía empantanarse la violencia desatada por el combate al crimen organizado. Lo del agua al agua: una denuncia anónima y el Ejército tomó a sangre y fuego una bodega donde los señores de la droga almacenaban algo más de 15 toneladas de cocaína.
Muchos disparos, ni un solo muerto. Y por un momento flotó sobre las aguas la confusión entre el Plan Colombia y el Plan México. Poderoso caballero Don Dinero. La oportuna incursión de las fuerzas armadas dio lugar a inmediata felicitación del embajador Garza al presidente Felipe Calderón. Y, mientras sus jóvenes turcos cosechan apoyos y las fuerzas centrípetas llaman a otorgar post mortem la medalla Belisario Domínguez a Carlos Castillo Peraza, Calderón reivindica el centro inasible y da vuelta a la página del penoso, inexplicable lapsus sobre “el monopolio del poder”.
A Vicente Fox le llueve en su milpita: no es mío el rancho; no son mías las cabañitas ahí construidas; se trata de una campaña de infundios, declara desfachatadamente el Macabeo abajeño. San Cristóbal Potemkin es juego de espejos, escenografía de cortesanos que únicamente omitieron las multitudes de aldeanos felices que bailan y cantan al paso de la pareja presidencial. Pero hubo repiques de campanas, misas y bendiciones de la clerigalla que lo consagraron democratizador de México, incansable luchador contra la pobreza: Mesías hecho a mano que ascendió de peón agrícola (“farmhand”, dicen los editores de su autobiográfico libro), al CEO más joven de Coca-Cola México, y en centelleante carrera política a presidente de los Estados Unidos Mexicanos.
Ya era rico, escriben críticos de fidelidad inconmovible. Los amigos de Fox dicen que no, que estaba en quiebra y se hizo de mulas en campaña, con las colectas entre los ricos que decidieron encumbrar a un gerente al frente del “gobierno de empresarios.” La farsa del alto vacío dejó en ruinas a las instituciones que sobrevivieron al desmantelamiento metódico del priato tardío: los que perdieron el poder y la historia, y se aferraron al consenso de Washington atados al mástil de la nave de la locura. Patético melodrama que pudiera dar paso al diluvio que viene. Calderón acuerda con el parlamentarismo que paralizó a Fox y a Gil su vicepresidente. Pero no encuentra la manera de conciliar el vicio y la virtud, de recuperar el PAN sin entregar el poder.
Manuel Espino llega al Consejo Nacional en minoría; aferrado a El Yunque no ve la grieta en el Muro: promueve el liderazgo internacional de Vicente Fox y condena actitudes vergonzantes que han “generado impunidad” al interior del partido. Germán Martínez Cázares, César Nava y Juan Camilo Mouriño impulsan la cercanía del partido con la Presidencia: “sólo desde la sinrazón se puede afirmar que partido y gobiernos tienen diferente misión”. La cercanía da influencia. Espino se aferra a la “honorabilidad” de Fox, mientras los herederos del sinarquismo se alejan y buscan el amparo del poder que no se comparte. El Congreso ha hecho suya la iniciativa que eludió a Fox y los suyos; deslumbra la fantasía de un régimen “semiparlamentario” atrás del espejo del “sistema métrico sexenal”. Y la reforma del Estado llega al parteaguas del que tanto se habló en el trance de la alternancia.
No habrá cambio de régimen sin Congreso Constituyente. No hablo del constituyente permanente que tan bien ha funcionado para evitar que la Constitución se congele, sea fetiche de la nostalgia del pasado que no es exclusiva de los conservadores. Para un Congreso Constituyente haría falta una revolución. O la evolución de nuestras clases políticas, de los grupos de poder real, capaz de llevarlos al borde del precipicio: desatar las fuerzas de los de abajo; demiurgos como Mirabeau, pero también como Marat; la raíz y razón de Zapata, el vigor incontenible de Obregón y de Calles; la terquedad de Lázaro Cárdenas, equiparable a la fuerza inconmovible de Juárez. En los albores de la democracia electoral nos negamos a reconocer que es medio y no fin: damos vueltas a la noria, dejamos volar la imaginación y quitamos la vista del horizonte.
Mientras Calderón busca cómo conciliar el vicio y la virtud, llegó del Vaticano la demanda de reformas a nuestra Constitución: para que los mexicanos gocemos de libertad de cultos y la incluyamos en los derechos individuales. Los emisarios del Papa saben que el Estado laico mexicano estableció la libertad de cultos, mientras los conservadores de la derecha decimonónica imponían la religión de Estado, la religión católica con exclusión de cualquier otra. Piden que curas y obispos puedan participar activamente en agrupaciones políticas y ocupar puestos públicos; concesiones de televisión y radio para difundir religión y propaganda político-electoral. Una agrupación de “abogados católicos” exige la instauración de un partido católico. Ya vendrá la exclusión, porque reclaman la educación religiosa en las escuelas públicas.
Revolución pacífica como la de Oliveira Salazar. Vicente Fox proclamó una como la cristera. Felipe Calderón es un conservador al que algunos incluirían entre los reaccionarios. Pero nació y se formó en el Estado laico, militó en un partido que optó por la persecución del poder por la vía legal, la del voto, aunque fuera al lado de quienes se empeñaron en volver a la marcha de los cangrejos, oponerse al agrarismo y a los sindicatos, a los libros de texto y la educación laica y gratuita. Hasta que llegó la victoria cultural. Y el poder siguió a los acuerdos coyunturales con Carlos Salinas. Pero no encenderán la mecha de las guerras religiosas, con reformas a contracorriente de nuestro proceso histórico.
Florencio Salazar Adame, converso panista, dio rápida respuesta al reclamo del enviado papal: No es viable. Y refrendó el compromiso del gobierno “de preservar la laicidad del Estado mexicano”. El funcionario de Gobernación se liberó de la tímida opacidad de sus antiguos compañeros de viaje en el PRI: “Un Estado confesional es por definición intolerante, de la misma manera la religión de Estado es, por su propia naturaleza, igualmente intolerante... Las iglesias tienen en el Estado laico al garante de la libertad religiosa... Tenemos una historia que en el siglo XIX estuvo cargada de conflictos: la laicidad del Estado resolvió ese problema”, dijo. Y los del XX, gracias a la tajante separación Iglesia-Estado.
Llueve sobre mojado en la geografía de la pobreza. Los Fox se exhiben entre los “mighty mexicans” y sus valedores se dicen sorprendidos por la tormenta de indignación desatada por la acumulación de riquezas mal habidas. En Perú, Fujimori es sometido a juicio criminal: matanzas y asesinatos, pero también el uso de dinero público para comprar legisladores corruptos. Y otras lindezas del que también llegó con aura de libertador a demoler los partidos políticos.
El melodrama foxiano tiene, sin embargo, tintes de tormenta. Pinochet murió sin haber sido encarcelado en Chile: su viuda y sus hijos fueron a prisión acusados de haberse enriquecido con el manejo de fondos ilegales, manipulación de dinero público. Pinochet se llevó a la tumba la impunidad del golpista, del dictador. A la cárcel todos los suyos. Nadie los defiende.
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