Carlos Fernández-Vega
La Secretaría de Hacienda –una de las instituciones más alegres de la temporada– sostiene la tesis de que es importante no generar un escenario de pesimismo, porque estos periodos (de crisis) eventualmente terminan, se corrigen y viene el crecimiento. Cierto es, y muestra de ello es que en los últimos 32 años y pico México ha entrado y salido de cuando menos cinco de esas sacudidas, y es tal el gusto que le agarró a este juego masoquista de entrar, corregir y salir, que de nueva cuenta está inmerso en el ejercicio, el sexto al hilo.
Por ello, para compartir la tesis de la SHCP, vale la pena hacer un rápido recorrido sobre la política de crimen y castigo (del gobierno, y para los mexicanos, respectivamente) que, con sus matices, llegó para quedarse (con cifras no de los medios de comunicación, sino de la estadística gubernamental): en 1976, con todo y la devaluación que sacudió al país tras 22 años de estabilidad cambiaria, la economía mexicana sólo creció 4.42 por ciento. A pesar de ello, ese resultado contribuyó a redondear una tasa anual promedio de incremento de 6 por ciento durante el sexenio de Luis Echeverría.
El de la solución somos todos, José López Portillo, heredó un país en crisis, la cual –como dicen en Hacienda– eventualmente terminó, se corrigió y llegó el crecimiento, alentado por el nuevo boom petrolero mexicano: 6.55 por ciento como promedio anual en el sexenio. Pero en 1982 eventualmente regresó la crisis y la economía cayó 0.52 por ciento, rompiendo un ritmo de avance cercano a 9 por ciento registrado el año previo.
Llegó el nuevo gobierno, el de la renovación moral, y tras la crisis de 1982 (devaluación, alta inflación, fuga de capitales, crisis de deuda externa, pérdida de reservas internacionales y caída en el PIB) la economía mexicana creció 0.34 por ciento en promedio anual durante el sexenio de Miguel de la Madrid, el peor resultado del México posrevolucionario. El mayor logro económico de esta administración fue 3.41 por ciento de avance en el PIB registrado en 1984, el cual ni siquiera pudo compensar la caída de 1983 (menos 3.49 por ciento).
Concluyó la renovación moral y llegó la solidaridad. Carlos Salinas de Gortari recibió un país en crisis (hiperinflación, devaluación histórica, caída del PIB, fuga de capitales, desmantelamiento del aparato productivo del Estado, etcétera), la cual eventualmente terminó, se corrigió y vino el crecimiento. Tras el caótico sexenio de Miguel de la Madrid y su herencia de crisis sexenal, la economía mexicano creció 3.9 por ciento en promedio anual durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, muy lejos de 6.55 por ciento de JLP, aunque mucho mejor que 0.34 por ciento de MMH. Sin embargo, antes de retirarse –primero al ayuno y después al exilio”–, dicho personaje dejó a la economía prendida con alfileres, con una macro devaluación en lista de espera que se negó a ejecutar porque su imagen resultaría afectada, lo que al final de cuentas de cualquier suerte se concretó y en dimensiones estratosféricas.
Y llegó el sexenio del bienestar de la familia, el de Ernesto Zedillo, a quien reventó en la cara la mayor crisis económico-financiera de la historia nacional (hasta ese momento), resultante de la herencia salinista y el desastroso control de daños del nuevo gobierno (por cierto dicen los cronistas de la época que este personaje se quejaba amargamente de que Salinas le dejó la economía prendida de alfileres; en respuesta, el hijo predilecto de Agualeguas le contestaba: pues, para qué se los quitaste, pendejo). Como dicen en Hacienda, esta sacudida eventualmente terminó, se corrigió y llegó el crecimiento: 3.5 por ciento anual como tasa promedio durante el sexenio zedillista (prácticamente la mitad de la registrada casi dos décadas atrás), el cual heredó cualquier cantidad de deuda a los mexicanos, producto de sus innumerables rescates y salvamentos del capital privado a costillas del erario, el Fobaproa en primerísimo lugar.
Tras una transición de terciopelo, como en su momento la calificó el de las ideas cortas y la lengua larga, llegó el cambio y con él la simpática Martita Sahagún (disfrazada de Vicente Fox), sus cifras históricas y sus grandes logros. Resultado: 2.3 por ciento promedio anual de avance en el PIB, o lo que es lo mismo el peor balance económico desde el sexenio de Miguel de la Madrid (antes de que a Los Pinos arribara Calderón) y equiparable al registrado en tiempos de Plutarco Elías Calles (2.1 por ciento), es decir, previo al crack de 1929 y el advenimiento de la Gran Depresión. En el sexenio foxista más rescates y salvamentos del capital privado con recursos de la nación y la entrega, prácticamente total, del sistema de pagos a las trasnacionales financieras.
Y para vivir mejor llegó la continuidad, con sus cifras históricas en empleo, golizas al crimen organizado, catarritos y gripas económicas y navíos de gran calado. Junto a ella un nuevo capítulo de la crisis (que ya había concluido, se había corregido y, en consecuencia, regresó el crecimiento), la cual, según la tesis de Hacienda, terminará, se corregirá y etcétera, etcétera. En vía de mientras, en tres años de Felipe Calderón (el que decía que nunca más una crisis), si bien van las cosas, el crecimiento económico del país no pasará de 0.9 por ciento como promedio anual en el trienio, algo no visto (más allá del sexenio de MMH, desde tiempos de Alvaro Obregón, o lo que es lo mismo, 85 años atrás).
Contundente, pues, la tesis de la eventualidad, la corrección y el retorno del crecimiento.
Las rebanadas del pastel
Ya lo dijo el desesperado inquilino de Los Pinos: lo importante es lo que se hace de fondo, de largo plazo; no es la tormenta que se enfrente en un momento determinado, sino mantener el rumbo; lo importante no es la coyuntura sino el fondo, la visión de largo plazo y a la vez el dominio y la superación de la coyuntura, o lo que es lo mismo, una tormentosa coyuntura que a punto está de cumplir 33 años.
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