Por Lydia Cacho
09 abril 2009
Platicaba con un periodista inglés sobre la grave situación de violencia en México, y al final le conté un par de chistes. Me miró sorprendido, luego recordó que conoce mexicanos que tienen un sentido del humor cáustico, y me preguntó si esa es una característica de las y los mexicanos.
Le respondí que en México nos reímos de la muerte, de la vida, de los malos y de los corruptos. Yo, cuando estoy estresada, me río de mí misma y busco amistades que me ayudan a gozar las pequeñas cosas de la vida. He descubierto, ya hablando en serio, que luego de un rato de reírme, de ver películas cómicas o de estar con amistades que saben divertirse, me siento mucho mejor; duermo más plácidamente y logro relajarme para hacer mi trabajo con mucha mayor claridad.
Creo que subestimamos el poder del la alegría y de la risa. Ya desde el siglo XIV el cirujano francés Henri de Mondevile recetaba a sus pacientes recién operados que se rodearan de familiares o amigos que les contaran historias alegres y les hicieran reír. En la actualidad hacemos todo lo contrario. Las visitas de hospital se convierten en un rosario de historias dramáticas y desagradables sobre fallas médicas o enfermedades familiares.
En el siglo XVII el sociólogo Herbert Spencer demostró la efectividad de la risa para aliviar el estrés. Un siglo después Immanuel Kant aseguró que la risa restaura el equilibrio entre el cuerpo, la mente y el espíritu. En 1972 algunos hospitales de varios países comenzaron a utilizar las técnicas de Hunter Patch Adams, un especialista que trabajaba con niños y niñas con enfermedades terminales; él demostró clínicamente la mejoría radical de la salud gracias a las terapias de alegría.
Lo cierto es que la risa, acompañada de alegría sostenida durante al menos 20 minutos al día, reduce la producción de hormonas del estrés, baja la presión arterial, incrementa la libido, aumenta las células T y la fabricación de proteínas Grammainterferon y células B, que generan anticuerpos para acabar con las enfermedades. La risa aumenta la producción de endorfinas que quitan el dolor, y por si fuera poco, oxigena el cerebro de una forma diferente a cualquier otra actividad. Así que ríase usted, tal vez así vivir en este país será menos doloroso.
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