Financiamiento similar a 1960
Carlos Fernández-Vega
Entre la banca moderna y eficiente que se presume desde el micrófono oficial, y la banca real que opera en el país existe un dato espeluznante que la ubica en su exacta dimensión: a estas alturas, el financiamiento por ella canalizado al sector privado productivo reporta un nivel similar al observado en 1960, casi medio siglo atrás. En cambio, si su modernidad y eficiencia se miden por el volumen de utilidades, las elevadísimas tasas de interés que impone a su clientela y el creciente cobro de comisiones, entonces sí supera, por mucho, a otros sistemas bancarios en el planeta.
La función intermediadora de la banca es pieza fundamental en el crecimiento económico de cualquier país, pero en el caso mexicano el problema es que las instituciones financieras representan un enorme fardo para ese crecimiento. El ahorro que capta lo destina principalmente a la especulación bursátil y cambiaria, y al crédito al consumo, que le genera pingües utilidades, dejando para mejor ocasión –y si ésta no llega qué mejor– el financiamiento al de por sí menguado sector privado productivo.
En ese medio siglo, de acuerdo con la estadística de la Cepal, sólo en dos años (1967 y 1991) el crédito bancario al sector privado productivo del país representó el equivalente al 35 por ciento del producto interno bruto; de allí en fuera la tendencia ha sido decreciente. De hecho, con la reprivatización bancaria tal crédito se desplomó de alrededor de 33 por ciento del PIB a menos del 18 por ciento actual, ya con la extranjerización del sistema financiero a todo lo que da. “El caso –apunta la Cepal– es que por un largo periodo, con la excepción de la primera mitad de los 90, la banca mexicana se desvinculó de los negocios privados y de las familias como fuente principal de financiamiento”.
Para el organismo regional el acceso al financiamiento se relaciona positivamente con el nivel de ingreso de un país, con la disminución de la desigualdad en la distribución del ingreso y con la reducción de la pobreza. Ante la falta de sistemas financieros incluyentes, los individuos pobres y las empresas pequeñas dependen de sus propios ahorros e ingresos para invertir en educación, emprender negocios y, en general, aprovechar oportunidades de progreso.
Así, el acceso a los servicios financieros en México se enmarca en medio de un contexto general de baja penetración de los mismos. Esto significa que la frontera de posibilidades de acceso en México se encuentra por debajo de la ubicación que le correspondería en función del tamaño de su economía y de su ingreso por habitante. De este modo, la proporción respecto del tamaño de la economía mexicana de los créditos al sector privado, de la capitalización de los mercados de valores y de la industria de los seguros, son inferiores a la de países con un ingreso por habitante comparable, como son los casos de Chile y de Brasil. Por su parte, los países desarrollados presentan, todos, un grado de penetración financiera muy superior.
Al comparar el nivel del ahorro total en México con la penetración de los servicios financieros, resulta que una proporción significativa de dicho ahorro no está siendo canalizado a través de los intermediarios financieros formales, lo que puede conllevar importantes costos de eficiencia para la economía del país. En efecto, entre 2000 y 2006 sólo 15 por ciento del flujo de ahorro total se intermedió a través del sistema financiero. Para 2007, 16.4 por ciento del ahorro total de la economía mexicana fluyó a través del sistema financiero; 80.4 por ciento se encauzó a través de las empresas –cuentas entre ellas o reinversión de utilidades– y otros mecanismos, y el resto provino del exterior. De hecho, las empresas mexicanas reportan que el crédito de proveedores es su principal fuente de financiamiento. “No sólo hay baja penetración del ahorro financiero; llama también la atención el nivel tan reducido del financiamiento interno a las empresas privadas no financieras… Pasados auge y colapso crediticio a que dio lugar la precipitada liberalización financiera de principios de los 90, el crédito a empresas y hogares, como proporción del PIB, ni siquiera ha llegado al nivel que tenía antes de la quiebra bancaria de 1994-1995”. A pesar de las modificaciones legales para corregir incentivos perversos en el otorgamiento de créditos, persisten importantes limitaciones para un mayor crecimiento del crédito al sector privado y del ahorro bancario en México.
A todo lo anterior parece no contribuir la política fiscal, anota el organismo. En julio de 2008 entró en vigor el nuevo Impuesto a los Depósitos en Efectivo, con el que se busca gravar con una tasa de 2 por ciento, como lo indica el nombre, a los depósitos en efectivo que acumulados sumen 25 mil pesos o más en un mes. En principio, esta disposición haría aumentar la preferencia de muchas personas por el manejo de dinero en efectivo, antes que recurrir a los servicios de un banco. El nuevo impuesto sobre el uso de los servicios bancarios podría tener un efecto inhibitorio, por dos razones: la primera, directamente, por el gravamen mismo; la segunda, por confirmar la creencia ampliamente extendida de que las autoridades tributarias tienen acceso a la información personal de los clientes de los bancos. Para el gran número de personas que viven en la informalidad fiscal esto actuará, muy posiblemente, como un desincentivo para el uso de los servicios bancarios en general, y para el mantenimiento de cuentas de ahorro y de cheques, en particular.
Las rebanadas del pastel
De los lectores y el otro lado de las tasas de interés: cuando se habla de tasas de interés, generalmente los analistas se han ido por comentar los problemas de los deudores, dejando de lado a los ahorradores. Nadie ha comentado por ejemplo que la subida del impuesto sobre la renta de 0.5 a 0.85 por ciento, sumado a las comisiones por manejos de cuenta, han arrasado con las miserables cantidades que estos fondos puestos en los bancos (en dónde si no) dejan como interés REAL a quienes con muchos esfuerzos intentamos un ahorro que en muchos casos ya fue en su momento gravado al ser recibido. Pienso en personas jubiladas o cesantes que con penurias logramos un ahorro que se evapora cuando estos miserables (los banqueros) con estos mismos dineros de pequeños ahorradores cobran a esos deudores que hoy lloran la desgracia de no poder pagar tasas altísimas de las cuales los ahorradores sólo obtenemos migajas cada vez mas ínfimas (Walkiria Gallegos, walkiriax@gmail.com)
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