El color de los presidentes
Jorge Gómez Barata
Tal vez sea por haber nacido en 1962, año en que con cierto idealismo y haciendo lo más conveniente para el sistema, JFK puso fin a la segregación racial, Barack Obama pertenece a las generaciones que como afirma Lorenzo Gonzalo: “No ven el color”. De postularse ya le enseñaran, no sólo lo que es ser negro en América, sino cuáles son las reglas y cuáles los límites. Es incorrecto asumir que un negro no puede ser presidente de los Estados Unidos, aunque es bueno saber que ello ocurría cuando convenga a los blancos, es decir, al sistema.
Es Obvio que Estados Unidos deberá cambiar, no sólo para realizar su política y construir su hegemonía, sino incluso para sobrevivir y salvar las esencias de su estilo de vida; lo que se ignora es cuándo lo hará y quién será el instrumento. Al decidir que ese momento ha llegado, la élite norteamericana escogerá el instrumento. De ser ahora, McCain parece más probable que Obama, que de acceder a la Casa Blanca será cualquier cosa, menos un presidente fuerte, capaz de torcerle el brazo a la oligarquía.
McCain que por su edad deberá ocupar un solo período, pudiera ser el indicado para hacer el trabajo sucio y preparar el advenimiento de lo que pudiera ser un nuevo estilo americano, operación para lo que se requiere fuerza, capacidad de convocatoria o, en su defecto, falta de orgullo. McKinley, Wilson, Roosevelt, y Kennedy son de los primeros, Truman Y Bush de los segundos.
Barack Obama, natural de Honolulu, Hawai, más que por puro milagro, es norteamericano por las razones geoestratégicas que llevaron a los Estados Unidos a aplicarle a Hawai la receta de Texas, proclamar allí, el cuatro de julio de 1894 una república, presidida por un norteamericano, Sanford Dole que, en 1898 tramitó la anexión. De haber nacido en Alabama o Mississippi, tal vez su sentido del realismo fuera otro. En Hawai ser negro tal vez sea un avance respecto a ser polinesio, en Washington no.
Bastaría observar que la anexión de Hawai en 1898, a más de 3000 kilómetros de la costa norteamericana, formó parte de una vasta operación geopolítica que incluyó la compra de Alaska (con esquimales incluidos) en 1867 y la guerra contra España que permitió ocupar Cuba, Puerto Rico y Filipinas, consolidando la posición de los Estados Unidos como potencia de tres océanos (Atlántico, Pacifico, Ártico) y del Golfo de México, para comprender por qué se impugna a Obama.
El senador por Illinois recibe fue por negro y por joven, por llamar al cambio y por llevar un nombre que no es típicamente norteamericano y últimamente por ser hawaiano.
Si bien es cierto que no es la primera vez que el racismo mediatiza una elección y que ya en su tiempo Thomas Jefferson, uno de los ideólogos e iconos de la revolución y tercer presidente, fue tildado de mestizo y de llevar sangre de un mulato de Virginia y Warren Harding, el vigésimo noveno mandatario, fue reputado como descendiente de negro, ahora la amenaza es más seria porque Obama no puede ni quiere ocultar su pigmento.
De todos modos, no hay nada que hacer. No parece ser la hora de las minorías. Si en lugar de ser negro Obama fuera verde, sus opciones serían igualmente limitadas. El liberalismo de la clase media que pudiera sumarle votos, difícilmente compensará el peso del sur y la vigencia electoral de la América profunda, reaccionaria, conservadora y beata que alegarían que su verde, es un verde demasiado oscuro.
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