Pere Batlle
Rebelión
El presidente colombiano Álvaro Uribe estaba, hasta el miércoles 2 de julio, en serias dificultades políticas después de varios escándalos que han ido saliendo a la luz pública y que van desde su vinculación al famoso capo del narcotráfico Pablo Escobar; a los paramilitares, extraditados con urgencia a Estados Unidos para evitar que Mancuso y otros siguieran hablando en su contra y el no menos grave del de la compra de votos en el Senado para conseguir la modificación constitucional que le permitió ser reelecto en el cargo. Necesitaba algún logro espectacular y que, en lo posible favoreciera, también, a su benefactor el gobierno norteamericano.
La muerte del dirigente de las FARC Raúl Reyes no representó un éxito porque se descubrió inmediatamente la mentira de la operación en territorio ecuatoriano, con los consiguientes conflictos diplomáticos con Ecuador, Venezuela y Nicaragua, aún no resueltos, la casi condena de la OEA y el aislamiento en el continente, todo lo cual, en vez de mejorar empeoró la situación personal del presidente Uribe.
La salida inmediata a esa crisis fue el espectáculo de las computadoras de Reyes, con sus documentos que, cual famoso ventilador, van llenando de porquería a todo el mundo mediante una hábil campaña publicitaria pero con fallas patéticas, como la de la confusión del ministro ecuatoriano o la de la colaboración de ETA con las FARC para un atentado en un lugar confuso o a un ministro colombiano años antes de que ocupara el cargo. La solución para dar credibilidad al contenido de esos equipos fue usar a Interpol para que avalara lo dicho por el gobierno colombiano sobre la veracidad de los documentos de Raúl Reyes.
El resultado, del que se ha escrito y dicho bastante, fue una pantomima interpretada por Ronald Noble, secretario general de Interpol y ex agente del Servicio Secreto norteamericano. El señor Noble se prestó al juego, como era de esperar por sus antecedentes, sin importarle que lo que declaró en la rueda de prensa entrara en contradicción con lo manifestado, en otros ámbitos, por la Institución que representaba o la simple lógica. La consecuencia fue que Interpol ha salido seriamente dañada en cuanto a su credibilidad e imparcialidad en la labor para la que fue creada y empañada con el estigma de ser un instrumento del gobierno norteamericano.
Ahora le puede suceder lo mismo a la Cruz Roja y para entenderlo están las primeras declaraciones, algo confusas, de Ingrid Betancourt, luego modificadas e impregnadas de alabanzas al presidente Uribe en el acto-espectáculo realizado por éste por la noche en Bogotá con los liberados y la cúpula militar colombiana.
Debemos recordar que hacía tiempo se encontraban en Colombia dos delegados gubernamentales, no de la Cruz Roja, uno francés y otro suizo, para negociar con las FARC la liberación de rehenes, motivo por el cual, con el beneplácito del gobierno colombiano, se desplazaron a la selva del Guaviare. La guerrilla accedió a ello y cabe suponer que la liberación se efectuaría de la misma forma en se habían realizado las anteriores con la mediación de Venezuela.
Según Ingrid Betancourt, los guerrilleros les informaron que serían embarcados en helicópteros y “trasladados a otro país” ¿Venezuela? Y, aunque en por un momento pareciera dar a entender que esos helicópteros pudieran ser de la misma guerrilla, es evidente que no tiene un equipamiento tan sofisticado y difícil de ocultar. La cuestión es que las FARC dieron las coordenadas del punto de encuentro, al igual que en las dos liberaciones anteriores y los dos helicópteros eran iguales a los utilizados entonces por Venezuela. También estaban pintados de blanco, como los venezolanos pero, a diferencia de estos, sin los distintivos de la Cruz Roja, hecho que el presidente Uribe insistió en que la señora Betancourt repitiera varias veces, aunque esta también dijo que se trataba de una ONG, ante lo cual surge la pregunta ¿cuántas ONG en Colombia u otros países disponen de dos helicópteros y, además, de gran capacidad de carga? El pintado de blanco sería secundario si no fuera que, evidentemente, se quisieron hacer pasar como aeronaves de la Cruz Roja.
Otro dato interesante es que tanto Uribe como uno de los altos mandos militares afirmaron que la liberación se había logrado mediante una gran labor de inteligencia que incluía la infiltración del alto mando de las FARC, el Secretariado. Esto último cuesta más de creer y hace pensar en que los dos delegados se hicieran pasar por representantes de la Cruz Roja facilitadores, no de una liberación incondicional, si no de un intercambio de prisioneros como había exigido la FARC, entre ellos los guerrilleros Simón Trinidad y Sonia, presos en Estados Unidos y a lo cual se había mostrado dispuesto el gobierno de este país. Por ello estarían los tres norteamericanos entre los liberados.
El resto es fácilmente deducible: aparentar un rescate a cargo de helicópteros venezolanos pintados de forma muy semejante a los de la Cruz Roja. La falta de distintivos no haría levantar sospechas al seguirse la metodología anterior, quizá por esto sólo dos guerrilleros custodiaban a los rehenes, no hacían falta más para defenderse de nadie. Lo que sucedió después es sabido.
Las preguntas finales son ¿participó voluntariamente la Cruz Roja en el camuflaje de una acción militar? Si fuera así ¿porqué y a cambio de qué renunció a su neutralidad y puso en duda su prestigio? Sería lamentable que las ambiciones personales de un gobernante acabaran con la credibilidad de una organización tan aparentemente noble. Cuanto antes se aclaren estas dudas menos posibilidades habrá de que se siga destruyendo instituciones internacionales y no tengamos que preguntarnos cual será la próxima victima de la voracidad del gobierno de Estados Unidos o de cualquier otro país.
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