viernes, julio 11, 2008

“¡Que se pudra!”, sentenció Calderón

Francisco Rodríguez

Indice Político

Hará quince días que el señor Felipe Calderón definió cuál sería su (no) participación en el mayor problema político que hasta hoy ha sorteado el gobierno que en la capital nacional encabeza Marcelo Ebrard: “¡Voy a dejar que se pudra!”.
Así respondió de inmediato, casi instintivamente, cuando en una reunión privada con varios personajes de la vida pública, alguno de ellos le preguntó si intervendría cesando a Joel Ortega de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal -su facultad, de acuerdo a la Constitución y al peculiar Estatuto de Gobierno de la Ciudad de México-, por ser el responsable político de los asesinatos de nueve jóvenes y tres policías en la razzia llevada a cabo en el ahora tristemente célebre antro News Divine.
Calculador, el ocupante de Los Pinos, se mantuvo deliberadamente al margen del conflicto político policiaco en el que derivó el fallido “operativo” de la tarde del 20 de junio en la colonia Nueva Atzacoalco, al Norte de la capital nacional, lo cual no necesariamente implicó que no se le diera un detallado y meticuloso seguimiento. La apuesta, empero, se colocó en el tapete: el desgaste del opositor que no reconoce su legitimidad.
Detrás de ello asoma, por supuesto, un cierto grado de perversión en el que la responsabilidad queda relegada. Peor aún, una depravación que revela cuánto es lo que (no) importa la vida de los gobernados, si de sus tragedias se pueden cobrar revanchas o hasta obtener ganancias políticas.
Tal, empero, no es privativo de la conducta del señor Calderón. En un ambiente político como el que aquí se ha creado a partir de la polarización social, un ambiente que de suyo es pútrido, todos quienes ahí se mueven realizan ese tipo de apuestas en contra de sus antagonistas.
Y a punto de pudrirse por completo estuvo, en efecto, el desenlace de este mortal episodio. La dilación con la cual actuó el señor Ebrard -18 días- para adoptar medidas que, cualquier Ejecutivo sabe, deben ser inaplazables, permitió la creación de esporas y hongos que fermentaron en su contra.
La muy meritoria investigación llevada a cabo por la Comisión de los Derecho Humanos del Distrito Federal, esfuerzo encabezado por su presidente, el señor Alvarez Icaza Longoria, actuó cual fungicida, y permitió que, ¡finalmente!, el jefe del gobierno de la capital aceptara las renuncias que, desde el primer día tras el del trágico suceso, habían presentado el jefe policiaco Joel Ortega y el procurador Rodolfo Félix.
Tras ello, el ambiente de Ebrard ha comenzado a limpiarse.
Aunque no del todo, pues el problema de fondo es el ambiente todavía más infecto en el que se mueven los cuerpos policíacos del DF y de todo el país –al que irresponsablemente han sumado a cuerpos del Ejército--, contra el cual han resultado fallidos los esfuerzos de limpieza que, al menos en los discursos, han emprendido todos los niveles de gobierno, surgidos de todas las banderías políticas.
“¡Que se pudra!”, apostó el señor Calderón, en espera de que se cayera.
Y no cayó.

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