Joven con cubrebocas, ayer en la ciudad de México.Foto José Antonio López
Ya se va volviendo una aburrida rutina ver actuar a los panistas en el gobierno (y también a sus socios priístas) ante situaciones de emergencia poseídos por la más ciega y desarmante confusión. Desde luego, dan muestras claras de que no saben ni por dónde les llegó el desastre y después balbucean de mil modos que no entienden de qué se trata y que los esperemos tantito para poder darnos alguna información. Eso se ha podido ver al brotar la epidemia de influenza porcina (la Organización Mundial de la Salud recomendó que se le llamara humana”, para no ofender a los porcicultores).
Primero no supieron por qué en meses recientes estaban muriendo por neumonía muchas más personas que antes y algunas se consideraban saludables. Los afectados por toda clase de enfermedades respiratorias se incrementaron varias veces cuando no había razones aparentes que lo explicaran. En la OMS y en muchos centros de investigación epidemiológica se alertaba ya desde hace años sobre la posibilidad de que brotara en cualquier parte del planeta una pandemia de alguna forma de influenza que no necesariamente sería como las ya conocidas.
En México la prensa y algunos medios de comunicación informaban de ese incremento de las enfermedades respiratorias y comenzaron a sonar algunos casos raros que, como ocurría en ciertas regiones del país, se atribuían a fenómenos de contaminación ambiental. Uno tiene especial relevancia, no sólo por lo que ha resultado, sino por su historia. En el poblado de La Gloria, cerca de Perote y a 10 kilómetros de las granjas porcinas Carroll, desde hace años se organizó un movimiento cívico que tenía por objeto la denuncia de la contaminación que esas granjas ocasionaban y sus dañinos efectos sobre la salud de los pobladores. El pasado 9 de marzo apareció un raro brote de enfermedades respiratorias. Seiscientos pobladores (son en total 5 mil) se enfermaron, entre ellos el niño Édgar Hernández, el primero al que se le detectó la nueva influenza.
Ese asunto debió atenderlo en primera instancia el gobierno veracruzano y hacerlo del conocimiento del federal. No podía esperarse algo así, pues en La Gloria todo mundo recuerda que Fidel Herrera se opuso perrunamente al movimiento que denunciaba a las Granjas Carroll y hoy varios pobladores están sujetos a proceso por ataques a las vías generales de comunicación. De cualquier modo, el gobierno federal era el mayor obligado a atender este gravísimo caso de salud pública. Los servicios médicos locales enviaron muestras al único laboratorio de los llamados de nivel 3 que hay en México y cuya misión es precisamente la investigación de este tipo de enfermedades. Ese laboratorio se ubica, justo, en el puerto de Veracruz.
Después de mucho tiempo, demasiado para la contingencia, no se pudo saber en ese laboratorio de qué se trataba. Las muestras fueron enviadas a otro en Winnipeg, Canadá, que nos dio la mala nueva: estábamos en presencia de una nueva cepa a la que se llamó porcina y lo detectaron en primer lugar en la muestra del niño Hernández. Cuando el secretario Córdova fue informado de los resultados de los análisis debe haberse caído de alguna nube. Al día siguiente tronó la noticia: en México había brotado la epidemia y los muertos ya se contaban por más de un centenar. Algunos médicos eminentes trataron de llamar la atención de que las muertes eran, en general, por neumonía, pero no todas atribuibles al nuevo brote. Todavía el domingo pasado La Jornada informaba de 68 a 81 muertos en un día y de enfermos en números de mil 4 a mil 324.
Unos días después y ya apercibido de que no todos los muertos son iguales, aunque se parezcan, el secretario de Salud balbuceó que, en realidad, los muertos por el brote eran siete. Como no daba mayores explicaciones, los ciudadanos, empavorecidos e indignados, calificaron sus cuentas de una burla. El gobernador Herrera se alcanzó la puntada de afirmar, con cierta chacota, que la cepa había surgido en China. Lo que él busca, desde luego, es que a las Granjas Carroll no se las investigue (por cierto, esa compañía hace por sí misma sus evaluaciones, las cuales siempre se dan por ciertas). Todos los pobladores de La Gloria, en lucha desde 2004, han denunciado que las tinajas en tierra en las que se depositan los detritos y los restos de los animales no tienen ningún tratamiento y están expuestas al aire libre contaminando toda la región.
Ya se han dado más de tres mil casos de probables contagiados. Cuatro días después de que se dio la alerta se instaló un laboratorio para el análisis de muestras. Antes no se pensó en instalarlo. Se dice que otros cinco se instalarán. Se requeriría para un seguimiento eficaz de la enfermedad de un mínimo de 500 muestras diarias en el país. El que ahora funciona sólo es capaz de dar 15 de ellas. Tampoco hay existencia de medicamentos (en especial, antivirales) ni utensilios con los cuales curarse o protegerse. La de los tapabocas es ya una anécdota del folclor popular. De repente se esfumaron y se volvieron carísimos. No hay las reservas de medicamentos que desde hace años se estimó prudente tener para una eventualidad de este tipo. Ahora se nos dice que la vacuna contra este nuevo mal podrá estar lista hasta dentro de unos seis meses.
La imprevisión, la incuria, la improvisación, la desorganización y la estupidez se han vuelto los signos de las administraciones panistas y de sus aliados priístas. La población está asustada, desesperada por no saber qué es lo que puede y debe hacer para protegerse y de sus gobernantes derechistas espera cada vez menos pues siempre salen con la misma batea de babas. La epidemia, a un paso de volverse pandemia, ha castigado también a los negocios. El cierre de un restaurante por más de cinco días significa condenar a la quiebra a sus dueños. Los grandes tiburones siempre se las arreglan para salir bien librados, además cuentan con el apoyo servil y rastrero de los gobiernos de derecha.
El Estado existe para organizar y regular a la sociedad en sus múltiples actividades; para defenderla de sí misma cuando sus elementos comienzan a agredirse y a destruirse; para protegerla del exterior en cualquier circunstancia, no necesariamente en una guerra; para dirigirla en sus capacidades de autodefensa y de autorganización. El Estado de derecha que hoy gobierna a México ha demostrado que sólo sirve para amamantar a los que lo poseen todo, protegerlos contra su propia sociedad y salvarlos de la ruina a que sus propios excesos los exponen. La derecha es buena para saquear lo que es de todos, pero es inepta para gobernar.
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