Pueblo sometido
Policias Federales
Foto: archivo procesofoto
--El pasado 15 de diciembre, agentes de la PGR irrumpieron en la comunidad Las Tunas, Colima, donde catearon seis viviendas en busca de armas y drogas. Pero sólo encontraron 15 armas, la mayoría de ellos en mal estado y con el permiso reglamentario. Sin embargo, los uniformados aprovecharon el desconcierto de los propietarios, para sustraer joyas y dinero de los domicilios cateados sin orden expresa de un juezLas Tunas, Col., 27 de diciembre (apro).- La mañana del pasado 15 de diciembre, poco más de medio centenar de agentes de la Procuraduría General de la República (PGR) tomaron por asalto este pequeño poblado, ubicado en los límites con el estado de Michoacán, supuestamente en busca de armas y droga.Armados, con el rostro cubierto con pasamontañas, enfundados en sus uniformes negros y acompañados de perros amaestrados, los policías federales irrumpieron en al menos seis viviendas, donde levantaron a los niños de las camas, sometieron a ancianos y a mujeres embarazadas, abrieron cajones y exigieron, a gritos, la entrega de armas y estupefacientes.A pesar de lo aparatoso del operativo, los elementos de la PGR no encontraron lo que con tanto ahínco buscaron. Lo más que hallaron fueron 15 armas en mal estado y, la mayoría de ellas, de bajo calibre. Los dueños de las viviendas las tenían por seguridad personal. Incluso, mostraron los permisos respectivos, expedidos por la Secretaría de la Defensa Nacional.Sin embargo, ningún argumento fue suficiente para los uniformados que mantuvieron encerradas durante casi ocho horas a 13 personas –incluida una menor de un año de edad--, en la cochera de una casa. Y no conformes con eso, se llevaron a todos a la delegación de la PGR en Colima, donde rindieron declaración. En la madrugada del 16 de diciembre, fueron liberadas ocho personas y cinco más –cuatro hombres y una mujer--, permanecieron en ese lugar, en calidad de detenidos.Horas después, la delegación de la PGR difundió un comunicado en el que dio cuenta del operativo que culminó con la captura de cinco personas. A todas las relacionó con el narcotráfico.Sin embargo, cuatro de ellos salieron libres más tarde por falta de elementos. El agente del Ministerio Público de la federación sólo ejercitó acción penal contra Raúl Sánchez Carrillo, por el presunto delito de posesión de armas de fuego.En entrevista con APRO, algunas de las personas que fueron detenidas y posteriormente liberadas cuentan la pesadilla que vivieron la mañana del 15 de diciembre.
El robo
Con nueve meses de embarazo, Griselda Farías Anguiano, de 22 años de edad, refiere que ese día ella tenía cita en el Hospital Regional Universitario. Cuenta que se encontraba preparando unas tortillas en un nixtenco acondicionado en el patio de su casa, vio entrar corriendo a unos 10 hombres armados y vestidos de negro. De inmediato, supo que eran policías.Lo primero que se le vino a la mente fue que los uniformados perseguían a un delincuente que se había metido a su casa y que podría generarse un tiroteo. Sin embargo, esa idea se vino abajo pronto cuando empezó a ver que los policías hurgaban en todos los cuartos, incluidos el baño y la cocina.Luego, uno de ellos la sujetó y le dijo que le entregara las ramas y la droga; que habían recibido una denuncia de que ahí, en esa casa, cocinaban droga. Griselda lo negó. Cuando no encontraron nada, los policías le dijeron que tendría que acompañarlos a declarar, pero ella les dijo que no podía porque el parto estaba programado para ese día. “Me preguntaron por varias personas y querían saber si éstas tenían drogas o armas en sus casas”, dice.Recuerda que los agentes le preguntaron particularmente por un sujeto al que le dicen Lencho, Alfonso Chávez y que, según los propios policías, él había sido el “dedo” (soplón). “Les dije que no sabía nada”, afirma.Cuando los uniformados se convencieron de que en esa casa no había nada, le pidieron a Griselda su acta de nacimiento y le hicieron firmar alrededor de 25 hojas que ni siquiera leyó. “Llegaron como si una fuera delincuente. Me asusté mucho. Cuando me interrogaban me bajó la presión y sentí que me iba a desmayar. Y como estaba sola, creí que me iban a llevar”, dice. A consecuencia del operativo policiaco, Griselda Farías, quien es madre de tres hijos --de seis, cuatro y tres años de edad--, llegó a las ocho de la