Jorge Camil
Algunos afirman que “el derecho penal se hizo para castigar a los pobres”. Y para comprobarlo basta ver cómo los ricos, acusados de “delitos de cuello blanco” y armados de amparos milagrosos, jamás pisan la cárcel. Ahí está Bernie Madoff, el rufián que dejó en la calle a cientos de inversionistas de alcurnia con un fraude de 50 mil millones de dólares. Fresco, como una lechuga, está bajo “arresto domiciliario” en un lujoso departamento neoyorquino.
El derecho penal internacional conoce la misma impunidad: los culpables mueren en la cama. Para ellos no hay amparo que valga, ni quién lo necesite. Se defienden con poderío económico y fuerza militar. “La historia la escriben los vencedores”, dice la consigna popular. Y algunos analistas, frustrados por la impunidad de los poderosos, sentenciamos con igual resignación: “ya los juzgará la historia”, olvidando que la historia la escribimos diariamente los usuarios de Internet.
Jamás olvidaré la inaudita respuesta de George W. Bush a Bob Woodward: “¿le preocupa la historia”?, preguntó el periodista. “No, para entonces todos habremos muerto”, contestó Bush. Y ayer, al abandonar la Casa Blanca, el responsable de la sangrienta guerra civil en Irak declaró a sus partidarios con igual desparpajo: “hoy, al llegar a casa y mirarme al espejo no me arrepentiré de lo que vea: quizá más pelo blanco”.
Por su parte, el gobierno sionista de Israel (con una pierna en la Casa Blanca y la otra en Medio Oriente) optó por escribir una “historia” a la medida. Cerró herméticamente la Franja de Gaza y consumó la matanza a espaldas de la prensa. La “historia actual” confirma que ambos países actúan al margen de la ley y fuera del alcance de la Corte Penal Internacional. ¿Cómo llamarlos a cuenta por las matanzas de civiles en Irak, Afganistán, y ahora Gaza? ¿Cómo castigar a Bush y Dick Cheney por las torturas en Guantánamo, Abu Ghraib y las cárceles secretas de la CIA? ¿Cómo reclamarle a Ehud Olmert la muerte de 300 niños palestinos? Los genocidas pueden dormir tranquilos. Nadie los obligará a responder por delitos de lesa humanidad.
Quien no crea sus inverosímiles justificaciones que predique en el desierto o publique artículos en La Jornada. Los “daños colaterales”, eufemismo para tender un manto de impunidad sobre la muerte de mujeres y niños, “son inevitables”. Para ellos los genocidas tienen una frase que lo explica todo: “estaban en el lugar equivocado a la hora equivocada”. La justificación de Israel son los cohetes caseros de Hamas. Eso los autorizó a destruir 22 mil edificios (viviendas, escuelas, hospitales y la sede de Naciones Unidas). Eso justificó la respuesta desproporcionada: un puñado de invasores muertos se cobra con las vidas de mil 300 palestinos (¡468 niños!, hoy venerados como “mártires de Gaza”).
Juan Gelman, de ascendencia judía, se pregunta asombrado (Milenio, 17/1/09) “si es posible que en el siglo XXI se pueda encerrar a un millón y medio de personas y hacer con ellas todo lo que se quiera calificándolas de terroristas”. Y en clara referencia a una página triste del judaísmo Elías Khoury (El País, 17/1/09) advierte que al sellar la Franja de Gaza a cal y canto, y someter a sus habitantes a la matanza, Israel convirtió a los palestinos en “los judíos de los judíos”.
La destrucción de hospitales y escuelas tiene una explicación aún más ofensiva: “ahí se esconden armas y terroristas”. En El Gernika de los palestinos (El País, 10/1/09) Sami Naïr pregunta si es legítimo arrasar aldeas y ciudades en violación del derecho internacional, y se contesta afirmando que los dirigentes israelíes lo vienen haciendo hace mucho con absoluta impunidad; “con la complicidad de (…) ciertos países árabes, desde hace tiempo arrodillados, envilecidos y revolcados en el fango del sometimiento al imperio americano”.
En cuanto a Irak las ratas comienzan a abandonar el barco. Donald Rumsfeld afirma tener “la conciencia tranquila”: fue un simple funcionario civil sin mando militar. Y Cheney, verdadero poder tras el trono, afirma hoy con soltura: “Bush estaba a cargo”. Bush y Olmert, su alter ego, comparten la misma justificación: ambos nos protegen de futuros “ataques terroristas”, aunque sabemos que uno busca petróleo y el otro ensanchar el territorio. En su última conferencia de prensa Bush se deslindó de las víctimas de Katrina. “Los rescatistas salvaron a 30 mil damnificados.” Jamás se disculpó por los miles atrapados en ese infierno en la tierra que fue el Centro de Convenciones, donde vivieron sin luz, sin agua, sin alimento; entre cadáveres en descomposición y criminales que formaron pandillas para saquear y violar a las víctimas. Tampoco mencionó los cadáveres que flotaban hinchados, como muñecos de goma, por las calles de Nueva Orleáns.
Este fanático del béisbol le confesó tranquilamente a la revista People que el evento más emocionante de su presidencia fue el lanzamiento de la bola inicial en la Serie Mundial de 2001. ¿Cuál será el evento que recordará Ehud Olmert: las bombas de fósforo blanco sobre los niños mártires de Gaza?
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