Por Juan R. Menéndez Rodríguez
Antes de dar al pueblo sacerdotes, soldados y maestros, sería oportuno saber si no se está muriendo de hambre.- Liev Nikoláievich Tolstói
Dado que estas fechas tienen más contenido espirituoso que espiritual, inútil sería ponerse a discutir los problemas de la Patria y sobrecalentar la neurona con temas "serios". Así que, amable y estimado lector, en un intento de devolverle su carácter reflexivo a la parte final del calendario, en nuestra entrega de hoy presentamos la versión tropicalizada sobre una genial historia para que la mastiquen junto a los recalentados de bacalao, pavo, romeritos o de su plato favorito del menú navideño; el mencionado relato surge de la sabiduría del influyente novelista de origen ruso Liev Nikoláievich Tolstói --León Tolstoi-- y quien fuera, también, extraordinario y profundo pensador social y moral. Junto a Fiódor Dostoyevski, Tolstoi fue uno de los grandes de la literatura rusa del siglo XIX.
Y aquella singular historia, tropicalizada, dice así:
Un día, a un Rey (también pudo haber sido gobernante, administrador o empresario mexicano) se le ocurrieron estas tres preguntas: ¿cuál era el mejor momento para hacer algo?, ¿quiénes eran las personas más importantes del reino? y ¿cuál debía ser su actividad prioritaria en todo momento? De conocer las respuestas, pensó el Rey, le sería posible tomar decisiones oportunas, tratar a los demás justamente y emplear su valioso tiempo en actividades que lo ameritaran. Así que --como todo monarca que se precie de serlo--, mandó publicar un edicto ofreciendo una jugosa recompensa a quien pudiera brindarle respuestas.
Más tardó el edicto en promulgarse, que los gurús del management en aparecer ofreciendo sus servicios de consultoría (made in Harvard) y vendiendo sistemas para la toma de decisiones y la administración del tiempo. Para tomar decisiones oportunas, unos recomendaron al monarca hacer planeación estratégica; otros, consultar a los astros y las hotlines gitanas. En respuesta a la segunda pregunta, hubo quien dijo que las personas más importantes del reino eran los sacerdotes, otros se inclinaron por los militares. Tampoco en el empleo del tiempo real hubo consenso: entre las variopintas respuestas que recibió el rey, unos recomendaban estudiar las Escrituras, otros aprender Economía y, unos más, irse de tour por el reino.
Insatisfecho con las propuestas, el Rey decidió visitar a un ermitaño que tenía fama de sabio. Pero el ermitaño no recibía visitas reales y sólo daba su consejo a buscadores sinceros. Así que nuestro Rey monarca se disfrazó de mendigo y subió solo a la montaña. Ahí encontró al viejo sabio cavando una zanja con una pesada pala. Mientras el anciano cavaba, el Rey hizo sus tres preguntas. Pero el anciano no contestó y siguió con su trabajo como si nada. Así pasaron varias horas, hasta que --intentando granjearse la buena voluntad del sabio-- el Rey se ofreció a cavar la zanja.
El monarca cavó y cavó mientras el anciano cavilaba. Por fin, cansado y sin respuestas, el Rey decidió volver a casa. Apenas se disponía a partir, cuando del bosque salió un hombre mal herido que sangraba profusamente. De inmediato, el ermitaño y el Rey se dieron a la tarea de salvarle la vida. Por ser el más joven de los dos, el Rey se ofreció a pasar la noche en vela para cuidar al herido. Hacia el amanecer, luego de haber estabilizado al paciente, el Rey se quedó dormido.
Cuando despertó, el extraño estaba lúcido y lo miraba fijamente. "Perdóneme, su Majestad", dijo. Confundido, el Rey le preguntó cómo sabía quién era y por qué habría de perdonarlo. "Soy uno de sus mayores enemigos", replicó el hombre. "Usted mandó matar a mi hermano y expropió mi propiedad. Por eso, al enterarme que subiría solo a ver al ermitaño, decidí emboscarlo. Pero como usted no volviera pronto, decidí venir a matarlo. En el camino me topé con sus guardias. Fueron ellos los que me hirieron. Paradójicamente, de no haberlo encontrado, me hubiera desangrado. Por eso, de hoy en adelante, seré su siervo más fiel".
Contento con el desenlace de su aventura, el Rey decidió regresar a su palacio, no sin antes insistir en ver si sus tres preguntas ameritaban respuesta del sabio. "¿Qué, no te das cuenta que tus tres preguntas ya fueron contestadas?", replicó el ermitaño. "Ayer tuviste compasión de mi edad y me ayudaste a cavar; de no haberlo hecho, este hombre te hubiera encontrado y te habrías arrepentido de no quedarte a ayudarme. Así que ayer, el momento más importante fue cuando decidiste quedarte a mi lado, la persona más importante del reino era yo, y el mejor uso de tu tiempo era ayudarme. Luego, cuando apareció el herido, lo más importante era curarlo, de lo contrario habría muerto y no se hubiera reconciliado contigo. Así que anoche, lo oportuno era atenderlo pues él era la persona más importante para ti, y tu prioridad era curarlo. Ésta, entonces, es la respuesta a tus preguntas: siempre, el momento más importante para hacer lo correcto es ahora, pues el hoy es lo único que tienes; la persona más importante siempre será la que está frente a ti, pues es a la que puedes hacerle bien; y, tu prioridad en cada momento deber ser ayudar a quien tienes cerca, pues en eso radica la felicidad plena".
Así dijo el sabio León Tolstoi, y así lo plasmamos en la presente entrega, sano hábito como ejercicio de meditación.
¡Felices sean cada uno de sus momentos navideños, creyentes, no creyentes y hombres de buena voluntad!
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