noche al hospital, cinco horas después de la cita. “Nadie salía de sus casas, todos estaban con miedo. Una cuñada, Carmen Sánchez, se enteró de lo que estaba pasando y trató de llegar al pueblo, pero no la dejaron pasar”.El reportero habló también con Pantaleón Anguiano, pero éste no quiso hablar. Anguiano fue una de las personas que denunció el robo de algunas pertenencias durante el operativo policiaco.Yazmín Sánchez Trujillo no olvida aquella pesadilla. Dice que los agentes llegaron a su casa alrededor de las 7:45 horas. “Eran muchos y empezaron a revisar toda la casa. Me dijeron que me sentara y no me dejaron mover. Me robaron mi teléfono celular, que lo tenía debajo de mi almohada. Se metieron a mi cuarto y no pude ver lo que andaban haciendo. No se vale que vengan a revisarte y que te roben cosas”, se queja.Yazmín, quien vive con sus hermanos Adán y Jesús, refiere que los agentes entraron sin decir nada, y que cuando ella les preguntó de qué se trataba, los policías le dijeron que traían una orden de cateo, pero que luego se la mostrarían. “Como no hallaron nada se fueron a otras casas, pero me llevaron enfrente y ahí nos tuvieron hasta las cuatro o cinco de la tarde a muchas personas, sin dejarnos comer; a veces, nos llamaban a la mesa a firmar papeles”, indica.Delia Sánchez Anguiano, de 14 años de edad, también tiene claro todo lo que sucedió. Cuenta que eran las 7:30 horas, cuando, sin despertar del todo, vio en la penumbra de su habitación las figuras de varios hombres armados, con vestimenta oscura, que trataban de encender la luz, pero no podían porque el foco se había fundido la noche anterior.Sobresaltada, dice, trató de sentarse en la cama y escuchó una orden que la dejó helada:--¡No se mueva! —gritó uno de los intrusos, al tiempo que le apuntaba con un arma, mientras otro le iluminaba la cara con una linterna preguntando si era hombre o mujer.Cuando se percataron de que se trataba de la muchacha, la urgieron:--¡Levántate, ponte tus chanclas y lárgate para afuera!, ordenó uno de los uniformados.Llorando de pánico, Delia salió de la habitación y corrió hacia una estancia donde la recibió su madre, Norma Anguiano Llerenas, quien no se dio cuenta de que habían entrado agentes a su casa.“Yo estaba en mi tienda acomodando un surtido que traje de Tepames. Cuando ellos llegaron y se metieron. No los escuché. Me di cuenta hasta que fueron y me preguntaron que dónde estaban las armas; ya habían esculcado adentro, traían la identificación de mi marido y mi niña venía llorando para acá”.--¿Cuáles armas? No tenemos nada —indicó la mujer.“Les dije que, para poder meterse, necesitaban mostrarme el papel de la orden de cateo que ellos decían que traían”.--No traemos el papel, pero sí traemos órdenes —le respondió uno de los policías. Y le ordenó que permaneciera sentada sin moverse en un rincón.Norma sigue su relato: “Andaban trasteando, alcancé a ver a uno de ellos cuando tomó el dinero de la caja y le reclamé: ‘oiga, es mi dinero’. El policía le respondió: “no somos rateros, nomás andamos checando si no tienen droga o algo’, que porque hubo una denuncia de que aquí teníamos eso”.Lo más que encontraron en la casa fue un rifle calibre .22, del que Norma tiene registro legal. Sin embargo, los policías se llevaron el arma y el registro.Cuando los policías estaban a punto de retirarse, llegó a la casa Raúl Sánchez Carrillo, esposo de Norma, quien se encontraba en la plantación de jitomate y melón. Los policías le preguntaron su nombre y al escucharlo, inmediatamente procedieron a esposarlo. Y es que Sánchez Carrillo rentaba una casa a una persona dentro de la cual la policía encontró cinco armas. Fue el único al que el Ministerio Público federal le fincó cargos.Ignacio Sánchez, tío de Raúl, todavía no da crédito a lo que pasó. Asegura que toda su familia trabaja en los sembradíos de frutas y hortalizas, que cultivan cerca de 250 hectáreas de riego. “Que vengan a ver cómo trabajamos. Son puras mentiras que le dicen al gobierno, eso de que somos maleantes”.Sobre la posesión de las armas, argumenta que se trata de armamento viejo. “Esas armas ya están viejas, mohosas”. Aclara, así mismo, que tienen permiso de una y que las otra cuatro no pertenecen a su sobrino.Pero la desgracia familiar no terminó ahí. Norma Sánchez dice que a su hermano Rigoberto lo robaron los policías durante el operativo. “Le robaron los