Alberto Híjar
“La autonomía no es una idea abstracta, es un ejercicio responsable que debe ser respetable y respetado por todos”, dijo el rector Javier Barros Sierra ante unos trescientos estudiantes reunidos al mediodía del 30 de julio de 1968. A partir de ese momento, el rector se construyó como portavoz de la dignidad universitaria agredida en la madrugada anterior con el bazukazo que destruyó la puerta del siglo XVII de la Escuela Nacional Preparatoria como primer clímax de una persecución y maltrato desmesurados de las policías y el Ejército contra los estudiantes del Politécnico refugiados en las vocacionales 2 y 5 en la Plaza de la Ciudadela y de los universitarios encerrados en el Antiguo Colegio de San Ildefonso y apostados tras la puerta pensando en que los granaderos empujarían para poder entrar. La revista Por qué? daba cuenta de todo con fotos elocuentes, mientras los noticieros de televisión y radio y la prensa vendida, como gritaríamos después en el tramo de Reforma donde está Excélsior, hablaba de conspiración comunista para bienquistarse con los altos funcionarios que así habían declarado en una conferencia de prensa en la madrugada de ese día. A la cabeza, el Secretario de Gobernación Luis Echeverría y con él, el Jefe del Departamento del Distrito Federal Alfonso Corona del Rosal, homenajeado hasta hoy con un busto en la plaza del metro Insurgentes y los procuradores generales de la República y del Distrito Federal, Julio Sánchez Vargas y Alberto Suárez Torres. Todo el peso del terrorismo de Estado contra los estudiantes reprimidos y en proceso de organización con un rector que no dudó en encabezar el primer mitin frente a los restos de la enorme estatua de Miguel Alemán en Ciudad Universitaria. El 1º de agosto, Barros Sierra encabezó la marcha por la Avenida Insurgentes en compañía obligada de sus colaboradores tras los cuales fuimos emocionados profesores, estudiantes y trabajadores.
Descubrimos dos determinaciones importantes: una fila de camiones de basura y basureros uniformados obligaron a dar vuelta en la calle de Félix Cuevas, como evidencia de la instrumentación de trabajadores muy pobres y muy explotados como grupo paramilitar. Al llegar a la esquina con Avenida Coyoacán en medio de un torrencial aguacero que no inmutó el paso firme del rector, nos llovieron pedazos de plástico y cartón desde las ventanas del enorme multifamiliar. Primera certeza del apoyo popular. La defensa de la autonomía se concretaba contra un gobierno dispuesto a todo con tal de imponerse como representante de la soberanía del pueblo. La dialéctica entre autonomía y soberanía nacional marcó el desarrollo del movimiento, su disciplina construida en el Consejo Nacional de Huelga, las asambleas y las brigadas, hasta alcanzar influencia nacional e internacional. Con el pretexto de la Olimpiada de la Paz, el gobierno fatigó la tesis de las ideas exóticas y aprehendió a comunistas del PCM y a dos que tres extranjeros, todos sin relevancia en un sorprendente proceso que por lo pronto desechó las organizaciones manipuladas, superó las artificiales diferencias entre los universitarios y los politécnicos y descubrió la fraternidad y la solidaridad vinculada y articulada a las luchas populares al formular un pliego petitorio exigiendo la libertad de los presos políticos, la destitución de los jefes policíacos, la indemnización por los daños y un punto aparte que resultó fundamental: el diálogo público. Cuando en un festival al aire libre en la explanada de Ciudad Universitaria se hizo el concurso del logotipo, triunfó el diseñado por el Taller de la Escuela Nacional de Arquitectura coordinado por el arquitecto Ricardo Flores Villasana: un círculo rojo con un sector negro de modo de dar a entender una L y una D de Libertades Democráticas. Dimensión nacional, solidaridad internacionalista, exigencia democrática, soberanía nacional y defensa de la autonomía universitaria contra un Estado criminal incluyente del gobierno de Díaz Ordaz, son las líneas de acción aún vigentes.
