León Bendesky
La falta de imaginación ha sido un rasgo definitorio y enraizado de la política mexicana; se advierte, ya por muy largo tiempo, en la forma en que se conduce al Estado y cómo se administran los asuntos públicos en general. Esa ausencia de ideas ha hecho prácticamente indistinguibles a los sucesivos gobiernos, a pesar de la alternancia partidista en el poder. Tal vez por eso en un acto reciente en el que se prometía una vez más algún servicio a una comunidad, uno de sus miembros haya confundido a Felipe Calderón con Ernesto Zedillo, y es que en verdad desde hace muchos sexenios todos les han sido intercambiables.
La situación del petróleo muestra de nueva cuenta la dominante ausencia imaginativa en la conducción del país. Es en verdad paradójica la manera en que operan quienes están jugueteando –y ésa es la imagen que se proyecta– con una reforma energética en el gobierno y el Congreso. Así aparece, también, a quienes se expone un asunto de tal relevancia y a quienes en última instancia se dirige su trabajo, es decir, los ciudadanos.
Precisamente cuando el precio del crudo es el más elevado, justo cuando se reciben grandes ingresos excedentes por la exportación de petróleo y en tanto se obtiene una enorme renta petrolera, el argumento oficial es que hay que salvar a Pemex de la crisis en que se encuentra. Por eso resulta inverosímil decir que contamos con un tesoro en aguas profundas al que no se puede acceder.
Esto equivale a reconocer de manera cruda la situación en la que desde el gobierno y por décadas se ha expuesto a la empresa petrolera estatal y a la industria petroquímica en conjunto. En vez de declaraciones de esa naturaleza convendrá admitir responsabilidades y actuar en consecuencia, lo que no se relaciona necesariamente con la reforma que se fragua en Los Pinos.
La visión que promueve el gobierno sobre los recursos petroleros y sobre Pemex es muy endeble para construir una reforma de la envergadura de la que requiere en sector energético. Lo que ha habido en torno a Pemex durante décadas y lo que está detrás de la necesidad de rescatarla, según propone el gobierno, es una falta de imaginación completa, a la que se asocia un modo ya caduco de administrar la empresa, de hacer política y de gobernar.
Esto se envuelve en la carencia crónica de una política energética y de una estrategia para el uso de los hidrocarburos; en la inmovilidad política de conveniencias para reducir la brutal dependencia fiscal del gobierno con los ingresos del petróleo; en la falta de una estructura corporativa y laboral moderna y funcional en una empresa pública de la relevancia de Pemex y en la profunda corrupción que caracteriza a esta industria. Pemex va a contracorriente de lo que ocurre en la industria petrolera, sobre todo en aquella que es propiedad estatal en otras partes del mundo. La reforma que se busca sólo acentuará la miopía gubernamental respecto del sector.
El emperador va totalmente desnudo y nadie puede ya embaucar a la gente para que haga como que cree que porta elegantes trajes. El traje con el que ahora quiere vestirse Felipe Calderón como líder de una reforma energética y de la reconversión de Pemex puede acabar siendo un disfraz. La reforma con la que hasta ahora sólo ha amagado y que apoyan su débil gabinete y su partido, junto con muchos potenciales beneficiarios, tiende a ser inconsecuente.
Lo saben todos. Y por eso la propuesta presidencial de extraer “el tesoro que tenemos a más de 3 mil metros de profundidad” es, una vez más, una muestra de la falta de imaginación para concebir al país y la sociedad. Todo al respecto se ha dicho a medias, es opaco, como si hubiera que esconderse de aquellos mismos a los que se representa desde el gobierno y a quienes se trata de convencer infructuosamente de que la reforma que se intenta es la mejor decisión.
La arraigada práctica del quehacer político, siempre con la menor transparencia posible, sigue siendo la norma en México. En este caso puede asociarse con el origen mismo del gobierno actual. Así se está procediendo para actuar sobre uno de los aspectos claves de las grandes distorsiones que padece la economía y, también, el orden político prevaleciente.
El tema general de la energía, y en este caso del petróleo en particular, no puede acabar siendo un motivo de manipulación política. Se trata de un asunto clave para soportar un proceso de desarrollo de largo plazo. Está en el centro de la posibilidad de renovar el crecimiento productivo y superar, así, el estancamiento de la economía.
Éste es un asunto en el que intervienen aspectos básicos de índole técnica del manejo de los recursos de hidrocarburos y de la gestión financiera que va más allá de Pemex, e incide en el conjunto de las finanzas públicas. Lo que se pone al descubierto cada día son nocivas prácticas políticas y de administración que pueden lindar en la ilegalidad y afectan de modo directo la viabilidad de la empresa. La industria petrolera requiere imaginación y perspectiva políticas, y no puede ser objeto de remate en el mercado.
lunes, marzo 31, 2008
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