José Steinsleger
Fuentes de inteligencia de mi archivo personal revelan que la credibilidad de los medios monopólicos de difamación decrece, conforme los pueblos optan por caminos distintos a los sugeridos por el torpe terrorismo mediático y el retorcido neomacartismo new age.
Dejaré, para otra ocasión, la pobreza de un texto que da pena por quien lo firma (“Populismo y democracia en América Latina”, Roger Bartra, Letras Libres, abril de 2008); paso a detenerme en el espot televisivo contra Andrés Manuel López Obrador (AMLO), claro ejemplo de “terrorismo mediático”.
En ambos casos, la confusión guarda vasos comunicantes. En el uno, la insidia explícita del viejo cristero fascista que asocia a Hitler con AMLO: en el otro, la “excelencia académica” del converso apenado por el “antimperialismo rupestre y demagógico” que rechaza la globalización, “… el más importante motor del cambio”.
El escritor Fernando del Paso definió la esencia del espot con una palabra que no voy a repetir. De su lado, varios intelectuales manifestaron su indignación, aunque sin precisar que los responsables del espot son los mismos que presentaron ante la Procuraduría General de la República (PGR) una denuncia penal contra la única sobreviviente del ataque perpetrado por el ejército colombiano a un campamento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), en territorio de Ecuador.
Se trata de Lucía Morett, joven estudiante mexicana. El documento presentado contra ella y otros estudiantes de la UNAM es un prolijo dossier de 77 páginas, elaborado con trascendidos de la prensa capitalina, anexos de cidí, archivos de audio y fotografías. La denuncia penal es por “delitos de delincuencia organizada en su modalidad de terrorismo internacional y terrorismo, así como apología del delito y los que resulten con relación a la operación de las FARC en México y la participación de mexicanos en la organización terrorista denominada FARC”.
En tono similar, El Comercio de Quito (afiliado a la Sociedad Interamericana de Prensa, SIP), publicó el 20 de abril pasado un reportaje a plana entera intitulado: “Coordinadora bolivariana, el as de las FARC”, con dos fotografías a todo color. Una de las imágenes muestra a un grupo de jóvenes airados. El pie reza: “Activistas de izquierda contra el imperialismo”. Otros recuadros, sibilinamente, destacan: “¿Por qué se escogió a Ecuador para la cita?” “Venezuela es punto central de apoyo para las FARC.” “Plan para extenderse por todo el continente.”
Al día siguiente, el titular de otro periódico ecuatoriano, La Hora (que trató de “delincuente” al presidente Rafael Correa), publicó: “Mexicana herida en Ecuador se preparaba para crear una guerrilla en México, similar a las de la FARC”. La agencia de noticias española Efe transmitió la “noticia”, abriendo el paraguas: “una fuente del Ministerio de Defensa consultada dijo desconocer la información que aparece en el diario”.
Todo esto es “terrorismo mediático”, y las fuentes de mi lap-top blindada contra mentiras indican que entre AMLO y la joven Lucía no hay ligazón política válida, a no ser su dignidad, su coraje y su amor a México. Sin embargo, la “etica informativa” de varios medios impresos de la capital mexicana (es decir, la del gobierno de Colombia, o sea, la CIA) parecen copia perfeccionada de los que en 1968 satanizaron a la izquierda estudiantil, justificaron después la masacre de Tlatelolco y se pusieron a silbar cuando empezaron a desaparecer personas en el decenio siguiente.
En un encuentro de periodistas latinoamericanos, celebrado en Caracas a fines de marzo pasado (y del cual los medios “objetivos” nada han dicho), el flagelo del terrorismo mediático fue calificado de “peste de la cultura contemporánea”.
El terrorismo mediático fue definido como “… primera expresión y condición necesaria del terrorismo militar y económico que el norte industrializado emplea para imponer a la humanidad su hegemonía imperial y su dominio neocolonial”.
Ajustado a la ideología “comercio+seguridad” (nuevo capítulo de la añeja “doctrina de seguridad nacional”), la mierda informativa del terrorismo mediático (y ya plagié a Del Paso) que difunden los medios televisivos o impresos, y en particular los de la SIP, nos tiene a todos en nómina.
Puedes adherir al reformismo de centro o de izquierda. Quizá seas revolucionario sereno o rebelde. O quizá nada te importa porque detestas la política. Da igual. En la nómina del “terrorismo mediático” figuran todos los que dicen no a la infamia.
En los países del Cono Sur, los comandos de la noche empezaron con los militantes políticos, y luego siguieron con los que se preguntaban “¿y yo por qué?” Pero como en algún momento de sus vidas pensaron que algo andaba mal también resultaron culpables y, por ignorancia, sufrieron más que los que defendían un proyecto político.
Al fascismo le importa un carajo si peleas arriba, abajo, en posición horizontal, vertical, si te mantienes al costado o practicas la levitación intelectual. Si eres persona, defiendes tus derechos y a tu país, eres culpable. En la agenda de la “seguridad”, la mentira creíble pesa más que la verdad inverosímil.
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