Dr. Eugenio R. Balari
En estos tiempos convulsos que se viven, sinceramente, llaman la atención muchas inconsecuencias políticas, económicas y otras de naturaleza humana que se aprecian y que nos dejan, lamentablemente, un sabor muy amargo.
A veces pienso que la sociedad contemporánea se ha vuelto insensible, en otras ocasiones trato de justificarla por aquello de que todos somos seres humanos, basándome en los factores causales y los efectos que ha promovido el desarrollo de un sistema de producción y consumo irracional e inseguro.
Y es que las características y el funcionamiento del modelo mercantil vigente, se ha convertido en el causante que amplifica todas las contradicciones que se manifiestan a través de las desigualdades e inseguridades que genera socialmente, y de la que estamos siendo todos los humanos espectadores, dolientes o protagonistas.
Al analizar y darle seguimiento a las más importantes situaciones de lo que ocurre un día tras otro, sin mayores inconvenientes conceptuales llegamos a la conclusión de que las personas estamos viviendo en un mundo signado por los desequilibrios, egoísmos y las inseguridades permanentes.
Sobran las razones para la existencia de un permanente estrés social.
Tales valores predominantes en la sociedad moderna se están valiendo de todos los procedimientos para que naciones y sociedades se sobrepongan unas sobre otras; así vemos cómo se justifican entre otras situaciones y comportamientos, las acciones de guerras, el terrorismo, el predominio y la imposición en las relaciones internacionales, la subordinación, el individualismo, el consumo desenfrenado, la explotación laboral, la corrupción, la especulación, el control de los recursos naturales, la manipulación de la información, la estimulación de hábitos sociales y de consumo perniciosos para la sociedad y la propia vida de los individuos.
La hegemonía de las naciones ricas con su aferramiento a mantenerse en dicha situación privilegiada, unido al fenómeno de la globalización neo-liberal que parejamente se ha producido y que se encuentra caracterizada en esta etapa por la concentración del capital o las finanzas y la presencia todopoderosa de unas cuantas decenas de enormes empresas transnacionales, con influencias inconmensurables, evidentemente, desde hace algunos años lo viene trastocando todo.
Si hace tan siquiera un tiempo atrás, unas pocas décadas transcurridas, el mundo del capital y el mercado ya daba señales a través de sus crisis cíclicas, de no poder desarrollarse sobre una base armónica y coherente social y económicamente, hoy en día, lo que se aprecia y viene sucediendo es infinitamente mucho mayor, más preocupante y de graves e inquietantes consecuencias a nivel mundial.
La economía planetaria es hoy, estricta y típicamente mercantil por su modo de producción, pero aunque nos la quieran presentar y además vender, como si se encontrara en condiciones robusta y estable o muy distante de una profunda y protagónica crisis, lo cierto es que cada día que pasa, sus síntomas y los acontecimientos mundiales que se producen hacen indicar todo lo contrario.
La crisis del modelo de producción y consumo capitalista se manifiesta cada vez más claramente.
Las formas en que se originó y se desarrolla la acumulación originaria del capital y las riquezas, la exacerbación de la competencia mercantil, el interés de lucro o la búsqueda de las ganancias por donde y a como sea, sin controles ni regulaciones algunas, no posibilitan la coherencia y el desarrollo armónico del modelo de producción y consumo en que vivimos.
De ahí que lo que resalte sean los abismales desequilibrios entre países, se evidencien las enormes diferencias económicas y sociales entre el mundo rico y desarrollado y los del tercer mundo pobre, las enormes desigualdades domésticas en la distribución y/o redistribución del ingreso y las riquezas, el agotamiento y la escasez de recursos naturales y diferentes y constantes crisis a nivel universal de distinto signo y naturaleza.
Todos esos elementos de diferenciación, de exacerbación de valores egoístas e individualistas son los que se asocian a la riqueza y la opulencia de unos y la pobreza y miseria de otros, no puede haber duda que son los hechos determinantes para que nos encontremos viviendo dentro de un verdadero desorden, cercano a un polvorín y con posibilidades de que nos estalle en cualquier momento.
Son esas las causas profundas que se encuentran generando la mayor parte de los problemas y conflictos a los que nos enfrentamos en la actualidad en todos los rincones del planeta.
Crisis financieras, crisis energéticas, crisis inmobiliarias, crisis de alimentos, crisis con los precios, crisis ecológicas o medioambientales, crisis de desequilibrios, crisis sociales, crisis por impactos de fenómenos agresivos de la naturaleza, crisis sociales, crisis políticas.
Vivimos bajo la impronta de las crisis, pero la verdadera y fundamental crisis es la del propio Modelo vigente que origina todas las demás.
En años recientes, se ha hecho evidente lo que se venía anunciando varias décadas atrás; recuerdo bien cuando se decía que el petróleo era un recurso fósil y, por tanto, finito y que sus potencialidades y reservas no durarían para siempre y que más temprano que tarde comenzaría a escasear. Así ha sido.
Los pronósticos, sencillamente, se han venido cumpliendo rigurosamente.
Sin embargo, paradójicamente, la demanda de este recurso energético continuó con rapidez aumentando, mientras que los niveles de la oferta comenzaron a dar síntomas de no poder mantener los ritmos de dicho crecimiento de la demanda y, como consecuencia de ello, en estos últimos años, las necesidades del petróleo se manifiestan inquietantemente mucho mayor que la de los actuales niveles de oferta y, por tanto, al no existir su adecuada correlación los precios aumentan sin detenerse.
El resultado de esta grave situación, se encuentra claro a la vista de todos nosotros y todo ello, a pesar de los constantes acuerdos internacionales entre los productores, los diferentes esfuerzos realizados para la acumulación de reservas, otros controles y medidas tomadas de carácter comercial y de intentos de regulación de precios.
Lo cierto, es que los precios mundiales del petróleo se han disparado y los esfuerzos y medidas realizadas hasta el momento han sido infructuosos y no han podido frenarlos.
El problema es más complejo y al parecer se ha ido fuera de control.
Los esfuerzos de los países y gobiernos más desarrollados han sido insuficientes en la previsión de los recursos energéticos; se confiaron demasiado y han avanzado muy poco en las fuentes alternativas y sustentables para enfrentar la situación que se avecinaba.
Ahora comienzan, aunque tímidamente aún a mostrarse sus consecuencias.
La dependencia mundial de este recurso sigue siendo, hasta el momento, determinante y decisiva para la humanidad.
Muchas informaciones aparecidas en los medios nos han reseñado, como las reservas de este recurso energético vital, cada vez se han hecho más difíciles y costosas de extraer para poder garantizar las necesidades mundiales.
Lógicamente, si ahora comienza a escasear la fundamental fuente de energía que ha soportado las exigencias del desarrollo, ello va a incidir en todos los demás sectores y va a tener múltiples efectos económicos y sociales.
A partir de esta nueva situación, mucho cuidado con los equívocos de los analistas y líderes mundiales que no lleguen a comprender la magnitud y los riesgos de lo que está ocurriendo; pues en ese sentido, los problemas no sólo apuntarán hacia lo económico sino probablemente, y con mucha más fuerza, también afloren hacia las sensibles cuestiones sociales, las que a su vez tendrán sus consecuencias políticas de gran significación.
Por el momento, todo indica que los países ricos siguen actuando insensatamente, no se disponen a cambiar ni mínimamente las reglas del juego que ocasionan estas situaciones, algunas de las más recientes reuniones internacionales que han ocurrido así lo confirman.
Pero dice un viejo adagio, que tanto da el cántaro a la fuente hasta que este se rompe.
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