Soldados israelíes avanzan sobre la franja de Gaza. Un portavoz militar de Tel Aviv advirtió que la operación será “larga”, pues hay muchos blancos. A su vez, Hamas señaló que la ofensiva “no será un paseo”. En tanto, Max Galard, funcionario de la ONU, aseveró que los ataques “indiscriminados” ocurren “cada 20 minutos” Foto Reuters
Editorial
Gaza: frenar la masacre
A una semana de haber iniciado la ofensiva militar en la franja de Gaza –que ha dejado un saldo de 460 muertos y más de dos mil heridos–, y pese a las condenas expresadas por la comunidad internacional y las decenas de manifestaciones que se han producido en distintas ciudades europeas y del mundo árabe, el gobierno israelí –en lo que constituye un nuevo peldaño en las acciones bélicas– ordenó ayer una invasión terrestre en territorio palestino.
La decisión del régimen de Tel Aviv originó nuevas reacciones de rechazo internacional: Francia condenó el ataque y afirmó que éste “complica los esfuerzos hechos por la comunidad internacional” con miras a la obtención de un cese al fuego; el secretario general de la Organización de Naciones Unidas (ONU), Ban Ki Moon, pidió un alto inmediato a la ofensiva y se manifestó “decepcionado” de Israel. Por su parte, la organización islámica Hamas afirmó que la franja de Gaza será “un cementerio” para el ejército israelí.
La devastación humana y material que ha sufrido Gaza en la semana reciente hace urgente detener la ofensiva que realiza Israel en el infortunado enclave palestino. En la circunstancia actual, sin embargo, es claro que tal decisión no vendrá del Estado israelí, cuya clase política, como muestra de la profunda descomposición moral que enfrenta, se ha volcado en apoyo a la agresión a Gaza e incluso lucra políticamente con ella: es significativo al respecto que los dos candidatos punteros de cara a las elecciones parlamentarias del próximo 10 de febrero –Tzipi Livni, del gobernante partido Kadima, y Benjamin Netanyahu, del ultraderechista Likud– se hayan manifestado recientemente a favor de la necesidad de eliminar a Hamas y despojarla del control de la franja, así como el hecho de que la incursión ha favorecido la imagen del ministro de Defensa y jefe del Partido Laborista, Ehud Barak.
Es de suponer, por tanto, que una solución viable y efectiva tendría que producirse necesariamente en el ámbito internacional y, en concreto, en los centros de poder de Washington y Bruselas. No obstante, hasta ahora ese escenario tampoco se antoja viable: las condenas emitidas por las potencias occidentales y sus exhortos a un alto al fuego de nada han servido para disuadir a Tel Aviv de avanzar en la ofensiva militar. Más aún, algunos de esos asertos rayan en la obsecuencia para con ese gobierno: las autoridades de Estados Unidos se empeñan en justificar a Israel y en señalar a Hamas como la responsable de la ofensiva israelí en Gaza, y otro tanto puede decirse de las declaraciones vertidas ayer por el gobierno de la República Checa –nación que ocupa la presidencia de la Unión Europea– en el sentido que la acción de Tel Aviv es “defensiva, no ofensiva”. Afirmaciones de este tipo ponen de manifiesto, por lo demás, el doble rasero de Occidente ante acciones injustificables cometidas por uno de sus aliados estratégicos; es de suponer que, en otras circunstancias, Estados Unidos y la Unión Europea habrían aplicado sanciones económicas e incluso habrían calificado de “terrorista” al régimen del país agresor.
En el momento presente, y ante la gravedad de la crisis en Gaza, resultan inútiles las condenas y la consternación manifestada por los gobiernos occidentales: es obligado, en cambio, que éstos, así sea por razones de imagen, presionen enérgicamente a Israel para que ordene la salida de sus tropas del territorio palestino y permita el acceso de ayuda humanitaria en la región. Cabe esperar, por último, que el presidente electo de Estados Unidos, Barack Obama, quien habrá de tomar posesión el 20 de enero próximo, funja como factor de distensión en Medio Oriente, contribuya a avanzar en la reconfiguración geoestratégica de Israel en la región y en el cumplimiento por Tel Aviv de las resoluciones 242 y 338 de la ONU, que ordenan el retiro inmediato de la totalidad de los territorios ocupados en la guerra de 1967 –Cisjordania, Gaza y la Jerusalén oriental– y el reconocimiento del derecho de los palestinos a instaurar un Estado pleno, soberano e independiente.
