Jorge Carrillo Olea
Históricamente no hay registro de un Estado en el que no tengan presencia las fuerzas armadas, con la concepción, nombre y características que correspondieron al momento. No sólo han sido omnipresentes, sino que el Estado se ha preocupado por darles un significado especial y un tratamiento de la misma índole que las coloca por encima de otras estructuras, como pudieran ser las secretarías de Estado, distinción que desde el punto de vista político debe ser absolutamente evidente. Las fuerzas armadas, con la estructura que tengan, no son una secretaría de Estado ni cumplen funciones que las asemejen a alguna de aquéllas.
La distinción tradicional por el espacio físico-geográfico en que operan (tierra, mar, aire) que ha caracterizado a las tres fuerzas tiende lentamente a desaparecer y toma cada vez mayor fuerza un sistema defensivo-ofensivo integrado, dirigido y organizado por un mando central único. A las clásicas tres fuerzas se han ido añadiendo poco a poco otras fuerzas o cuerpos armados, preparados para desempeñar predominantemente tareas de orden interno, o sea, típicamente de policía. Característicamente esto se observa en Francia con la Gendarmería, en España con la Guardia Civil o en Chile con los Carabineros. Son organizaciones o cuerpos que pertenecen al concepto de Defensa pero operan en el ámbito civil.
Las fuerzas armadas desde el punto de vista técnico-militar están organizadas internamente para alcanzar las características que institucionalmente le han sido exigidas: maximización del potencial ofensivo-defensivo, relación óptima entre gasto y calidad, humanos y del equipo, así como el más estrecho grado de coordinación funcional.
Es de todos estos conceptos que se derivan las leyes orgánicas y reglamentos que las rigen, dentro de la estructura jurídica del sistema político. Por eso no tomarlos en cuenta es hacer a un lado una doctrina universal y secularmente probada. Las fuerzas armadas son uno de los instrumentos fundamentales de que se vale un gobierno para fortalecer y sostener al Estado.
En México estos principios doctrinales no son observados y no solamente no se observan, sino que se camina en sentido contrario. Prueba de esto es la existencia de dos secretarías para integrar a las fuerzas armadas. Es prueba también de la existencia de una Secretaría de Seguridad Pública que es nutrida en sus elementos humanos por recursos provenientes del Ejército, Armada y Fuerza Aérea en una situación de ambigüedades legales y existenciales que ha dado lugar a situaciones críticas próximas a un caos.
Esta anarquía se expresa por la conflictividad interna todavía desconocida por la sociedad y por la ineficiencia y corrupción crecientes que se observan en los cuerpos policiacos.
Otra prueba de que avanzamos en sentido contrario es el empleo de efectivos militares en el combate contra el crimen organizado.
Por los aspectos doctrinales y orgánicos expuestos anteriormente se puede afirmar, sin temor a contradicción, que las tropas no son idóneas para la tarea de combatir al crimen que les está siendo asignada. Lo único que pueden aportar es aquello para lo que fueron creadas, que es el uso de la fuerza, condición que frecuentemente las lleva a la invasión de terrenos propios de los derechos humanos, creándoles un conflicto de prestigio que es sencillamente corrosivo.
Es una verdad de difícil admisión, pero evidente, que el gobierno mexicano en vez de fortalecer y prestigiar a uno de los instrumentos sustento del Estado lo fragmenta y lo corroe sin darse cuenta de los peligrosos alcances de su equivocación. Estamos ya en una situación grave en la que padecemos de una vieja ineficacia y corrupción policiaca y ahora le estamos agregando la generación de un Ejército que no siente estima por sí mismo, que no ve un futuro digno y estimulante para sus cuadros y que por lo tanto no podrá, si se le requiere, cumplir las altas funciones doctrinales que el Estado le demande en su beneficio.
Ha pasado un año de gobierno, pero faltan cinco. Nunca sería tarde para la aceptación de un error conceptual y lo que de ello se está derivando. Nunca es tarde para tener el nivel del estadista que sabe y puede tomar decisiones históricas. Nunca será tarde para resarcir a las fuerzas armadas lo que se les ha quitado, que es el orgullo de sentirse respetables y respetadas por el pueblo del cual vienen.
¿Querrá el presidente Calderón aspirar como estadista, al registro histórico de su gobierno como el que supo corregir el pasado y el presente y tuvo una visión transformadora de futuro, proyectando a las fuerzas armadas del mañana?
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