Carlos Fernández-Vega
Que no es propuesta, sino diagnóstico; que ya no será el “sistema PAN” (inquilino de Los Pinos, partido blanquiazul, diputados y senadores de la casa) el que presente la iniciativa de “reforma”, sino “la sociedad”; que ya no “pagaremos el costo político” (Creel dixit), sino que “los cambios que habrán de realizarse” serán producto de “un amplio debate de todos los miembros de la sociedad” (¿con una “amplitud” de cuántos días?); que no “llevamos prisa”, pero les urge “medio embarazar” a Petróleos Mexicanos con capital privado (léase extranjero); que “la idea” es contar con más recursos propios y menos endeudamiento, pero “complementarse con inversiones de terceros” (léase privados); que, en fin, como era previsible, el engrudo se les hizo concreto y ya no saben cómo justificar la política antinacionalista que pretenden legalizar en el sector energético nacional.
Todo lo anterior contenido en un diagnóstico poco revelador (la mayoría de la información es por demás conocida), presentado dominical y conjuntamente en sociedad por la secretaria de Energía, Georgina Kessel, y Jesús Reyes Heroles González Garza, director de Petróleos Mexicanos, a escasas ocho sesiones para que concluya el periodo ordinario en el Congreso, a lo largo de las cuales, y previo “amplio debate de todos los miembros de la sociedad”, se presentaría oficialmente la iniciativa de “reforma” del inquilino de Los Pinos, se “estudiaría” su conveniencia, se amarrarían los “consensos necesarios”, se votaría y se informaría al popolo de la trascendental cuan meditada decisión. Ni en las malas películas las cosas suceden con tal rapidez.
El problema es que, precisamente, la clase política mexicana ha tenido la habilidad de trascender el género de malas películas, para convertirse en una verdadera pesadilla para la nación, desde luego no incluida en el diagnóstico presentado ayer por dos de los supuestos interlocutores de un equipo, el calderonista, encabezado por la pareja del momento, Felipe y Juan Camilo, totalmente quemado, sin credibilidad ni confiabilidad, que lleva meses errando y dándole vueltas al asunto para justificar la decisión de privatizar, creyendo que nadie se ha dado cuenta.
El susodicho diagnóstico incluye prácticamente todo tipo de información (la mayoría de uso corriente de tiempo atrás), pero de forma por demás notoria deja de lado un factor fundamental en esta macabra historia petrolera de supuesto deterioro fortuito, de aparente caída imprevista: ¿por qué se permitió el menoscabo financiero de Pemex, si desde cuando menos 15 años atrás se conoció a detalle en qué circunstancia crítica se encontraba la paraestatal? ¿Dónde está el acaudalado río del petróleo? ¿Dónde quedaron los miles de millones generados y aportados por esta industria nacional? ¿Cómo se desperdiciaron, cómo se derrocharon y quiénes son los responsables?
Un diagnóstico enfocado a intentar explicar las consecuencias sin abordar detalladamente las causas no es de mucha ayuda, y ese es el enfoque del documento presentado ayer por Kessel y RHGG, el cual “olvida” que en los últimos siete años, como nunca antes en la historia de Petróleos Mexicanos, se obtuvieron multimillonarios recursos por exportación de crudo, los cuales en lugar de hacer florecer a la paraestatal y a la nación, parecen haber contribuido a hundir aún más al “navío de gran calado” (Calderón dixit).
En la última década, correspondiente a tres administraciones neoliberales (una disfrazada de priísta, la del “bienestar para la familia”, y dos panistas con ineludible estilo priísta, “cambio” y “continuidad”), los ingresos presupuestales aportados por el petróleo al sector público acumularon un equivalente a 70 por ciento del PIB a precios actuales. Casi 6.8 billones de pesos alimentaron a la “federación” de 1997 a 2007, de los que poco más de 4 billones (cerca del 60 por ciento) correspondieron al sexenio foxista y 880 mil al primer año del calderonista. Entre ambos, gozaron de 73 por ciento de esos dineros, mientras Pemex se hundía financieramente y junto a ella la economía en conjunto.
En los dorados años del “cambio” y el primero de la “continuidad”, por impuestos, derechos y aprovechamientos pagados por la paraestatal, el gobierno federal se hizo de casi 3.7 billones de pesos (a precios de 2007). Sólo en 2007 la “federación” se quedó con 676 mil millones de pesos generados por Pemex, 16 mil millones más de las ganancias de la paraestatal en el periodo, monto que se cubrió por medio de endeudamiento. Y la secretaria Kessel se queja de que México, por la caída de reservas petroleras, “dejó de obtener 10 mil millones de dólares por falta de tecnología”. Sí, pero muchísimos más por el desmantelamiento de la paraestatal con fines privatizadores y por depredadores, como Fox, instalados en el gobierno.
Paralelamente se desplomó la inversión programable en Petróleos Mexicanos (de 40 por ciento del total en 2000, a 2.8 por ciento en 2007 casi 15 veces menos en el periodo), a la par que los Pidiregas crecieron en forma explosiva (de 60 por ciento en 2000, pasaron a 97.2 por ciento en 2007). El resultado era inevitable, como resume la Auditoría Superior de la Federación: Pemex “hipoteca sus ventas a futuro” para pagar ese esquema de “inversión”, y “no existen recursos monetarios o reservas líquidas para cubrir esas obligaciones”.
Lo anterior, en el contexto de los más elevados precios internacionales para el crudo mexicano y el mayor volumen de excedentes: más de 220 por ciento aumentó el precio de la mezcla de 2001 a 2007, que fácilmente llegaría a 330 por ciento al cierre de 2008.
Si a lo anterior se suma la cadena de errores, omisiones y excesos de gobierno, directiva y sindicato, la cuadratura del círculo es más que sencilla. Pero el diagnóstico sólo habla de “complementar con inversiones de terceros”.
Las rebanadas del pastel
Los “diagnosticadores” afirman que en las próximas dos décadas “se debe superar lo hecho en 70 años”. En realidad, la titánica tarea es arreglar lo que dejó de hacerse en los pasados 25.
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