Luis Linares Zapata
Más que un Estado fallido, lo que aqueja a esta atribulada república es la profunda y ramificada crisis del modelo de gobierno, de producción, convivencia y de inserción en la globalidad. Pero, además de estas realidades, que se observan aun sin quererlo, la larvada conformación de una plutocracia en mucho parasitaria y, por tanto, retardataria, ha venido poniendo su pesado grano de arena para acrecentar los problemas e injusticias que brotan por doquier.
De varias maneras, este tinglado sui generis ha ejercido su negativa influencia sobre toda clase de instituciones. Pretenden, y lo han logrado, hacerlas funcionar de acuerdo con sus muy particulares intereses hasta doblegarlas en toda ocasión o lugar. Los privilegios que ha acumulado este ralo conjunto de familias en el transcurso del último medio siglo son de una magnitud casi sin parangón con otras naciones (Rusia está peor). Los múltiples efectos que irradian sobre el desarrollo de personas, grupos, clases sociales, leyes, empresas, valores o tribunales es descomunal, tal como si hubieran sido diseñados o entrenados para su deleite y acumulación de riquezas y poder.
Conformada por un conjunto de herederos o beneficiarios de los favores gubernamentales, esta selección entre las elites nacionales fue ocupando el creciente hueco de poder que dejaba la decadencia de timoratos, maniobreros o enclenques políticos mexicanos. De simples acompañantes o cómplices del círculo decisorio de naturaleza pública, los ahora grandes barones del dinero fueron encaramándose sobre la casi la totalidad de los botones de mando del país. Armados con influyentes palancas que les acercan sus medios de producción y comunicación, no han dudado en emplearlos en aquellas ocasiones en que ven la oportunidad de acrecentar sus privilegios o amenazados sus intereses. Pueden, al mismo tiempo, detener inversiones cuantiosas para lograr legislaciones favorables, influir sobre sus contrapartes externas para que, desde los centros del poder mundial, presionen a los que se les oponen para inclinar la balanza en su favor. Recurren con frecuencia a los tribunales para modificar, con inusitada facilidad, alguna norma que les incomoda, pues conocen la debilidad del entramado judicial, característica tan general como dañina para la confianza ciudadana (véanse si no las últimas actuaciones de la Suprema Corte de Justicia de la Nación o del IFE).
No hay, dentro de esta plutocracia ramplona y autoritaria, uno solo de sus miembros que no haya recibido, de manera indebida o ilegal, un cúmulo inmenso de favores públicos. Trátese de contratos por adjudicación, ventas de los bienes públicos a precios de regalo, protección contra la competencia, tarifas garantizadas, exenciones de impuestos, incrementos de precios, manipuleo de la fuerza laboral a través de sindicatos ahorcados por líderes venales o francos apoyos en efectivo que alcanzan cifras estratosféricas. Todas estas minucias han quedado documentadas con pavorosa precisión (el Fobaproa-IPAB fue, quizá, un punto medular en el proceso de su conformación, pero no el único).
Sucesivas administraciones priístas, de Díaz Ordaz a Zedillo, incluyendo a De La Madrid, López Portillo o Echeverría, dan fehaciente testimonio del fortalecimiento plutocrático a su paso por la crisis de crecimiento que aqueja, desde entonces, al país. Pero fue con Salinas (88-94) donde dio un salto descomunal. De uno, a lo máximo dos personajes adinerados a escala mundial (Forbes) se pasó a contar con veinte billonarios (en dólares).
La aparición de Fox con sus panistas y gerentes de poquísima monta fue la etapa de la consolidación plutocrática. La imagen de respetados caballeros que adquirieron sus integrantes llegó a ser irresistible para un ranchero rencoroso, de escasa capacidad mental, y ante ellos inclinó su torpe administración. Fox desgobernó para ellos con un celo inigualable; fueron su horizonte a imitar, sus guías y, sin discusión alguna, sus patrones. Esta plutocracia le impuso la tarea de parar la emergencia de la izquierda, con AMLO a la cabeza. Tarea a la que Fox dedicó todas sus energías de merolico profesional. En este periodo los plutócratas pusieron las bases de su actual crisis. Los dos últimos años con el señor Calderón, al más que dudoso frente del Ejecutivo federal, se han convertido en una pesadilla para ellos. Es su propia creación, lo impusieron contra todo consejo y visión y los ha llevado a ser exhibidos, ya sin tapujos, como el obstáculo por excelencia para el progreso de México.
El lema empleado durante la campaña electoral (Un peligro para México), esparcido por todos los rincones, condensa los temores que los invadían. Lo arriesgaron todo con tal de que AMLO no llegara a la Presidencia que el electorado le mandó. Intuyeron, y después llegaron a la seguridad, que Andrés Manuel no sería un político doblegado ante sus tajantes órdenes y los sujetaría a los intereses superiores de la Nación.
Ahora es un tanto tarde para los remiendos. La crisis que se abate ha puesto a esta República en un punto de desequilibrio mayor si no se dan los retoques necesarios con la vista puesta en las inclusiones, la apertura de oportunidades y la equidad. La informalidad es una medida de la incapacidad del gobierno para ejercer sus funciones de conductor. El crimen organizado reta a todos los niveles de poder e introduce temores generalizados, rayanos en el pánico. Un mayor descontrol de todo esto y México, en efecto, será un Estado fallido. Hace falta, por tanto, un tratamiento de choque, a fondo, totalizador, para que el aparato productivo vuelva a funcionar para el beneficio de todos. Los partidos, el Congreso, la administración de justicia, los poderes regionales, los sindicatos o el ejército, requieren un renfoque, un diseño para mitigar y trastocar las tragedias que se viven por todos los confines del país. De manera coincidente, un fenómeno esperanzador surge desde abajo de la sociedad. Por todos sus pueblos y calles aparecen personas y grupos de gentes que están dispuestas a cambiar el estado de cosas que ahorcan al México de estos aciagos días. También avanza, y se consolida, una organización, un movimiento social y político que puede encauzar y conducir esta energía colectiva para la transformación del país.
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