Alejandro Nadal
La conferencia de Bali sobre cambio climático terminó en gran farsa. Claro, muchos diplomáticos y críticos dóciles presentarán los resultados de Bali como algo positivo y parte de un proceso en construcción. Hasta la aceptación de Estados Unidos del plan de negociaciones futuras ha sido descrita como muestra de flexibilidad y anuncio de una actitud constructiva para el futuro. Lo cierto es que lo único que se está construyendo es una gran tragedia. Y si alguien lo duda, veamos los resultados.
En Bali se tenía que definir un plan para el futuro inmediato de las negociaciones sobre cambio climático. Había un sentido de emergencia. La cantidad de bióxido de carbono que hoy existe en la atmósfera rebasa el rango natural de los últimos 650 mil años. El cuarto informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) señala con toda claridad que si se quiere mantener el aumento de temperatura promedio global alrededor de los dos grados centígrados en las décadas siguientes, los países más industrializados deben recortar drásticamente sus emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) para el año 2020.
Esas reducciones deben ser entre 25 por ciento y 40 por ciento inferiores a los niveles de emisiones que tenían en 1990. El mensaje científico es directo: sin esas reducciones se rebasará el umbral de los dos grados con gravísimas consecuencias. Lo triste es que el mensaje no ha sido escuchado.
La conferencia de Bali estuvo dominada por las divisiones entre bloques de naciones. Estados Unidos, Australia, Japón y Canadá rechazaron desde el principio la inclusión de metas cuantitativas para la reducción de emisiones de GEI. Por su parte, la Unión Europea, China, India y otros países apoyaron la inclusión de esas metas cuantitativas como parte del texto final. En respuesta, Washington siguió exigiendo que las economías emergentes adopten compromisos firmes de reducciones de GEI. Estos estados exigen cooperación técnica real y asistencia financiera para comprometerse.
Al final, el plan negociado en Bali es una desaliñada mescolanza de planteamientos vagos sobre todos estos puntos. Su retórica reconoce que se necesitan reducciones profundas de GEI para las economías desarrolladas, pero sin calendarios o metas. El máximo logro fue incluir una referencia de pie de página al documento técnico del IPCC en el que se explicitan las reducciones de 25 por ciento-40 por ciento en GEI. Gran victoria, un asterisco contra el cambio climático.
Por otra parte, el plan habla de la necesidad de recortes de emisiones en China, India y otros países, pero sin siquiera señalar las grandes orientaciones de las estrategias a seguir. La retórica sobre ayuda técnica y financiera también está presente, pero con vaguedades y sin compromisos reales. En suma, el resultado de Bali es un alarde de retórica vacía y llena de ambigüedades. El rasgo dominante para el futuro inmediato será la incertidumbre.
A unas cuantas horas de concluida la conferencia de Bali, la Casa Blanca emitió un comunicado aclarando que el texto aprobado no cambia en nada la posición de los estadunidenses. Bush continúa comprometido con el lobby petrolero. Y esa posición cae como anillo al dedo a la Unión Europea. En efecto, frente a la terquedad estadunidense, la UE proyecta una imagen de lucidez y seriedad en el tema ambiental. Sin embargo, Europa está tan dominada como Washington por intereses comerciales mezquinos y de corto plazo. En especial, lo que más le importa a la UE es mantener los lucrativos negocios del mercado de bonos de carbono.
El mercado de bonos de carbono descansa sobre la base de asignar cuotas a las empresas. Si una empresa no agota su cuota, puede vender ese sobrante a las empresas que sí rebasaron el cupo que les fue asignado. Al amparo de este esquema de asignación de cuotas, el sistema europeo de transacciones de bonos de carbono (ETS) se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos en materia de especulación financiera. Casi todos los bancos europeos importantes, y la mayoría de las grandes corporaciones multinacionales de la UE, están involucrados en la especulación con bonos de carbono.
Por su dinamismo, el mercado de bonos de carbono se está convirtiendo en uno de los espacios de especulación más grandes del mundo. Por eso no sorprende que la Asociación Internacional de Transacciones de Emisiones, el lobby principal de los especuladores en el mercado mundial de bonos de carbono, haya sido uno de los organismos con mayor presencia en la conferencia de Bali.
Este año se intercambiaron bonos de carbono por 30 mil millones de dólares en el ETS. Pero el sistema de mercado de bonos de carbono ha sido un fracaso: entre 2001 y 2004 las emisiones de GEI en Europa crecieron 3 por ciento y en 2006 el aumento fue de 1.5 por ciento. Definitivamente los países europeos no tienen autoridad para dar lecciones al mundo sobre responsabilidad ambiental.
Lo más importante es que en esta conferencia sobre cambio climático se desperdició la oportunidad de aprovechar las enseñanzas de los últimos 10 años. Todos ambicionaron lo suyo en Bali, y todos perdimos.
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