Carlos Fernández-Vega
Bien a bien aún no arranca 2008, cuando ya los augurios advierten sobre la inminencia recesiva en el vecino del norte, lo que equivale a un menor crecimiento económico en México –de por sí raquítico– y su efecto inmediato en empleo e ingreso, todo ello aderezado con una perspectiva inflacionaria que supera la meta oficial.
Malos vaticinios económicos para México en este año que apenas comienza, cuando los expertos en la materia coinciden en que “la economía mexicana registrará en 2008 un menor crecimiento que el observado en los dos años previos, pero con una inflación en ascenso propulsada por el aumento a las gasolinas, mayores costos fiscales por la entrada en vigor del impuesto empresarial a tasa única (IETU), e incrementos en los precios de los alimentos y materias primas importadas. Según pronostican los principales grupos financieros que operan en el país, la inflación general repuntará a 4 por ciento, desde 3.7 estimada en 2007; en tanto, especialistas califican de insuficiente la reforma fiscal y llegan a considerar que el crecimiento de la economía mexicana podría de ser de apenas 1.5 por ciento… Las principales presiones inflacionarias durante este año provendrán, por el lado externo, del alza en los precios internacionales de los alimentos y las materias primas; en tanto que por el interno, se concentrarán en el aumento en las gasolinas” (La Jornada).
El primer año de la “continuidad” el resultado económico (3 por ciento) fue casi 40 por ciento inferior al registrado en 2006 (4.8 por ciento). E incluso inferior al “mejor” resultado en tiempo de Miguel de la Madrid (3.41 por ciento en 1984), lo que confirma que el slogan de campaña (“para que vivamos mejor”) siempre se queda en eso, porque en los hechos no pasa siquiera la más ligera de las pruebas, tal y como sucedió con los cuatro gobiernos anteriores (desde la “renovación moral de la sociedad” hasta el “cambio”, sin olvidar la “solidaridad” y el “bienestar para la familia”).
Aún si en 2008 se cumple el pronóstico oficial en materia de crecimiento económico (3.5 por ciento) nada habría que celebrar, porque el resultado se contaría entre los peores obtenidos para un segundo año de gobierno en los últimos 25 años. Hasta ahora, el que en este sentido ocupa la primera posición es el foxista, con 0.9 por ciento en 2002, seguido por Miguel de la Madrid en 1984 (3.4 por ciento), de tal suerte que el tercer escalón correspondería a Felipe Calderón con 3.5 por ciento en el año que apenas inicia.
Ni siquiera se trata de hacer comparaciones con aquellos sexenios en los que se registraban tasas de crecimiento de 8 y 9 por ciento, algo no observado desde hace 26 años (1981 con JLP: 8.53 por ciento). Sería un ejercicio inútil, amén de deprimente. Por ello, la comparación se hace entre iguales (igual modelito, igual manual, igual mediocridad). Por ejemplo, en el segundo año del gobierno de la “renovación moral de la sociedad” se registró el mencionado 3.4 por ciento; en el segundo del régimen “de la solidaridad” (el salinista, en 1989) el producto interno bruto registró un aumento de 5.18 por ciento; para igual periodo, pero en el marco del “bienestar para la familia” (el zedillista, en 1996) dicho indicador fue de 5.14 por ciento, tras un dramático desplome de 6.22 por ciento en 1995; para el régimen del “cambio” (el foxista, en 2002, el mismo que prometió 7 por ciento anual) la tasa tan sólo fue de a 0.9 por ciento (todo un logro si se considera que en 2001 cayó 0.3 por ciento), y para el segundo de la “continuidad” se pronostica 3.5 por ciento (3 para 2007, en el mejor de los casos), sin considerar el impacto negativo de la anunciada recesión estadunidense, economía de la que México depende vergonzosamente.
Como se observa, el “crecimiento” económico es raquíticamente insostenible, so pena de que el país reviente política, económica y socialmente, tras 25 años de nada para todos y todo para ese oscuro cuan monopólico grupúsculo de mega empresarios (se autodefinen como “hombres de negocios”) acostumbrados a la ficha ganadora.
El país no puede soportar más la mediocridad de sus gobiernos, su política económica y su “crecimiento” de a 3 por ciento anual como máximo (aunque el promedio de los últimos 25 años es de 2.3 por ciento), en el mejor de los casos.
Desde 1903, con Porfirio Díaz, el país no registra un crecimiento económico de 11 por ciento; desde 1933, con Abelardo Rodríguez, uno de 10 por ciento; desde 1954, año de la devaluación con Adolfo Ruiz Cortines, uno de 9.97 por ciento; y desde 1980, con José López Portillo, uno de 9.23 por ciento, pero a estas alturas, ya en el siglo XXI, uno de 3 por ciento, según los gobernantes y sus jilgueros, debe ser considerado como una verdadera maravilla y muestra “irrebatible” de que el modelito, con su respectivo manual, funciona como relojería suiza.
Las rebanadas del pastel
Con eso de que la “continuidad” pretende lavarse las manos por la total apertura del sector agropecuario en el marco del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (“yo no lo negocié… fue Teté”), vale esta cápsula de memoria: “…fue el gobierno mexicano quien, sin consultar en forma democrática a la sociedad, instrumentó la política de liberalización de la economía y firmó el TLCAN, por lo tanto él tiene que responsabilizarse de los daños causados y tiene que instrumentar políticas que beneficien a la sociedad en su conjunto, no puede desligarse de las consecuencias de su política y, sobre todo, siempre debe tener clara su responsabilidad por el bienestar de la población. Así pues, no importa ahora quién sea el Presidente o qué partido esté en el poder, el compromiso con el país es el mismo” (2004, ¿El Campo, aguanta más?, 2da Edición.TAAM y La Jornada, México).
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