Su participación fue mayor de lo que admite EU, asegura el médico Charles Clements
El Washington Post reportó el discreto entierro de soldados caídos en los 80 en el país centroamericano
Blanche Petrich
San Salvador, 2 de junio. Hasta la fecha, aun cuando las dos partes que se confrontaron en la guerra civil de El Salvador desde mediados de los 70 hasta 1992 hacen un esfuerzo de reconstrucción de memoria –cada uno con su respectiva visión, por supuesto– existe un aspecto de ese conflicto que queda bajo estricto secreto: el papel del Pentágono.
Las dos administraciones de Ronald Reagan y la primera de George Bush (padre) sostuvieron siempre que Estados Unidos solamente participó con 55 asesores militares y que éstos nunca entraron en combate. Pero en mayo de 1996 una nota aislada de The Washington Post daba cuenta de una ceremonia llevada a cabo con la mayor discreción posible en el cementerio militar de Arlington. Era el traslado de 21 soldados estadunidenses muertos en El Salvador en los años 80.
Algunas viudas revelaron que nunca recibieron información fidedigna sobre la forma como cayeron sus maridos. A todos les negaron honores post mortem porque otorgarlos implicaba reconocer la beligerancia del ejército estadunidense.
Pero yo supe y sostuve desde 1982 que el nivel de participación del Pentágono fue mayor de lo que el gobierno en Washington admitía, asegura el médico Charles Clements, quien a los 24 años prestó servicio en la fuerza aérea de Estados Unidos en Vietnam.
La fase depresiva
Al conocer del engaño del gobierno de Richard Nixon, que ocultó los operativos en Camboya en 1969, Clements pasó una fase de depresión severa en un hospital siquiátrico, se declaró inapto para seguir en acción militar y fue objetor de conciencia. Ya como médico practicante, 12 años después, se incorporó a los campamentos guerrilleros de El Salvador como médico rural.
En diciembre de 1982 una fotografía de Clements publicada en las primeras planas de muchos diarios dio la vuelta al mundo. Se le ve acuclillado al lado de los restos de un avión derribado, señalando la ojiva de una bomba cargada de fósforo blanco, uno de los elementos prohibidos por la convención internacional de armas químicas. La divulgación de esta imagen forzó el fin abrupto de su estadía de poco más de un año en un frente guerrillero. Regresó a su país, donde se esforzó incansablemente a denunciar las atrocidades que había visto y experimentado en El Salvador.
El cielo de un día largo
Mayo de 1982. El chele Charlie y un viejo campesino reposan sentados a la orilla de una parcela de maíz mirando al cielo. Es el cielo de un día largo, le dice el anciano al médico estadunidense. Le explica que es la forma de los pipiles, antiguos habitantes de la región, para nombrar el inicio del estío. En eso el doctor mira en el horizonte la silueta de un avión que le resulta terriblemente familiar. Siente escalofríos. Es un A 37, el famoso Dragonfly.
De joven, aislado en la cabina del piloto de esos aviones como una burbuja que lo mantenía fuera de la realidad, realizó más de 55 misiones. Es decir, bombardeos. Son naves capaces que llevan a bordo más de cinco mil libras de munición y una ametralladora que dispara seis mil tiros por minuto. Era el inicio de la guerra aérea. A partir de entonces las comunidades de Guazapa no conocieron un solo día sin bombas. El cielo de un día largo dejó de significar la retirada de las lluvias. Así se le denominó a esa otra lluvia, la de fuego.
De inmediato se ordenó la construcción de trincheras más profundas, en forma de grecas, que estuvieran a no más de 30 segundos de las escuelas, las clínicas y las casas, recuerda. Atrincherado en uno de esos agujeros, el antiguo piloto se ponía a observar el transcurrir de los operativos aéreos. “La verdad, yo veía que los pilotos de las escuadras eran bastante torpes. Contrastaban con el avión guía, capaz de hacer el jiggle, típica maniobra que usábamos mucho en Vietnam para evitar el fuego antiaéreo. No me cabe ninguna duda que esos eran tripulado por pilotos estadunidenses porque se requiere un entrenamiento especial y mucha práctica. Le seguía el avión marcador. Ellos arrojaban fósforo blanco para marcar los objetivos de los bombarderos que venían detrás. Nunca eran objetivos militares, siempre civiles”. Fósforo blanco y napalm, cooperación bilateral El Salvador-Estados Unidos.
Después llegaron los C 130 y a partir de ahí Guazapa no conoció ni una noche sin estruendo y pánico. “Eran bombardeos anárquicos. La región se convirtió en lo que en Vietnam llamábamos zona de tiro libre, que no significa otra cosa que tirar a cualquier cosa que se mueva abajo. Tardé en entender que no eran operativos con un fin específico. Eran aviones que salían en misión a otros frentes –Chalatenango, Morazán o Cabañas, más al norte– pero que de regreso al aeropuerto militar de Ilopango, descargaban las bombas y municiones sobrantes para facilitar el aterrizaje”.
El instrumental quirúrgico perdido
Pocas veces alguien recupera un objeto perdido 37 años antes. Pero el sábado pasado Charlie recuperó, de la manera más inesperada, un pequeño estuche con sus instrumentos quirúrgicos que perdió a finales de 1982 cuando tuvo que salir huyendo de El Salvador.
Fue el regalo que le tenían preparado los pobladores de Suchitoto y los combatientes del batallón guerrillero Carlos Arias, que recuerdan con agradecimiento a los médicos extranjeros que en los años del conflicto corrieron los mismos riesgos y sufrieron las mismas penurias que ellos.
El alcalde de Suchitoto, que es del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), y algunos viejos comandantes de la zona Chano, Dimas, Chico Méndez, entre otros, habían preparado una rica comida para honrarlos. Entre ellos, varios mexicanos. En esos años pasaron por las clínicas y hospitales de campaña del FMLN los campamentos guerrilleros entre 20 y 30 médicos mexicanos. Algunos cayeron, como Jana, Raúl, Xóchitl, Raúl Renderos y Benito Méndez. Hay una clínica rural con el nombre de este último.
Lo que no se sabía es que, parte de las sorpresas y rencuentros de ese día le devolverían al chele Charlie sus pinzas y bisturíes en perfectas condiciones.
En 1981, cuando el estadunidense llegó a Guazapa, le asignaron como asistente a una joven salvadoreña, brigadista de salud. Su seudónimo era Morena. Era ella, la misma, sólo que ahora es profesional de la enfermería. Le siguen llamando Morena. Como buen cuáquero, Clements es bueno para contener y guardar sus emociones. Pero este viernes, en ese momento, las lágrimas le empañaron los anteojos.
Esto es lo que hace Estados Unidos en la OEA, deberían expulsarlo y no por su sistema político o económico como hicieron con Cuba sino por genocida en contra precisamente de países americanos, esa sí sería una razón de peso.
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