por Américo Díaz Núñez
No se puede gobernar al mundo sobre la base de la fuerza militar y el predominio económico. No lo ha podido hacer por largo tiempo ningún estado imperial o colonial a lo largo de la historia, a partir de la Roma irrepetible, en el mundo conocido de entonces.
Ni Inglaterra ni Francia, mucho menos España y Holanda y después Alemania, pudieron sostener sus imperios coloniales por encima de la autoridad moral para lograr la sumisión de millones de personas sometidas a la minusvalía del vasallaje y a la opresión racial y social, muestras de la salvaje civilización de los civilizadores.
Lo intentó el Vaticano sobre la base de la fe, pero la carencia de autoridad moral para reclamar el reino de la tierra dejó el proyecto en viajes papales globalizadores con muy poca sustancia como saldo efectivo.
Los pecados de la Iglesia Católica han sido expiados muy tarde y de manera muy poco convincente para los herederos de todos los genocidios bendecidos y alabados, desde las cruzadas y la conquista de América a sangre y fuego, hasta la justificación de las más recientes barbaridades del siglo XX cometidas por el fascismo y el franquismo.
Su honrilla apenas fue salvada por contados sacerdotes y obispos, así como seglares combatientes que se sacrificaron por sus semejantes en tan horrendas circunstancias, muy alejadas de la prédica moralista no sustentada en los hechos.
Hoy está ocurriendo lo mismo con las pretensiones hegemónicas de los Estados Unidos, la única superpotencia sobreviviente en una época de cambios sustantivos en casi todo el mundo.
Estados Unidos predica la libertad y oprime o amenaza en su nombre hoy a las naciones que pretende despojar de sus recursos naturales.
Combate de manera muy extraña el terrorismo, la nueva excusa para su expansión y agresiones: aplica la forma más feroz del terrorismo de estado contra naciones y ciudadanos inocentes en su mayoría, sin importarle para nada el repudio mundial a sus atrocidades y a la ocupación de Irak y Afganistán, víctimas de sus genocidas gringos.
El colmo de su cinismo se refleja en las condenas a los cinco combatientes antiterroristas cubanos que cumplieron diez años de sus dobles y triples condenas perpetuas aplicadas por un poder judicial atado al poder ejecutivo neofascista que quiere anexarse a Cuba de cualquier modo y que muestra así su odio a los verdaderos cubanos que aman a su patria y trabajan para evitar más muertes por causa del terrorismo apoyado desde Estados Unidos.
En el mismo plano puede catalogarse la protección a los terroristas Luis Posada Carrilles, Orlando Bosch y sus cómplices, solicitados judicialmente por Venezuela mediante extradición escamoteada descaradamente por el gobierno de Bush.
Es decir, los terroristas están en libertad y quienes combaten ese flagelo están en largas prisiones tan injustas como inmorales.
¿Y que es hoy Guantánamo, sino un antro de torturas a secuestrados sin leyes que los amparen en su desgracia?
No para ahí el abolengo de los autocalificados luchadores por la libertad y la ley.
Su extraño combate al narcotráfico ha extendido el amplio consumo de sustancias psicotrópicas en territorio norteamericano y ha aumentado las ganancias de las nuevas mafias que lo controlan, imposibles de ocultar por sus cuentas bancarias milmillonarias, especialmente en Miami.
Pero ocurre que esas mafias son gobierno en la más corrupta administración norteamericana que se haya conocido, la de Miami, paraíso de los mafiosos apoyados por el alto gobierno de Estados Unidos.
La mafia anticubana de Miami pasó a controlar también el viejo negocio del tráfico de personas que emigran hacia ese rico coto de caza concedido en medio de criminales restricciones a otras nacionalidades latinoamericanas perseguidas.
Sin embargo, el gobierno de Bush tiene el tupé de acusar a otros países de tráfico de personas, mirando hacia otro lado cuando le hablan de ese nuevo negocio de sus mimados capos mafiosos protegidos en su propio territorio.
Pero no se queda ahí la falsa moral de acusar a otros de lo que se hace en casa, sino que el negocio de la pornografía coloca también a Miami con el centro mundial de este asunto nada ético, de acuerdo con las estadísticas de centros de estudios de la materia en todo el orbe.
¿Qué otro destino sexual más público y abierto que el Estados Unidos, cuya puerta principal es Miami, la Sodoma de estos tiempos?
Esta es la Cuba libre que todos los gobiernos norteamericanos, desde 1959, han pretendido imponerles a los cubanos!
Buscando la paja en ojo ajeno, tiene el desparpajo de lanzar basura al adversario político para arrojarlo a los perros de presa de los medios de comunicación complacientes con la neocolonización y sus derivados anexionistas y lacayunos de siempre.
¿Qué autoridad moral puede tener un gobierno mentiroso, camorrero y agresor contumaz de los más débiles, para juzgar a los demás países del mundo de los delitos que en el suyo se cometen de manera impune?
Bien lerdos seríamos si calláramos estas verdades que están a la vista (para quien quiera ver, por supuesto), y que acusan al acusador.
Estados Unidos no puede ser juez de ningún país o persona en el mundo porque carece de autoridad moral para atribuirse una facultad que, de paso, nadie le ha dado.
Su gobierno lo sabe, pero usa la vieja táctica de calumniar primero y agredir después, que es su verdadera intención como estado terrorista que, con terrorismo, pretende gobernar al mundo, pero hablando de moral pública.
Su principal fortaleza táctica es su fundamental debilidad política. ¿Qué tal?
Fuente: Koeyú Latinoamericano
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