sábado, junio 20, 2009

Hambre y vergüenza

Editorial

De acuerdo con un informe sobre la seguridad alimentaria mundial elaborado por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) y divulgado ayer en Roma, una sexta parte de la humanidad –mil 20 millones de personas– padece hambre en el momento presente. El estudio señala que esta marca histórica de hambrientos es resultado de la crisis económica mundial y de los altos precios de los alimentos; es decir, no se trata de un problema de escasa producción de comida, sino de pobreza.

El dato representa una descalificación rotunda al modelo económico impuesto desde los años 80 del siglo pasado por los centros de poder mundial, el cual fue llamado Consenso de Washington, por más que su pretendido carácter consensual se limitó a los grandes conglomerados empresariales trasnacionales, los gobiernos del mundo industrializado y los círculos tecnocráticos, semilleros de gobernantes tercermundistas que aplicaron en sus países de origen las directrices foráneas de la depredación económica y humana: adelgazamiento del Estado, destrucción de los sistemas de bienestar social, apertura salvaje de los mercados internos, privatización de empresas públicas, servicios, infraestructura y recursos naturales, políticas de contención salarial, desregulación generalizada y aceptación acrítica y sumisa de los injustos términos del intercambio comercial y financiero global.

La catástrofe en que desembocó el manejo económico del gobierno de George W. Bush, que se extendió rápidamente de Estados Unidos al resto del mundo, no sólo desmintió a los tecnócratas neoliberales que postulaban que el mercado se regulaba a sí mismo, sino que ha acentuado el sufrimiento y las carencias desesperantes de los sectores más pobres de la población mundial.

En 1996 los humanos en situación de hambre en el mundo sumaban unos 825 millones. La Cumbre Mundial de la Alimentación, realizada ese año, se fijó como objetivo reducir a la mitad ese número en un plazo de 20 años, y tal meta fue ratificada en Roma en junio del año pasado. Ciertamente, los expertos no consideraron que, con las reglas que rigieron la economía mundial hasta este año, y cuyo remplazo aún no está a la vista, fuera posible reducir las cantidades ni las proporciones de hambrientos en el planeta. Hoy en día, 642 millones en la región Asia-Pacífico, 265 millones en el África subsahariana, 42 millones en Medio Oriente y África del norte y 53 millones en América Latina y el Caribe, carecen de los nutrientes básicos.

Sobre esta última región, la nuestra, la FAO apuntó que si bien en años recientes tuvo lugar una disminución del problema, el colapso financiero aún en curso elevó en casi 13 por ciento el número de desnutridos.

Por desgracia, no todos los gobiernos del subcontinente han caído en la cuenta de la urgencia de desechar el modelo neoliberal, reorientar las prioridades del Estado y emprender las soluciones de los múltiples y complejos problemas nacionales enfrentando al más vergonzoso y exasperante de todos: la pobreza. En algunos países de la región, incluido el nuestro, el discurso oficial persiste en hablar de democracia, de estado de derecho, de combate a la delincuencia y hasta de transparencia, como si esas metas –incompletas o remotas– fueran realizables en medio del hambre.

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