Jorge Carrillo Olea
Por falta de información, poquísima gente advirtió hace meses que se estaba cerniendo una tormenta cuyas dimensiones todavía son impredecibles. ¡Hoy, quién se atreve a predecir la situación a 12 meses de distancia! Y ahora, ¿por qué sucedió o qué motivó lo que todavía no avizoramos?
Como todo lo que es trascendente para nuestro país, la información vino del norte. Algún cínico magnate estadunidense, ante el supuesto rescate bancario y de la industria automotriz dijo: “Nosotros sólo seguimos las reglas del mercado, de la oferta y la demanda; se nos pedía más de todo, más grande y más ostentoso”. Por eso algún representante sensato de Oklahoma, replicó: “Por qué los contribuyentes que ganan su ingreso produciendo granos tenemos que pagar su ostentación”. Aquella declaración cínica y esta reflexión sensata serían válidas si se hubieran hecho en México.
Sin embargo, aquí nuestro gobierno, como siempre garantiza que aquí no pasa nada, que nuestra economía es suficientemente firme para manejar razonablemente la crisis. Lo dicen nuestros cínicos gobernantes mientras vemos caer a Japón, sacudirse al propio Estados Unidos, temblar a Alemania, Francia y España, y anunciar recortes por los siempre prudentes países escandinavos.
También del norte nos llegan dos noticias irritantes ante la impasividad de nuestro gobierno en materia informativa: una embotelladora de refrescos nos dice a los mexicanos que despedirá a más de 2 mil 200 empleados y cerrará tres plantas embotelladoras y cancelará alrededor de 30 rutas de distribución.
Simultáneamente, también desde el norte nos informan que un magnate y misterioso mexicano acaba de comprar una cadena de tiendas que vende bienes electrónicos en Estados Unidos (Circuit City). ¿Qué pasa, pues? Por un lado nos llegan olas de apocalípticas noticias y por otro nos enteramos, además de ser el país de origen del segundo hombre más rico del mundo y que nos sobra dinero para comprar un consorcio en todo Estados Unidos.
Estas reflexiones no son las de un especialista, son las de un simple hombre de la calle que se interesa por su país. Los grandes y soberbiamente remunerados analistas de Hacienda y del Banco de México callan, seguramente por instrucciones presidenciales, mientras el presidente del empleo todas las noches nos informa a través de los medios que la economía sigue firme y que el crimen será domeñado.
El sensor más perceptivo del jefe de familia es la seguridad de su empleo y con ello la estabilidad familiar. Unos piensan en postergar el viaje a Europa; otros, de otra escala, revisan sus pasivos; otros se alarman y muchos ya están en la calle. Poco nos dicen las gráficas que vemos en los diarios o en la televisión, poco nos dice de lo que más lastimeramente nos importa: el bienestar familiar.
El derecho a la información tan cantado desde 1977 y tan criticado y modificado, sigue en la realidad sin vigencia, salvo el loable esfuerzo de hacerlo relativamente accesible mediante una secretaría de Estado, a pesar de sus candados. ¿Podría tomarse la decisión de abrirlo e instruirnos ahora que estamos de cara a la incertidumbre?
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