José Agustín Ortiz Pinchetti
Quizás podamos convertir las adversidades en estímulo para cambiar y progresar. Reconozco: pueden ser tan abrumadoras que aplasten la posibilidad de una respuesta. Éste es el riesgo. Si nuestro propósito es comprender y no fantasear, afrontemos los hechos portadores de adversidad.
La economía ha empeorado por la irresponsabilidad de los gobiernos recientes. El actual tendrá que enfrentar, simultáneamente, la pérdida del precio del petróleo, que significa 45 por ciento de su presupuesto; el costo creciente de la burocracia; la crisis estadunidense, que reduce nuestras exportaciones; el peligro de una balanza externa con déficit insólito; aumento en precios de básicos y desempleo; dificultad para importar alimentos y gasolina y, quizás, nuevas devaluaciones en 2009.
El lado peor de nuestra vida pública es la corrupción y su impunidad. Preocupa a las organizaciones internacionales y el hombre común la constata cada día. Los efectos son destructivos: desigualdad, anulación de la competencia, descomposición de las fuerzas de seguridad, cinismo como parte de nuestra cultura.
Las instituciones son los mecanismos para resolver los conflictos. Hoy están profundamente deterioradas. Domina una partidocracia parasitaria que bloquea a fuerzas, grupos y personalidades emergentes. Instituciones reformadas hace poco, como el IFE, la Corte y la CNDH, han perdido credibilidad a nivel crítico.
Estos problemas y otros que llenarían 500 páginas van a provocar que la población agredida responda con irritación, inconformidad que puede llegar a brotes de violencia. La alternativa es la democracia.
En 1985, la adversidad del colapso financiero movilizó grupos en todo el país que demandamos como respuesta a la crisis la apertura a la democracia. Pasaron más de 15 años para que el PRI perdiera las elecciones de 1997 y la Presidencia en 2000. La traición de Fox y del PAN interrumpió la transición. Ante la acumulación de adversidades, hoy somos millones los que volvemos con la misma exigencia. La democracia como hazaña colectiva va a rebasar a la clase política. Será necesario que el despertar se extienda a la mayor parte de la población y, por supuesto, organización, mucha organización.
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