Ángel Guerra Cabrera
En junio próximo el Comité de Descolonización de Naciones Unidas examinará el caso colonial de Puerto Rico y abogará de nuevo por el derecho boricua a la independencia y la autodeterminación, así como por incluir en la agenda de la Asamblea General un debate completo sobre este tema. Con el objeto de movilizar en este empeño a los miembros latinoamericanos de la Conferencia de Partidos Políticos de América Latina y la rama regional de la Internacional Socialista acaba de celebrarse en México una reunión del Comité Permanente de Trabajo por la Independencia de Puerto Rico, creado en Panamá durante un congreso convocado en 2006 para ese fin por las mencionadas organizaciones. Se trata de un gran esfuerzo unitario que abarca partidos políticos y personajes de muy diversas posturas ideológicas en aras de apoyar una causa tan noble y postergada en la historia de América Latina. Cabe recordar que ya en 1826 el bolivariano Congreso Anfictiónico de Panamá fijó entre sus objetivos la independencia de Cuba y Puerto Rico, entonces sujetas al yugo español.
El asalto yanqui de 1898 pospuso hasta 1959 la plena independencia cubana y llevó a que Borinquen siga siendo todavía colonia en el siglo XXI. Pero existe un clima político muy favorable para hacer sentir al pueblo de Puerto Rico la solidaridad internacional y, en especial, de nuestra América, que vive una nueva hora bolivariana y martiana. El Movimiento de Países No Alineados –cuyos miembros son mayoría en la ONU– se ha pronunciado categóricamente en favor de la independencia de Puerto Rico y así lo ha hecho en otro momento la Asamblea General del organismo internacional. Si se consigue abrir el debate de nuevo en esa instancia sería muy engorroso para cualquier gobierno tomar otra posición –en favor del colonialismo– y seguirse proclamando democrático.
Estados Unidos, a su vez, padece el aislamiento internacional, el agotamiento militar en Irak y Afganistán, y el desprestigio y el quebrantamiento político. Se le hace muy difícil aplicar las presiones que acostumbraba y la mejor prueba es que no pudo impedir ni en la tradicionalmente sumisa OEA el rechazo unánime de los gobiernos latinoamericanos y caribeños a la agresión contra Ecuador. Está incapacitado para ejercer la hegemonía universal que pretendió al desaparecer a la URSS, aunque su sistema imperial y sus pletóricos arsenales nucleares sigan siendo una amenaza para la paz. Sería irresponsable humillarlo en tal circunstancia, pero su agresividad sólo puede ser contenida plantándole cara sin temor y llevándolo a aceptar su debilitamiento.
Puerto Rico sufre la gran crisis política y moral del imperio y, por extensión, del llamado Estado Libre Asociado, que no es ninguna de las tres cosas. Pero a Bush le salió el tiro por la culata con su intento de disciplinar a la isla asesinando al líder revolucionario independentista Filiberto Ojeda en 2005. Ese día, precisamente cuando se cumplía otro aniversario del grito de independencia de Lares, nació Filiberto para la posteridad. Su sepelio fue una multitudinaria manifestación de cariño popular, únicamente comparable con la tributada a Pedro Albizu Campos. Su heroica caída catalizó y remozó entre el pueblo y los jóvenes el sentimiento nacional.
Desesperado por reiterar que continúa mandando en Puerto Rico, Washington ha llegado al extremo de encausar por delitos electorales al gobernador colonial Aníbal Acevedo Vilá, todo indica que pasándole la cuenta por haber reprobado la represión hacia la victoriosa lucha por sacar a la marina imperial de Vieques y más tarde censurar la bárbara acción de la FBI contra Ojeda. Como fulminó el legislador federal Luis Gutiérrez, si se aplicara el mismo rasero a los políticos en Estados Unidos sería necesario clausurar el Congreso. Le faltó añadir que el actual presidente llegó y se mantiene en la Casa Blanca gracias al fraude electoral.
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