papeles de su carro y se lo llevaron detenido. Llegaron diciéndole que se bajara, que ese carro era robado. Entonces, él sacó sus papeles y se los arrebataron y ya no se los regresaron”, cuenta.Y prosigue: “también le voltearon su casa al revés y le encontraron un arma calibre .22 y quién sabe qué más cosas hayan hecho”.La mujer se queja de que, al regresar de la delegación de la PGR, se dio cuenta de que en su casa le habían robado varias alhajas, entre ellas cinco anillos, incluido el de matrimonio, así como varios juegos de aretes.Sin embargo, no quiere presentar una denuncia penal por temor a sufrir alguna represalia.El día del operativo, Gloria Lizeth Figueroa Ramírez, maestra de la primaria Margarita Maza de Juárez, de Estapilla, se encontraba todavía recostada en la habitación donde vive con su esposo, en la casa de sus suegros, Julio Sánchez Vergara y María Carrillo.Cuenta que, como a las 7:30 de la mañana, escuchó pasos de personas corriendo. Pensó que era su esposo. De pronto, la puerta de su cuarto se abrió bruscamente y entraron cuatro hombres armados, apuntándole con las armas. Le dijeron que saliera rápido, que tenían una orden de cateo.“Como pude me levanté. Tengo un embarazo de siete meses. Me asusté. Siempre estuve tranquila, porque sé a qué se dedica mi esposo y sus hermanos, y sé perfectamente que a cosas ilícitas nunca se han dedicado. Sabía que mi esposo tenía una arma en la casa, más no sabía si estaba o no registrada”, cuenta.Sin darle oportunidad, los agentes llevaron a Lizeth a la cochera de la casa, donde ya estaban concentrados algunos de sus familiares.“No me dieron chance de tomar un vaso de leche, ni siquiera la medicina. Hicieron uso de la casa como si fuera de ellos. Usaron el teléfono para hacer llamadas personales hasta México. En la sala se acostaron con los pies arriba; otros en la hamaca, y nomás les faltó prender la televisión”, agrega.Fue hasta casi las cinco de la tarde cuando los agentes decidieron trasladar a la delegación de la PGR a las personas detenidas. Lizeth, quien se encontraba todavía en pijama, pidió permiso para ir a cambiarse a su cuarto, y cuando abrió su cajón donde guarda el dinero, se dio cuenta de que habían desaparecido 1,300 pesos.“Bajé y le dije al agente del Ministerio Público que dirigía el operativo. Afirmó que él no sabía nada, que ellos no venían a robar. Sin embargo, ya sabemos que a mis concuñas y a mí nos robaron alhajas. El valor de lo que me robaron a mí ha de ser como 25 mil o 30 mil pesos en joyas”, señala.Agrega que en la delegación de la PGR trató de que le tomaran la declaración sobre el robo, pero obtuvo como respuesta que ése no era el momento. Por el contrario, una agente de guardia le recomendó que lo pensara muy bien si es que pensaba denunciar, pues “podría empeorar las cosas”Lizeth Figueroa dice que lo ocurrido fue un atropello. “No sé si con esta declaración vaya a perjudicar las cosas, porque nos han dicho: ‘no digan nada y cállense, porque van a empeorar las cosas’. Todavía está uno de mis cuñados en proceso de sentencia. Nosotros no sabemos qué hacer. Nos dicen que nos esperemos a que pasen las cosas”. El pasado 19 de diciembre, el reportero solicitó una entrevista con el delegado de la PGR en Colima, pero no hubo respuesta.Según el boletín difundido por la PGR el pasado 16 de diciembre, los agentes adscritos a la Unidad Mixta de Atención al Narcomenudeo, actuaron con base en una orden de cateo “obsequiada por el juez segundo de Distrito en el estado”.La dependencia reconoció que en dos de los seis domicilios no se encontraron armas ni drogas, no así en el domicilio número 2, donde se aseguraron dos rifles calibre .22; una escopeta calibre .12; dos pistolas calibre .38, y 46 cartuchos útiles de diferentes calibres.Además, dijo, en la vivienda número 3 fue asegurada una pistola calibre .45; una escopeta calibre. 12, así como 84 cartuchos útiles de diferentes calibres y una funda para pistola.En el cuarto domicilio cateado se aseguró una escopeta calibre .12; un rifle calibre .22; una pistola, calibre .357 Magnun; 25 cartuchos de diferentes calibres, y un cargador para rifle calibre .22 y, en el inmueble número 5, fueron asegurados dos rifles calibre .300; un rifle calibre .22; una pistola calibre 22 largo; una pistola calibre 44, y 174 cartuchos de diferentes calibres.
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