El activismo encontraba relativo freno reflexivo en las asambleas con los grupos constituidos dentro de ellas. Por esto cayó como anillo al dedo la adhesión de José Revueltas al renunciar a su chamba en la Olimpiada Cultural para integrarse al grupo Miguel Hernández de la Facultad de Filosofía y Letras. Como en todo proceso insurreccional, la crítica y la autocrítica daban sentido consensual desparramado por las brigadas a los lugares públicos, las plazas, los mercados, las estaciones del transporte público. Revueltas de tiempo atrás insistía en “la contradicción dialéctica entre conciencia y conocimiento”, se iba por las ramas hegelianas de la enajenación y precisaba el lugar de la autogestión en la Universidad y la educación superior no universitaria. Fechado en septiembre de 1968 el folleto Consideraciones sobre la autogestión académica (Ed. Anteo, México 1969) explica la autogestión como correlato de la autonomía y la libertad de cátedra para alcanzar la autonomía como “categoría gnoseológica (de) la libertad y extraterritorialidad del pensamiento sin límites”. Cuatro puntos finales concretan en la docencia el sentido autogestivo para concluir con el momento en que “la autogestión ha dejado a sus espaldas los límites de una actividad de la conciencia puramente universitaria, para convertirse en autogestión social, la forma de ser libre la sociedad humana”. Como dice Marx en la Tesis X sobre Feuerbach al plantearse la exigencia de superar al antiguo materialismo con su sociedad civil: la perspectiva es “la sociedad humana o la humanidad socializada”. De aquí la consecuencia práctica de regresar a clases para construir la educación y su inserción histórica y social sobre esta base. Poco antes de ser capturado, Revueltas escribió su Carta abierta a los estudiantes presos fechada en Ciudad Universitaria el 7 de noviembre de 1968 para su reproducción por el Comité de Lucha de la Facultad de Filosofía y Letras en su colección Testimonios. Acentúa el destino de la rebelión juvenil organizada: “si las relaciones sociales y las estructuras no se transforman en el mundo, bien se trate de los países capitalistas o bien de los países socialistas, la catástrofe definitiva parece estar asegurada… sí, existe en efecto una conjura internacional, pero no ésta que la mentalidad enana y asesina de nuestros gobernantes ha inventado como pretexto para darse un baño de sangre y sembrar la zozobra y el terror en el espíritu público. En la conjura de los Superestados nucleares, sean del país que sean, la inercia de cuyo aplastante y creciente armamento atómico los conduce poco a poco hacia la hecatombe y los llevará a ella si los pueblos no sabemos impedirlo”. La vía autogestiva resulta urgente para construir la democracia cognoscitiva, esa manera de organizarse concientes y críticos de las comunidades y los pueblos en lucha.
En la Escuela Nacional de Arquitectura, desde 1966 habían logrado un pequeño grupo de estudiantes incorporar a tres profesores de la Facultad de Economía y a uno de Filosofía para romper con el monopolio de los arquitectos-empresarios que lo mismo enseñaban resistencia de materiales que historia del arte. El Movimiento del 68 exigió la línea autogestiva vinculada a las necesidades populares más urgentes a diferencia de los ejercicios caprichosos de diseñar una marina para fondear yates o un mall. Había el orgullo de la primera brigada constituida por trabajadores, profesores y estudiantes y del apoyo relativamente exitoso al pueblo de Topilejo agredido por el atropellamiento de un vecino por una unidad del transporte público. A la par, los rechazados para ingresar al bachillerato se habían organizado en asamblea con padres de familia agraviados. Con apoyo del grupo Miguel Hernández fundaron la Preparatoria Popular en las aulas desocupadas de la Facultad de Filosofía y con el apoyo docente de decenas de pasantes. En febrero de 1968 empezó así el modo autogestivo de educación pública y con ejercicio crítico de la autonomía. El Consejo Universitario aprobaría años después la incorporación y revalidación de estudios de la Prepa Pop, poco antes de aceptar el Autogobierno de Arquitectura por no oponerse ni a los Estatutos ni a la Ley Orgánica de la UNAM, pero cuidando las formas para no decir Autogobierno sino Talleres de Número. De entre las decenas de edificios desocupados del patrimonio universitario, la UNAM cedió el de la calle de Liverpool y luego la casona porfiriana de Tacuba que había albergado a la Escuela Nacional de Ciencias Químicas.
Al menos un autogobiernista era cercano a Revueltas. Juan Manuel Dávila venía del espartaquismo. Pero la definición del Autogobierno la dio la línea anarquista del joven Germinal Pérez Plaja cuando advirtió la insuficiencia de tomar la dirección de la escuela porque de lo que se trataba era de tomar el poder. Revueltas llamaba a no confundir esto con el Autogobierno, pero en la práctica la línea principal de reivindicar la práctica como adopción de problemas reales para su solución urbana y arquitectónica, significa una educación como la soñada por Revueltas que exigió una especie de federación colegiada de talleres a la manera de cómo serían los poderes de un gobierno anarquista. El
Autogobierno resultó una forma de autogestión por lo que alcanzó resonancia internacional, especialmente americana sobretodo por los premios concedidos por la Unión Internacional de Arquitectos. El llamado del Che al clausurar el encuentro de la UIA en La Habana en 1964, arraigó en el Autogobierno el proceso de apropiación de las técnicas en beneficio de las necesidades populares. De aquí la fraterna relación con Fernando Salinas y Roberto Segre, los dos grandes impulsores en Cuba del proyecto de arquitectura para el tercer mundo. Odontología, Psicología, Ciencias, Economía trataron en la UNAM de seguir el ejemplo que alcanzó hasta el CCH Oriente y la Universidad de Nuevo León, de Sinaloa, Chapingo, la escuela Narro de La Laguna, la de Guerrero, Puebla y Oaxaca donde todavía el rector es electo por votación directa y secreta.
El poder de subsunción del capitalismo, la incapacidad para generar relevos en los mandos, la comodidad acrítica del posmodernismo, la privatización furtiva y abierta de la educación superior, obstaculiza la continuidad de la dialéctica práctica entre autonomía, autogestión y autogobierno. Pero no la invalida sino todo lo contrario.
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