Líbano: Sorpresas y dudas de un viajero
Beirut (apro).- En el verano del 2006 el grupo político, Hezbolá, afincado en Líbano, y que dentro del Islam profesa la fe chiita, apoyado por Irán, lo que quiere decir que cuenta con recursos económicos y armamento de última generación, secuestró a dos soldados israelíes. Esto bastó para que Tel Aviv hiciera sentir su furia sobre el pequeño país vecino. Con el pretexto de rescatarlos, dejó caer bombas sobre Beirut. Desde fuera daba la impresión de que se había desencadenado el Apocalipsis sobre la patria de George Shehadé. ¿Ardía Líbano? ¿Se desplomaban los edificios? ¿La destrucción sería mayor que la que provocó la guerra civil? Los medios de comunicación trasmitían imágenes dantescas. La guerra se acabó un mes después, los aviones de Israel regresaron a sus bases, pero no se logró el rescate de los soldados, motivo de todo ese estallido bélico. La imagen de Líbano quedó más que lesionada y el conflicto no sirvió para unir al país.El saldo de la guerra fue, para Israel, el desprestigio de cierta clase política; para Líbano, el resurgimiento de muchos temores y la frustración por su debilidad, además del desembolso que ha tenido que realizar para reparar los puentes que destruyeron las bombas. ¿Quedaron en el horizonte indicios de otra guerra civil? Para Israel el asunto no ha quedado en el olvido: las maniobras militares cerca de la frontera libanesa y la presencia de Hezbolá inquietan a todos los actores de la región y ponen nerviosos a los libaneses. Visitar Líbano deja al viajero con más dudas que certezas. La pregunta no puede eludirse, ¿es Líbano de verdad un Estado? En las condiciones actuales, ¿es viable? La primera sorpresa con la que se encuentra el viajero es el hecho de que la destrucción sólo afectó al barrio chiita. Es de admirar la precisión con que operan los programas de los aviones israelíes. La operación bélica fue quirúrgica: las bombas cayeron exactamente sobre los edificios donde tenían sus domicilios los dirigentes de Hezbolá, como el carismático líder Hassan Nasralla. Nada más fue afectado. Lo que sí se logró es que el miedo cundiera por todas partes, y se trasmitiera también a los extranjeros, quienes se muestran temerosos de poner un pie por estos lares. El resto de la ciudad quedó incólume. ¿Dónde están las huellas de la reciente guerra? Se pregunta el viajero mientras camina por los barrios de la ciudad sin asomarse a la zona chiita. Lo que salta a la vista es el abandono de Beirut, la falta de servicios, la basura en el paseo frente al mar, el pésimo equipamiento urbano: banquetas rotas, falta de pasos peatonales, carencia de indicaciones, ausencia de un servicio de transportación pública que comunique a toda la ciudad.Asombra caminar por el centro de una ciudad que a veces parece fantasmagórica. Siguen presente después de 16 años del fin de la guerra civil los estragos que ésta provocó en su parte antigua, su parte histórica, restaurada, en parte, gracias a los negocios del difunto político libanés Rafik Hariri, quien tuvo como religión el Islam, en su versión sunita, y su adoración al dinero; fue emisario de los intereses de Arabia Saudita, país donde vivió e hizo su fortuna.Ya es historia mencionar que un coche bomba acabó con su vida mientras ocupaba el puesto de primer ministro. De lo que no quedó duda fue que aprovechó su posición política para los negocios privados. Sus compañías constructoras devolvieron su dignidad a iglesias y palacios, edificios y calles de la zona que se hallaba en el límite de la legendaria línea verde que dividía a la ciudad, con nitidez, en cristiana y musulmana. Nadie sabe explicar por qué se han dejado las ruinas de edificios destrozados, por qué sigue sin reparar o demoler el edificio que ocupaba un hotel de lujo en cuyos muros están las señas de los impactos que provocaron las bombas. En algunas partes de la antigua zona verde, la tierra de nadie donde crecía la hierba, Hezbolá instaló en el verano los campamentos de simpatizantes, con el fin de mostrar su descontento por las políticas pro occidentales del primer ministro Fouad Siniora. Beirut, el gran centro turístico del Medio Oriente, el antiguo centro financiero de la zona, lo que le daba un toque cosmopolita y liberal a la ciudad, después de los bombardeos de Israel quedó convertido en un desierto donde se aburrían los militantes de Hezbolá en sus campamentos de tiendas donadas por la Comisión de Refugiados de la ONU, donde no pueden ocultar su tedio los meseros de los bares y restaurantes, pues los turistas llegan a cuentagotas. El miedo a la guerra, la inestabilidad política del país, sumido en una situación en el que hablan las balas y las bombas en lugar de las palabras, los ha ahuyentado. Todavía hace dos años llegaban de Europa a tomar sol y bañarse en las aguas de la antigua Biblios; y los árabes adinerados del sur ocupaban los hoteles de las montañas en busca de climas más benignos ante el implacable calor del desierto.La verdad es que Líbano no resulta atractivo ante tanta incertidumbre. Sólo dos distraídos turistas pasean por Balbeek, la joya de su oferta turística. El Ejército está por todas partes, pero si se comparan los rifles automáticos que portan con los que cuelgan de los hombros de los soldados de Israel; si se comparan los tanques colocados en los sitios estratégicos de la ciudad con los de Israel, salta a la vista que su armamento a veces parece simbólico.Los guardias de la gendarmería patrullan la ciudad pero no parecen imponer mucho respeto. Tal vez ni Israel ni Siria acepten, en las condiciones actuales, un Líbano con un Ejército moderno y eficiente. Se pregunta uno de qué sirve la gendarmería, cuya función es la de actuar como policía nacional, si Hezbolá impone y hace valer su ley en sus zonas de influencia.El viajero toma las fotos del recuerdo. Se acerca al barrio chiita. Beirut es una suma de barrios separados por confesiones religiosas y no una ciudad de interacción urbana, donde la división de las zonas las dictan las circunstancias económicas.Ningún cristiano sería aceptado en un edificio de la zona musulmana. Es reducidísima la parte donde conviven armenios y sunitas. Entrar en el barrio chiita es entrar en otro mundo que nada tiene en común siquiera con el barrio sunita de Hamra. La pobreza impregna el ambiente, sus calles son sórdidas. El Islam es omnipresente en todo. Y allí, frente a los edificios destruidos, el viajero dirige su cámara digital que le es arrebatada por unas manos salidas de quién sabe dónde. La cámara y el viajero son secuestrados, no hay otra palabra, por Hezbolá.Técnicamente, Hezbolá es un partido político, con diputados en el Parlamento, que ha estado paralizado por largos meses. Está prohibido tomar fotos. Hezbolá dicta su ley.Será necesaria una larga negociación para convencer a los miembros de Hezbolá que el viajero no está al servicio de Israel, que en este caso las fotos son inofensivas, y sólo entonces los chiitas dejan en libertad al viajero, advirtiéndole que se olvide de las fotos si no quiere tener problemas.El viajero no puede disimular que ha pasado un mal rato, sintiendo detrás de una aparente cortesía una agresividad contendida. La amiga que acompaña al viajero, libanesa cristiana y que le ha servido de intérprete, le pregunta con furia al militante musulmán que con qué autoridad pueden impedir la circulación de una persona y la toma de fotografías, si son sólo miembros de un partido político y no policías de la ciudad o del gobierno, las calles son públicas y no zonas militares.La respuesta es enérgica y terminante: “Con la autoridad que nos da Hezbolá”. ( 21 de abril de 2008)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario