Matteo Dean
Desde hace más de un mes, Francia ha asumido la presidencia europea. Nicolás Sarkozy, verdadero protagonista de este semestre de presidencia francesa, ha fijado sus prioridades. Una de ellas, quizás la más apremiante en su mentalidad ordenadora en cuanto al poder, es la cuestión migratoria. Hoy, al frente de la Unión Europea (UE), quiere poner al tema migratorio en el centro de la agenda, fomentando una vez más el clima de miedo y ansiedad que está siendo inculcado en la ciudadanía del viejo continente y promoviendo la adopción de medidas de política para el caso de corte francamente discriminatorio y represivo.
El Pacto Europeo de Inmigración, presentado el pasado 17 de junio al Consejo Europeo, y aprobado por el mismo, plantea un largo camino de reuniones y encuentros durante los próximos seis meses; reitera lo que ya ha venido sucediendo desde hace algunos años: la búsqueda de criterios y finalmente la elaboración de una política migratoria europea común. El documento plantea los lineamentos generales de la política que la UE debería adoptar y finalmente propone la agenda de temas y reuniones en el camino a seguir para alcanzar el objetivo final. Fundamentalmente, el documento sugiere la adopción de criterios comunes que apunten a mejorar los sistemas de ingreso de inmigración legal a la UE, subrayando la importancia de favorecer el llamado trabajo calificado. Sugiere invertir más energías y esfuerzos en combatir la inmigración ilegal, fortaleciendo el sistema Frontex y renovando o implatando acuerdos bilaterales con los países de origen y tránsito de los migrantes, etcétera. Nada nuevo bajo el sol. Tras reconocer que la migración es y será un fenómeno –y un problema– en tanto sobrevivan las diferencias económicas y de desarrollo entre regiones diversas del planeta, la UE afirma no poder acoger dignamente a todos los inmigrantes, por lo cual se arroga el derecho de escoger a quienes aceptar, según evidentes criterios de conveniencia. Por esta razón, al hablar de inmigración legal el criterio es económico; es decir, en las puertas de Europa se pone el letrero “se buscan trabajadores calificados (los demás favor de tocar en otro lugar)”. Y claro está, también, que mientras se buscan criterios comunes en los temas generales de la política migratoria europea, parte del camino en realidad ya está hecho. Porque mucho antes de que Sarkozy propusiera su demagógico Pacto Europeo de Inmigración, la UE no tuvo mucho que discutir para aprobar la creación de la agencia Frontex –que controla militarmente las fronteras externas de la UE–, ni la reciente y polémica Directiva de Retorno.
En esta ansiosa búsqueda de una política europea común en el tema migratorio –que estamos ciertos de que no deja dormir en paz al superpolicía europeo, Nicolás Sarkozy–, lo que se está haciendo en realidad es recoger los peores aspectos de las legislaciones de cada país, quedando al final un documento y una política que resultarán una mediación a la baja entre todo lo ya existente. Y entonces, la criticada Directiva de Retorno, en realidad no sólo es una parte de todo el complejo mecanismo legislativo europeo, sino que es fruto del encuentro de diversas visiones en cada miembro de la Unión Europea.
En este sentido, Sarkozy podría salvarse de las críticas que aquí le hacemos y de los insultos que recibirá durante las protestas que ya se están organizando en las calles europeas. Porque, a pesar de ser un personaje francamente racista y represor de migrantes –como ya ha demostrado abundantemente cuando fue responsable de la política interna francesa–, atacándolo únicamente a él correríamos el riesgo de librar a otros. Un ejemplo es José Luis Rodríguez Zapatero: en la reunión que ratificó el Pacto Europeo de Inmigración como hito a seguir durante los próximos seis meses, logró que se borrara de la propuesta el rechazo a las regularizaciones masivas, mismas que en el Estado español, y en Italia, sobre todo, han permitido en los últimos años que por lo menos 2 millones de migrantes consigan sus documentos de estancia legal en la UE. Sin embargo, no queremos que Rodríguez Zapatero figure como un moderado frente a los radicales y extremistas representados en esta presidencia francesa, porque el gobierno español también ha dado abundantes muestras de aplicar políticas represoras y discriminatorias hacia los migrantes. Es por esto que hoy, al mirar la política migratoria europea, nadie se salva entre las instituciones que tratan el tema.
Y entre emergencias de todo tipo, sigue creciendo el fenómeno de la xenofobia en el viejo continente. Pero parece ser tema secundario, pues en el documento de propuesta del Pacto Europeo de Inmigración no aparece sobre ella ni una palabra. Y sin embargo, la Agencia Europea –organismo del Parlamento Europeo–, que se ocupa de supervisar al respeto de los derechos fundamentales en la UE, denuncia en su relación anual que en los últimos siete años los crímenes de motivación racista han aumentado significativamente, y –vaya casualidad– en Francia y Alemania en particular crecieron los ataques de agrupaciones que “claramente” se identifican como de extrema derecha. Podría decirse que se está dando el clima perfecto para políticas aún más represoras. Y sin embargo surgiría también una pregunta incómoda: ¿es la política europea que fomenta estos fenómenos abiertamente racista o es este clima el que empuja a la política a encerrarse aún más? ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina?
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