Gaza: frenar la masacre
A una semana de haber iniciado la ofensiva militar en la franja de Gaza –que ha dejado un saldo de 460 muertos y más de dos mil heridos–, y pese a las condenas expresadas por la comunidad internacional y las decenas de manifestaciones que se han producido en distintas ciudades europeas y del mundo árabe, el gobierno israelí –en lo que constituye un nuevo peldaño en las acciones bélicas– ordenó ayer una invasión terrestre en territorio palestino.
La decisión del régimen de Tel Aviv originó nuevas reacciones de rechazo internacional: Francia condenó el ataque y afirmó que éste “complica los esfuerzos hechos por la comunidad internacional” con miras a la obtención de un cese al fuego; el secretario general de la Organización de Naciones Unidas (ONU), Ban Ki Moon, pidió un alto inmediato a la ofensiva y se manifestó “decepcionado” de Israel. Por su parte, la organización islámica Hamas afirmó que la franja de Gaza será “un cementerio” para el ejército israelí.
La devastación humana y material que ha sufrido Gaza en la semana reciente hace urgente detener la ofensiva que realiza Israel en el infortunado enclave palestino. En la circunstancia actual, sin embargo, es claro que tal decisión no vendrá del Estado israelí, cuya clase política, como muestra de la profunda descomposición moral que enfrenta, se ha volcado en apoyo a la agresión a Gaza e incluso lucra políticamente con ella: es significativo al respecto que los dos candidatos punteros de cara a las elecciones parlamentarias del próximo 10 de febrero –Tzipi Livni, del gobernante partido Kadima, y Benjamin Netanyahu, del ultraderechista Likud– se hayan manifestado recientemente a favor de la necesidad de eliminar a Hamas y despojarla del control de la franja, así como el hecho de que la incursión ha favorecido la imagen del ministro de Defensa y jefe del Partido Laborista, Ehud Barak.
Es de suponer, por tanto, que una solución viable y efectiva tendría que producirse necesariamente en el ámbito internacional y, en concreto, en los centros de poder de Washington y Bruselas. No obstante, hasta ahora ese escenario tampoco se antoja viable: las condenas emitidas por las potencias occidentales y sus exhortos a un alto al fuego de nada han servido para disuadir a Tel Aviv de avanzar en la ofensiva militar. Más aún, algunos de esos asertos rayan en la obsecuencia para con ese gobierno: las autoridades de Estados Unidos se empeñan en justificar a Israel y en señalar a Hamas como la responsable de la ofensiva israelí en Gaza, y otro tanto puede decirse de las declaraciones vertidas ayer por el gobierno de la República Checa –nación que ocupa la presidencia de la Unión Europea– en el sentido que la acción de Tel Aviv es “defensiva, no ofensiva”. Afirmaciones de este tipo ponen de manifiesto, por lo demás, el doble rasero de Occidente ante acciones injustificables cometidas por uno de sus aliados estratégicos; es de suponer que, en otras circunstancias, Estados Unidos y la Unión Europea habrían aplicado sanciones económicas e incluso habrían calificado de “terrorista” al régimen del país agresor.
En el momento presente, y ante la gravedad de la crisis en Gaza, resultan inútiles las condenas y la consternación manifestada por los gobiernos occidentales: es obligado, en cambio, que éstos, así sea por razones de imagen, presionen enérgicamente a Israel para que ordene la salida de sus tropas del territorio palestino y permita el acceso de ayuda humanitaria en la región. Cabe esperar, por último, que el presidente electo de Estados Unidos, Barack Obama, quien habrá de tomar posesión el 20 de enero próximo, funja como factor de distensión en Medio Oriente, contribuya a avanzar en la reconfiguración geoestratégica de Israel en la región y en el cumplimiento por Tel Aviv de las resoluciones 242 y 338 de la ONU, que ordenan el retiro inmediato de la totalidad de los territorios ocupados en la guerra de 1967 –Cisjordania, Gaza y la Jerusalén oriental– y el reconocimiento del derecho de los palestinos a instaurar un Estado pleno, soberano e independiente.
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