Por Alvaro Cepeda Neri
Una tradición de desconfianza colmada de total falta de credibilidad, se han ganando los dizque representantes del pueblo (o más exquisitamente: sociedad civil) que se postulan para los cargos de los poderes ejecutivos: presidentes municipales, (des)gobernadores y el titular de la Presidencia de la República o Poder Ejecutivo Federal.
Y es que reside en la administración pública el cúmulo de facultades que, si bien se derivan de una interpretación antidemocrática de la Constitución, se apoyan en sus leyes reglamentarias que cada período de sesiones del Congreso General y los de las entidades, aprueban para ser ejecutadas por esa élite.
El presidente de la República en turno y los (des)gobernadores envían iniciativas que diputados y senadores, en transacciones, aprueban por mayoría. Y cada vez que los gobernantes quieren más dinero, del que no dan cuenta y razón, y cuando lo hacen es de manera tramposa (pues la transparencia en México es una mentira más), de inmediato plantean aumentar impuestos, precios de los bienes (gasolina, diesel, luz, gas) y demás servicios (predial, tenencia, etc.).
En la crisis coyuntural de la epidemia de influenza, Calderón solicitó más préstamos internacionales y, de paso quiere que se imponga un 15 por ciento sobre los ya altísimos precios de medicinas y alimentos.
Los del PRI han salido al paso, como lo acaba de hacer el senador Manlio Fabio Beltrones (la única cabeza política que se mueve en el escenario, frente a la imagen mediática de los Peña Nieto, los Ebrard y no se diga frente a cualquier panista), para advertir que la Nación no está en condiciones de soportar más impuestos y mucho menos en alimentos y medicinas (El Universal y Excélsior: 18/V/09).
Los calderonistas quieren aprovecharse más de la desastrosa secuela económica que provocaron por sus exageraciones tanto Ebrard como Calderón secundados por los gobernadores y presidentes municipales que abusaron del poder y, sin razonar, se sumaron servilmente a tomar medidas que generaron una devastación.
Los más de 100 millones de mexicanos están sobreviviendo al miedo que les impusieron por la epidemia y a las calamidades de haber parado fábricas, restaurantes, comercios; en suma: paralizaron el 80 por ciento del motor económico en la capital del país, en los puertos, centros turísticos, en cuando menos 20 estados con sus municipios y originaron un cataclismso sobre cuyas ruinas quiere el PAN y los calderonistas imponerle a los consumidores un bárbaro impuesto a alimentos y medicinas.
Pareciera que los mexicanos soportan todos los excesos de sus gobernantes y que pasan por alto el mal gobierno. Hasta ahora y salvo las protestas de algunos sectores de trabajadores, los campesinos parecen soportar sus desgracias y la clase media, degradada desde hace 20 años, no ha ido más allá de manifestar sus inconformidades. A lo mejor agachan la cabeza ante el aumento de impuestos. A la mejor la levantan. A la mejor el “aquí no pasa nada” continúa siendo el colchón de los abusos. Tal vez.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario