Divorcio
Una función fundamental de los partidos es la disputa legítima por el poder político a través de la competencia electoral. En ella todos los partidos se encuentran inmersos y buscan mantener y ampliar su electorado.
La lógica electoral y la búsqueda de mayores posiciones han copado los rincones del trabajo partidario, al extremo que todos, sin excepción y con una gran dosis de pragmatismo, plantean la necesidad de “moverse al centro”, diluyendo su discurso y por tanto las diferencias entre los proyectos que cada uno dice representar.
Son muchos los ejemplos: en 2006, la propuesta de Andrés Manuel López Obrador de bajar los precios de luz, gas, gasolinas y de ampliar los apoyos para adultos mayores, antes satanizadas como populistas, fue retomada por los candidatos del PRI y del PAN, o el caso reciente de la campaña oficial del PRD con relación a la reforma energética, que sostiene que “jugamos en equipo con los demás partidos” y que “la receta es de todos los partidos, pero la mayoría de los ingredientes los puso el PRD”, con la que se mantiene la lerda idea de que “cogobernamos desde el Congreso” y, en consecuencia, se es copartícipe de las políticas que han llevado al colapso de las instituciones encargadas de la seguridad pública y de las políticas económicas. Esto, además de crear confusión, desalienta al elector para quien todos son lo mismo.
Así, los partidos se empantanan en un discurso que olvida, como sostiene Arnoldo Martínez Verdugo, que “el centro político es la gobernabilidad, mientras el centro ideológico es el pantano”.
Algo similar sucede con los gobiernos locales, que en su mayoría, buscando su continuidad, privilegian mantenerse en el poder por encima de impulsar transformaciones que pudieran afectar los intereses de los grupos beneficiarios del estatus vigente. Así vemos cómo muchos gobiernos locales y municipales, incluso de la izquierda, asumen posiciones conservadoras, administran y palian la crisis, cuando no viven el embeleso de un poder efímero.
En tanto, la sociedad permanece ajena a estas dinámicas y demanda definiciones y respuestas fuertes, lo que da cuenta del profundo divorcio entre los partidos políticos, sus gobiernos y la sociedad.
La actual campaña electoral abre la posibilidad de impulsar nuevos paradigmas y alternativas. La izquierda no necesita más diagnósticos o explicaciones; requiere diferenciarse con claridad, tomar iniciativas, impulsar cambios que permitan rescatar al país desde la raíz de su vida comunitaria, vinculando la acción de los partidos con la autoridad local y los movimientos sociales, y desde ahí definir las agendas en el Parlamento.
Se requiere del replanteamiento de las políticas hasta ahora seguidas; de nuevas alianzas y formas de participación en la comunidad y el territorio en que se insertan; de una nueva relación entre autoridades locales y movimientos sociales desde el territorio.
La crisis obliga a adaptarse a la nueva situación y el territorio es un nuevo protagonista en la creación del nuevo paradigma, no sólo para enfrentar la crisis y promover el desarrollo de la economía local, sino para un ejercicio democrático distinto, que admita el desarrollo de comunidades fuertes, articuladas con los poderes locales, que permitan la democratización de la vida pública y el desarrollo de una cultura que aliente la vida comunitaria, y que reconozca su diversidad y refuerce las acciones por el bien vivir y la redistribución del ingreso.
Asistimos a un nuevo proceso electoral. No es posible reproducir la percepción de que todos somos lo mismo. Esta es una oportunidad para ofrecer al elector una opción que motive su participación y supere el divorcio con la sociedad, cultivando un electorado maduro y con memoria.
aencinas@economia.unam.mx
Profesor de la Facultad de Economía de la UNAM
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